/ miércoles 12 de febrero de 2020

Michel Tournier, más allá de las profundidades metafísicas

Se la ha dado mucha importancia al contenido filosófico de las ficciones del escritor francés, pero también es importante leerlas superficialmente

Hace ya más de cuarenta años, cuando trabajaba yo como lector en la Universidad de Toulouse-le Mirail, una estudiante me recomendó que leyera Vendredi ou les limbes du Pacifique (1967), por lo que me compré un ejemplar de bolsillo que empecé a descifrar con ayuda de un Larousse también de bolsillo.

Me encontré así con un escritor que no solo reelaboró la historia de Robinson Crusoé de Daniel Defoe, sino también la de los Reyes Magos y Herodes en Melchior, Gaspard et Balthazar (1980), y también hizo variaciones de la historia de Adán en algunos cuentos; además, reescribió la historia de Pierrot y Colombina y recreó un poema de Víctor Hugo remplazando el final.

Nació en 1924 y era hijo de germanistas que lo llevaban desde niño a Alemania; además, durante la guerra tuvieron que alojar en St. Germain en Laye a una veintena de soldados alemanes, que se daban la gran vida, mientras la familia y empleados se confinaban en unas cuantas habitaciones; en verano, se iban a una aldea en la costa de Normandía, pero la bicicleta no cabía en el viejo Citröen de su madre, y el pequeño Michel tenía que echarse solo el trayecto, unos 200 kilómetros.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, Tournier estudió filosofía en Tübingen pero no logró aprobar la agregación, el concurso que anualmente se organiza en Francia para reclutar a los docentes de las universidades y empezó a trabajar para la radio; más tarde obtuvo un puesto en la editorial Plon como lector y traductor del alemán (sobre todo de la obra de Erich María Remarque).

Desde 1957 se instaló en un presbiterio desocupado que compró en Choisel, en el valle de la Chevreuse, y ahí se dedicó a escribir, pero solo publicó Vendredi años después, en 1967; la novela obtuvo el premio de la academia francesa y fue aclamada por la crítica. Tres años después Le roi des Aulnes (El rey de los alisos) obtuvo el Premio Goncourt, algo que, como reconoció, cambió su vida porque trajo consigo ventas y regalías y él se pudo comprar un apartamento en Arles.

Al siguiente año publicó Vendredi ou la vie sauvage (1971), una versión depurada y mejorada de su primera novela destinada a los jóvenes, de la que se han vendido más de 7 millones de ejemplares, y que se lee en los liceos franceses, donde Tournier se presentaba con frecuencia para hablar con sus lectores. También iba a leer en las prisiones, por cierto.

En total escribió nueve novelas y una especie de autobiografía, Le vent Paraclet (1978), que es una serie de ensayos sobre sus obras; también, unos cuantos libros de cuentos y relatos para adultos y niños, además de varios libros de ensayos.

Tournier empezó a tomar fotos con una Kodak que recibió como regalo cuando tenía ocho años, luego conoció a los más importantes artistas de la lente y se dio cuenta de que no tenía su talento; sin embargo, a principios de los sesentas, cuando trabajaba en la televisión les dedicó una serie de emisiones titulada “Cámara oscura” y llegó a grabar más de un centenar de entrevistas; ese año organizó el primer festival de fotografía, los Rencontres d’Arles, que siguen realizándose.

Entrevistado al final de su vida, lamentó no haber aprendido inglés de niño ni a tocar algún instrumento, a diferencia de sus hermanos. Se sabía de memoria partituras enteras, y en la soledad de su presbiterio lo hubiera confortado poder interpretarlas. También hubiera querido aprender a jugar tenis.

Sobre todo escribió novelas, pero consideraba al cuento como “el género supremo” y elogiaba su densidad y su misterio. Opinaba que “un cuento perfecto es corto y luminoso, se parece mucho a un poema”.

Se había propuesto “escribir historias que tuvieran el olor del fuego, de los hongos de otoño o del pelo mojado de los animales, pero esas historias deberían estar secretamente movidas por los resortes de la ontología y de la lógica material. (La dimensión mythologique)”.

