/ martes 29 de enero de 2019

Neblina morada / Foucault en Zongolica

Seis años de una agresiva política de difusión y publicación que se evaluará al final del sexenio, son suficientes para sembrar las bases de un país más culto

He visto las reacciones –por increíble que parezca– de escritores e intelectuales acerca del programa de lectura del compañero presidente Peje; objetan que no por abaratar las lecturas los libros se leerán más, que afectará la producción de quienes viven de esto, y otros argumentos.

Tal parece que estaban cómodos con los 30 años de neoliberalismo, donde se olvidó, se encareció y se tornó elitista la lectura, y permeó la corrupción allí como en todos los ámbitos de la vida pública. Recordemos que durante el gobierno de Peña se regalaban pantallas de TV, ahora casi se obsequiarán libros. Aquellos apelaban a fomentar la ignorancia; éstos, el saber.

Esa falsa creencia que la política de estado suprimirá la industria editorial o acabará con los consorcios trasnacionales es divertida. Para quienes busquen libros caros, novedades, o modas, seguirá existiendo esta opción. Para los pobres habrá un festín de obras clásicas y modernas accesibles. El hecho de pedir que las grandes editoriales bajen sus precios es loable: hoy cuestan de trescientos para arriba, hasta mil pesos, y muchos aunque los necesitemos no los podemos comprar. Se ha disparado el precio del libro por el neoliberalismo y la comercialización que no necesariamente conlleva calidad. Es una mercancía más.

Pondero el que lleguen los libros a los sitios más apartados, los municipios y pueblos serranos y del campo. Creo que tenerlos a mano es una tentación y por curiosidad lograr abrir el camino de la literatura, las ciencias, la historia. Por poner un ejemplo, cuando se fundó en el FCE la colección Lecturas mexicanas, en todas las series, y que se distribuyeron en puestos de periódicos, se leyó como nunca a nuestros autores clásicos. Taibo II, dice que habrá 150 librerías en el país repartidas en sitios donde se requiere; tan solo en Xalapa por ejemplo, hay más librerías que en todos los estados del norte del país. La accesibilidad del libro, su presencia manifiesta, lo hace factible de pertenencia, de lectura. Otro tema, poco atendido, es la competencia por el libro electrónico que así, retomará su tradición impresa masiva. Lo encuentro fascinante. Libros descontinuados, esenciales, que ya no se hallan, volverán a circular en reediciones.

En mi ciudad llegué a ver a mecánicos, comerciantes, marchantes de mercado, comprar y leer a Monsivais, Rulfo, Fuentes, Paz, etcétera por Lecturas mexicanas del FCE. Muchos se hicieron del hábito de leer. Paco Ignacio Taibo II, tan denostado por un sector de intelectuales conservadores, tiene claro su proyecto popular de lectura, lo comparan con Vasconcelos para mal por su sueño de llevar los clásicos a un pueblo analfabeta, que fracasó en los albores del siglo XX. Empero, las condiciones y el contexto son otros: la era moderna hace más factible el dotar a los marginados del instrumento del saber. Saber que es placer.

Seis años de una agresiva política de difusión y publicación que se evaluará al final del sexenio, son suficientes para sembrar las bases de un país más culto. Habrá una sociedad más crítica e informada, y eso, es mejor que el elitismo, la indiferencia y la ignorancia. Como decía el amigo de AMLO, Chema Pérez Gay, ese enorme intelectual, “la literatura es el lugar más entrañable de la existencia”.

bardamu64@hotmail.com

He visto las reacciones –por increíble que parezca– de escritores e intelectuales acerca del programa de lectura del compañero presidente Peje; objetan que no por abaratar las lecturas los libros se leerán más, que afectará la producción de quienes viven de esto, y otros argumentos.

Tal parece que estaban cómodos con los 30 años de neoliberalismo, donde se olvidó, se encareció y se tornó elitista la lectura, y permeó la corrupción allí como en todos los ámbitos de la vida pública. Recordemos que durante el gobierno de Peña se regalaban pantallas de TV, ahora casi se obsequiarán libros. Aquellos apelaban a fomentar la ignorancia; éstos, el saber.

Esa falsa creencia que la política de estado suprimirá la industria editorial o acabará con los consorcios trasnacionales es divertida. Para quienes busquen libros caros, novedades, o modas, seguirá existiendo esta opción. Para los pobres habrá un festín de obras clásicas y modernas accesibles. El hecho de pedir que las grandes editoriales bajen sus precios es loable: hoy cuestan de trescientos para arriba, hasta mil pesos, y muchos aunque los necesitemos no los podemos comprar. Se ha disparado el precio del libro por el neoliberalismo y la comercialización que no necesariamente conlleva calidad. Es una mercancía más.

Pondero el que lleguen los libros a los sitios más apartados, los municipios y pueblos serranos y del campo. Creo que tenerlos a mano es una tentación y por curiosidad lograr abrir el camino de la literatura, las ciencias, la historia. Por poner un ejemplo, cuando se fundó en el FCE la colección Lecturas mexicanas, en todas las series, y que se distribuyeron en puestos de periódicos, se leyó como nunca a nuestros autores clásicos. Taibo II, dice que habrá 150 librerías en el país repartidas en sitios donde se requiere; tan solo en Xalapa por ejemplo, hay más librerías que en todos los estados del norte del país. La accesibilidad del libro, su presencia manifiesta, lo hace factible de pertenencia, de lectura. Otro tema, poco atendido, es la competencia por el libro electrónico que así, retomará su tradición impresa masiva. Lo encuentro fascinante. Libros descontinuados, esenciales, que ya no se hallan, volverán a circular en reediciones.

En mi ciudad llegué a ver a mecánicos, comerciantes, marchantes de mercado, comprar y leer a Monsivais, Rulfo, Fuentes, Paz, etcétera por Lecturas mexicanas del FCE. Muchos se hicieron del hábito de leer. Paco Ignacio Taibo II, tan denostado por un sector de intelectuales conservadores, tiene claro su proyecto popular de lectura, lo comparan con Vasconcelos para mal por su sueño de llevar los clásicos a un pueblo analfabeta, que fracasó en los albores del siglo XX. Empero, las condiciones y el contexto son otros: la era moderna hace más factible el dotar a los marginados del instrumento del saber. Saber que es placer.

Seis años de una agresiva política de difusión y publicación que se evaluará al final del sexenio, son suficientes para sembrar las bases de un país más culto. Habrá una sociedad más crítica e informada, y eso, es mejor que el elitismo, la indiferencia y la ignorancia. Como decía el amigo de AMLO, Chema Pérez Gay, ese enorme intelectual, “la literatura es el lugar más entrañable de la existencia”.

bardamu64@hotmail.com

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