/ sábado 16 de marzo de 2019

Juan Enríquez –Carta de un Cronista para una ciudadanía cívica–

El desconocimiento prevalece sobre la memoria del hombre que legó desde 1892 su apellido a la capital del estado

“El mayor pecado de una nación está en olvidar su historia” afirmó con gran sabiduría el prócer latinoamericano José Martí, cuyo nombre secreto para algunos de sus contemporáneos fue: “Anáhuac”. La indiscutible verdad y vigencia del pensamiento martiano sirve de pauta y reflexión para renovar nuestra responsabilidad cívica frente a la miscelánea de conveniencias ideológicas de usanza liberal que hemos venido experimentando, con sus correspondientes desacuerdos y oportunas correlaciones, sobre las cuales el ejercicio del –Civismo Urbano– debe recobrar su predominio sin sobresaltos y firmeza, como práctica educativa y de beneficio para la vida social, en la formación ética de los nuevos ciudadanos, desde el sentido político de la comunidad con sus respectivas identidades culturales, que aún parecen rescatables frente a la seducción de una cultura Lego.

Foto: Cortesía

Esto significa que las personas en plenitud de igualdad, debemos ir más allá de la individualidad que en los últimos años el dominio del mercado ha impuesto por encima de los valores e intereses de las presentes generaciones, por lo cual se debe recuperar y divulgar con valentía cívica, la extraordinaria historia y cultura que compartimos y preservamos con orgullo para el disfrute generacional, como es el caso de conmemorar a aquellos seres que usualmente en la adversidad modificaron asertivamente los esquemas de bienestar de la vida política y social de una población o incluso de una nación, como es el caso del exgobernador Juan Enríquez Lara, a quien cada año en el aniversario de su muerte, menos personas “homenajeamos” al pie de su marmóreo busto, esculpido magistralmente por el artista xalapeño Fidencio Lucano Nava.

De ahí que resulte imprescindible recordar o enseñar a la población que el exgobernador Enríquez, es una de las más importantes figuras históricas veracruzanas, que por nuestro desapego transita en una permanente lucha social frente al tiempo y el olvido de la gente e instituciones. ¿Hace cuantos años que los normalistas dejaron de cubrir con flores su sepulcro en el antiguo cementerio municipal y callaron para siempre el himno de la gratitud a su memoria?, es decir, el desconocimiento prevalece sobre la memoria del hombre que legó desde 1892 su apellido a la capital del estado, así como a la calle principal y a otras tantas como múltiples escuelas en la entidad, particularmente en su natal Tlacotalpan.

Amigas y amigos lectores, divulguemos entre nuestros pares e hijos que Juan Enríquez fue un exitoso sembrador de ideas y forjador del progreso de Veracruz, que desde muy joven sirvió a la patria cuando la invasión francesa trató de cambiar nuestras instituciones republicanas, entonces fiel a sus deberes de soldado formado en el Colegio Militar, ofreció el esfuerzo de su brazo y su valor temerario para someter a los enemigos en la batallas del 5 de mayo de 1862, Miahuatlán, La Carbonera y Oaxaca en 1866, ni qué decir de aquel lejano 2 de abril de 1867, así como el sitio y toma de la CDMX el 21 de junio de ese mismo año. Pero después, ya cuando la paz y la independencia fueron un hecho y retirado del servicio de las armas, llegó a ser gobernante de su estado natal a partir de diciembre de 1884 y no dudó en devolver a Xalapa definitivamente los poderes públicos en junio de 1885, además de poner su inteligencia y medios para que su patria chica fuera la más culta, fuerte y respetada.

Enríquez es una gloria acrisolada que llevó el nombre de nuestra tierra a través de la república por medio de los innovadores planes de estudio que concibieron los grandes educadores Laubscher y Rébsamen, y que por ese trascendental motivo pedagógico, a nuestra ciudad se le distinguió con el título de la Atenas de México.

Por las virtudes que le caracterizaron y su impecable desempeño como mandatario 1884-1892, su personalidad merece gratitud en la memoria colectiva de las presentes y futuras generaciones al cumplirse el diecisiete de marzo próximo, 127 años de ocurrido su deceso en esta bella ciudad de flores, libros, estudiantes y monumentos cívicos que aguardan nuestra vigorosa presencia y justo reconocimiento.

