/ miércoles 7 de noviembre de 2018

Inauguran expo de poemas corporales

El artista colombiano Eivar Moya expone su obra en la Galería Ramón Alva de la Canal; la inauguración es hoy

La pintura es una estética de la ilusión, una verdad ilusoria, una imagen del tiempo detenida en la pupila incesante. Somos hijos de un laberinto de insondable belleza, viajamos en una metáfora infinita, más incluso que el judío errante, amparados por la belleza. Somos trazo, líneas, sombras, somos la luz que es a su vez un fantasma y un delirio, somos esa luz que se derrama sobre nuestra alma y que también es un abismo.

Ahí anochece. Anochece también en los párpados de piedra, en los ojos de la ciudad. Y en un callejón sin salida el artista colombiano Eivar Moya se aferra con colores bruñidos a la historia del arte. Su trazo avanza por el declive armonioso de un torso de mujer que aún espera ser tocada por la aurora, antes que amanezca ella anhela abrir sus párpados de tanto soñar con los colores.

Eivar Moya, quien a las 20 horas de hoy inaugura Versos corporales en la Galería Universitaria Ramón Alva de la Cana (Zamora 27), es un individuo calcado por la brisa del caribe, hijo de una luz pródiga, fabulador, vendedor de noches puerta a puerta, inventor de instantes que sufren la construcción de una piel, hechicero, cartógrafo de mares interiores, retratista de mujeres de muchos rostros.

Es un virtuoso del dibujo, cuyo trazo es abigarrado, magnetiza los cuerpos, los seda. Más allá de las figuras, lo que más impresiona son sus atmósferas, el diálogo de los cuerpos, el dinamismo de sus silencios manchando los umbrales, la soledad y el tiempo.

Su pintura está hecha de tacto, de símbolos que materializan la conscupicencia, el sueño, los deseos, las carencias. Su mundo personal gira en torno a una casa donde vive la mirada, porque dentro de sus atmósferas se percibe el ojo del lienzo, la mirada oculta que corrige cada pormenor del cuadro y toda su maravillosa composición. Al final no faltaría ponerle una firma sino un verbo.

Con seductora imaginación, Eivar Moya viaja por sus telas como un peregrino en busca del paraíso perdido, reinventa la historia en cada uno de sus asombros, colma su sed de mirar, su vocación es un irrefutable voyerismo semántico. En respuesta a las interrogantes de su siglo ha creado una figuración gramática, hecha de verbos corporales, de sílabas que respiran en los poros de aire, en las palabras que se quedaron grabadas en tantos que murieron sin alcanzar el beso...

La pintura es una estética de la ilusión, una verdad ilusoria, una imagen del tiempo detenida en la pupila incesante. Somos hijos de un laberinto de insondable belleza, viajamos en una metáfora infinita, más incluso que el judío errante, amparados por la belleza. Somos trazo, líneas, sombras, somos la luz que es a su vez un fantasma y un delirio, somos esa luz que se derrama sobre nuestra alma y que también es un abismo.

Ahí anochece. Anochece también en los párpados de piedra, en los ojos de la ciudad. Y en un callejón sin salida el artista colombiano Eivar Moya se aferra con colores bruñidos a la historia del arte. Su trazo avanza por el declive armonioso de un torso de mujer que aún espera ser tocada por la aurora, antes que amanezca ella anhela abrir sus párpados de tanto soñar con los colores.

Eivar Moya, quien a las 20 horas de hoy inaugura Versos corporales en la Galería Universitaria Ramón Alva de la Cana (Zamora 27), es un individuo calcado por la brisa del caribe, hijo de una luz pródiga, fabulador, vendedor de noches puerta a puerta, inventor de instantes que sufren la construcción de una piel, hechicero, cartógrafo de mares interiores, retratista de mujeres de muchos rostros.

Es un virtuoso del dibujo, cuyo trazo es abigarrado, magnetiza los cuerpos, los seda. Más allá de las figuras, lo que más impresiona son sus atmósferas, el diálogo de los cuerpos, el dinamismo de sus silencios manchando los umbrales, la soledad y el tiempo.

Su pintura está hecha de tacto, de símbolos que materializan la conscupicencia, el sueño, los deseos, las carencias. Su mundo personal gira en torno a una casa donde vive la mirada, porque dentro de sus atmósferas se percibe el ojo del lienzo, la mirada oculta que corrige cada pormenor del cuadro y toda su maravillosa composición. Al final no faltaría ponerle una firma sino un verbo.

Con seductora imaginación, Eivar Moya viaja por sus telas como un peregrino en busca del paraíso perdido, reinventa la historia en cada uno de sus asombros, colma su sed de mirar, su vocación es un irrefutable voyerismo semántico. En respuesta a las interrogantes de su siglo ha creado una figuración gramática, hecha de verbos corporales, de sílabas que respiran en los poros de aire, en las palabras que se quedaron grabadas en tantos que murieron sin alcanzar el beso...

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