/ jueves 4 de julio de 2019

Cine diario / Gael García: de charolastra a chicuarote

Chicuarotes, una mirada al submundo

En su ópera prima Déficit/ 2007, Gael García Bernal revisaba un microcosmo de desenfadados pútridos donde todos tienen todo arreglado menos su vida. Y era, quizás, en el argot del habla y el enfrentamiento clasista donde radicaba la valía de Gael como cineasta.

Ahora, en Chicuarotes/ 2019, Gael se asoma a otro microcosmo donde la desesperanza y la falta de oportunidades reales para dos jóvenes es directamente proporcional a las decisiones impulsivas que toman en un contexto de exclusión social.

Foto: Cortesía

Apoyada en el histrionismo bastante correcto de Benny Emmanuel/ Cagalera y Gabriel Carvajal/ El Moloteco, la historia de dos chicuarotes (gentilicio endilgado a los oriundos del pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la alcaldía de Xochimilco) se dirime en una comedia agridulce donde las vidas de los antes citados buscan salirse de las penumbras, literalmente, en que su entorno familiar se ha convertido: El Moloteco huérfano, Cagalera con un padre alcohólico y golpeador/ Enoc Leaño; con una madre sumisa/ Dolores Heredia, una hermana sujeta al vaivén de sus incipientes escarceos eróticos y un hermano gay reprimido.

La intentona de secuestro al hijo pequeño del carnicero del barrio hará que ambos chicuarotes detonen otras bombas molotov: el apoyo del crimen organizado y la justicia fuenteovejuna sin remedio.

La película de Gael es una correcta mirada a un submundo que allí está, a ojos de todos en la propia y monstruosa Ciudad de México con cariz de pueblo provinciano y que revierte sus códigos conductuales y cuyos personajes son tiernos y siniestros a la vez.

Gael no logra, sin embargo, llegar a algo. Da la impresión que deja su filme a medio camino de todo: de un thriller (el secuestro es risible y más de cómo entrega Cagalera el mensaje escrito al padre del niño), de una denuncia social (no hay más interacción con personajes aledaños, acaso en la anémica escena de la plaza con remotísimo tufo a Canoa, de Cazals), o de una historia juvenil de amor redentora.

La película no desarrolla más allá que un esquema a personajes como el de Sugheili/ Leidi Gutiérrez, la novia de Cagalera, o a la madre de éste. Si bien personajes periféricos como el Planchado o las gruesas policías Las Camerunas o el teporochito/ Silverio Palacios, repartidor de pulque, aderezan acaso la cartografía social barriobajera, no llega a más. Y más aún: el personaje de Chillamil donde un Daniel Giménez Cacho huele más a amigoche de Gael que al matón paria que detona la secuencia más crispante del filme.

En Chicuarotes se advierte un esfuerzo en eso que el crítico Jorge Ayala Blanco llama “cine ñero”: engrandecer lo popular, y si va con el prestigio del charolastra y cuate de Diego Luna, quien es coproductor de la cinta, qué mejor…

En su ópera prima Déficit/ 2007, Gael García Bernal revisaba un microcosmo de desenfadados pútridos donde todos tienen todo arreglado menos su vida. Y era, quizás, en el argot del habla y el enfrentamiento clasista donde radicaba la valía de Gael como cineasta.

Ahora, en Chicuarotes/ 2019, Gael se asoma a otro microcosmo donde la desesperanza y la falta de oportunidades reales para dos jóvenes es directamente proporcional a las decisiones impulsivas que toman en un contexto de exclusión social.

Foto: Cortesía

Apoyada en el histrionismo bastante correcto de Benny Emmanuel/ Cagalera y Gabriel Carvajal/ El Moloteco, la historia de dos chicuarotes (gentilicio endilgado a los oriundos del pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la alcaldía de Xochimilco) se dirime en una comedia agridulce donde las vidas de los antes citados buscan salirse de las penumbras, literalmente, en que su entorno familiar se ha convertido: El Moloteco huérfano, Cagalera con un padre alcohólico y golpeador/ Enoc Leaño; con una madre sumisa/ Dolores Heredia, una hermana sujeta al vaivén de sus incipientes escarceos eróticos y un hermano gay reprimido.

La intentona de secuestro al hijo pequeño del carnicero del barrio hará que ambos chicuarotes detonen otras bombas molotov: el apoyo del crimen organizado y la justicia fuenteovejuna sin remedio.

La película de Gael es una correcta mirada a un submundo que allí está, a ojos de todos en la propia y monstruosa Ciudad de México con cariz de pueblo provinciano y que revierte sus códigos conductuales y cuyos personajes son tiernos y siniestros a la vez.

Gael no logra, sin embargo, llegar a algo. Da la impresión que deja su filme a medio camino de todo: de un thriller (el secuestro es risible y más de cómo entrega Cagalera el mensaje escrito al padre del niño), de una denuncia social (no hay más interacción con personajes aledaños, acaso en la anémica escena de la plaza con remotísimo tufo a Canoa, de Cazals), o de una historia juvenil de amor redentora.

La película no desarrolla más allá que un esquema a personajes como el de Sugheili/ Leidi Gutiérrez, la novia de Cagalera, o a la madre de éste. Si bien personajes periféricos como el Planchado o las gruesas policías Las Camerunas o el teporochito/ Silverio Palacios, repartidor de pulque, aderezan acaso la cartografía social barriobajera, no llega a más. Y más aún: el personaje de Chillamil donde un Daniel Giménez Cacho huele más a amigoche de Gael que al matón paria que detona la secuencia más crispante del filme.

En Chicuarotes se advierte un esfuerzo en eso que el crítico Jorge Ayala Blanco llama “cine ñero”: engrandecer lo popular, y si va con el prestigio del charolastra y cuate de Diego Luna, quien es coproductor de la cinta, qué mejor…

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