Desafortunadamente, se le ha dado demasiada importancia al contenido filosófico de sus ficciones, y lo que yo propongo es leerlas superficialmente para no perdernos en sus profundidades metafísicas.

Hace ya más de cuarenta años, cuando trabajaba yo como lector en la Universidad de Toulouse-le Mirail, una estudiante me recomendó que leyera Vendredi ou les limbes du Pacifique (1967), por lo que me compré un ejemplar de bolsillo que empecé a descifrar con ayuda de un Larousse también de bolsillo.

Me encontré así con un escritor que no solo reelaboró la historia de Robinson Crusoé de Daniel Defoe, sino también la de los Reyes Magos y Herodes en Melchior, Gaspard et Balthazar (1980), y también hizo variaciones de la historia de Adán en algunos cuentos; además, reescribió la historia de Pierrot y Colombina y recreó un poema de Víctor Hugo remplazando el final.

Nació en 1924 y era hijo de germanistas que lo llevaban desde niño a Alemania; además, durante la guerra tuvieron que alojar en St. Germain en Laye a una veintena de soldados alemanes, que se daban la gran vida, mientras la familia y empleados se confinaban en unas cuantas habitaciones; en verano, se iban a una aldea en la costa de Normandía, pero la bicicleta no cabía en el viejo Citröen de su madre, y el pequeño Michel tenía que echarse solo el trayecto, unos 200 kilómetros.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, Tournier estudió filosofía en Tübingen pero no logró aprobar la agregación, el concurso que anualmente se organiza en Francia para reclutar a los docentes de las universidades y empezó a trabajar para la radio; más tarde obtuvo un puesto en la editorial Plon como lector y traductor del alemán (sobre todo de la obra de Erich María Remarque).

Desde 1957 se instaló en un presbiterio desocupado que compró en Choisel, en el valle de la Chevreuse, y ahí se dedicó a escribir, pero solo publicó Vendredi años después, en 1967; la novela obtuvo el premio de la academia francesa y fue aclamada por la crítica. Tres años después Le roi des Aulnes (El rey de los alisos) obtuvo el Premio Goncourt, algo que, como reconoció, cambió su vida porque trajo consigo ventas y regalías y él se pudo comprar un apartamento en Arles.

Al siguiente año publicó Vendredi ou la vie sauvage (1971), una versión depurada y mejorada de su primera novela destinada a los jóvenes, de la que se han vendido más de 7 millones de ejemplares, y que se lee en los liceos franceses, donde Tournier se presentaba con frecuencia para hablar con sus lectores. También iba a leer en las prisiones, por cierto.

En total escribió nueve novelas y una especie de autobiografía, Le vent Paraclet (1978), que es una serie de ensayos sobre sus obras; también, unos cuantos libros de cuentos y relatos para adultos y niños, además de varios libros de ensayos.

Tournier empezó a tomar fotos con una Kodak que recibió como regalo cuando tenía ocho años, luego conoció a los más importantes artistas de la lente y se dio cuenta de que no tenía su talento; sin embargo, a principios de los sesentas, cuando trabajaba en la televisión les dedicó una serie de emisiones titulada “Cámara oscura” y llegó a grabar más de un centenar de entrevistas; ese año organizó el primer festival de fotografía, los Rencontres d’Arles, que siguen realizándose.

Entrevistado al final de su vida, lamentó no haber aprendido inglés de niño ni a tocar algún instrumento, a diferencia de sus hermanos. Se sabía de memoria partituras enteras, y en la soledad de su presbiterio lo hubiera confortado poder interpretarlas. También hubiera querido aprender a jugar tenis.

Sobre todo escribió novelas, pero consideraba al cuento como “el género supremo” y elogiaba su densidad y su misterio. Opinaba que “un cuento perfecto es corto y luminoso, se parece mucho a un poema”.

Se había propuesto “escribir historias que tuvieran el olor del fuego, de los hongos de otoño o del pelo mojado de los animales, pero esas historias deberían estar secretamente movidas por los resortes de la ontología y de la lógica material. (La dimensión mythologique)”.

Desafortunadamente, se le ha dado demasiada importancia al contenido filosófico de sus ficciones, y lo que yo propongo es leerlas superficialmente para no perdernos en sus profundidades metafísicas.

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