“El mayor pecado de una nación está en olvidar su historia” afirmó con gran sabiduría el prócer latinoamericano José Martí, cuyo nombre secreto para algunos de sus contemporáneos fue: “Anáhuac”. La indiscutible verdad y vigencia del pensamiento martiano sirve de pauta y reflexión para renovar nuestra responsabilidad cívica frente a la miscelánea de conveniencias ideológicas de usanza liberal que hemos venido experimentando, con sus correspondientes desacuerdos y oportunas correlaciones, sobre las cuales el ejercicio del –Civismo Urbano– debe recobrar su predominio sin sobresaltos y firmeza, como práctica educativa y de beneficio para la vida social, en la formación ética de los nuevos ciudadanos, desde el sentido político de la comunidad con sus respectivas identidades culturales, que aún parecen rescatables frente a la seducción de una cultura Lego.

Foto: Cortesía

Esto significa que las personas en plenitud de igualdad, debemos ir más allá de la individualidad que en los últimos años el dominio del mercado ha impuesto por encima de los valores e intereses de las presentes generaciones, por lo cual se debe recuperar y divulgar con valentía cívica, la extraordinaria historia y cultura que compartimos y preservamos con orgullo para el disfrute generacional, como es el caso de conmemorar a aquellos seres que usualmente en la adversidad modificaron asertivamente los esquemas de bienestar de la vida política y social de una población o incluso de una nación, como es el caso del exgobernador Juan Enríquez Lara, a quien cada año en el aniversario de su muerte, menos personas “homenajeamos” al pie de su marmóreo busto, esculpido magistralmente por el artista xalapeño Fidencio Lucano Nava.

De ahí que resulte imprescindible recordar o enseñar a la población que el exgobernador Enríquez, es una de las más importantes figuras históricas veracruzanas, que por nuestro desapego transita en una permanente lucha social frente al tiempo y el olvido de la gente e instituciones. ¿Hace cuantos años que los normalistas dejaron de cubrir con flores su sepulcro en el antiguo cementerio municipal y callaron para siempre el himno de la gratitud a su memoria?, es decir, el desconocimiento prevalece sobre la memoria del hombre que legó desde 1892 su apellido a la capital del estado, así como a la calle principal y a otras tantas como múltiples escuelas en la entidad, particularmente en su natal Tlacotalpan.

Amigas y amigos lectores, divulguemos entre nuestros pares e hijos que Juan Enríquez fue un exitoso sembrador de ideas y forjador del progreso de Veracruz, que desde muy joven sirvió a la patria cuando la invasión francesa trató de cambiar nuestras instituciones republicanas, entonces fiel a sus deberes de soldado formado en el Colegio Militar, ofreció el esfuerzo de su brazo y su valor temerario para someter a los enemigos en la batallas del 5 de mayo de 1862, Miahuatlán, La Carbonera y Oaxaca en 1866, ni qué decir de aquel lejano 2 de abril de 1867, así como el sitio y toma de la CDMX el 21 de junio de ese mismo año. Pero después, ya cuando la paz y la independencia fueron un hecho y retirado del servicio de las armas, llegó a ser gobernante de su estado natal a partir de diciembre de 1884 y no dudó en devolver a Xalapa definitivamente los poderes públicos en junio de 1885, además de poner su inteligencia y medios para que su patria chica fuera la más culta, fuerte y respetada.

Enríquez es una gloria acrisolada que llevó el nombre de nuestra tierra a través de la república por medio de los innovadores planes de estudio que concibieron los grandes educadores Laubscher y Rébsamen, y que por ese trascendental motivo pedagógico, a nuestra ciudad se le distinguió con el título de la Atenas de México.

Por las virtudes que le caracterizaron y su impecable desempeño como mandatario 1884-1892, su personalidad merece gratitud en la memoria colectiva de las presentes y futuras generaciones al cumplirse el diecisiete de marzo próximo, 127 años de ocurrido su deceso en esta bella ciudad de flores, libros, estudiantes y monumentos cívicos que aguardan nuestra vigorosa presencia y justo reconocimiento.

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