/ martes 15 de enero de 2019

Neblina Morada / El guionista como mago

Escribir sin tomar en cuenta al sujeto a quien va dirigida la obra propicia la esterilidad

Al menos entendida como la carencia de una propuesta propia, de un mundo personal, cuando se reproduce la fórmula, lo que ha resultado rentable y se ha comprobado como aceptado por el gran público.

Es decir, la orientación va en términos de reproducción de ideologías, de códigos reconocibles, de esquemas socorridos. Cuando esto no sucede y existe un compromiso con la escritura misma, que pasa necesariamente por la necesidad de situar un lector-espectador ideal, entonces ocurre un desface, una ruptura que en la propuesta de los Coen deviene en tragicomedia. La caída de Barton al limbo se da por su rebelión hacia las reglas de la industria –y por ende de lo que representa: el modelo ideal de la cultura de occidente–.

De ser un autor exitoso y con futuro termina como un hombre confuso casi al borde de la esquizofrenia, escritor denostado y devaluado, presa de una gran corporación donde ya no tiene identidad, mucho menos creatividad.

Él “pertenece“ a la compañía. Y aquí recuerda a la cinta de Terry Gilliam, Brazil, donde el hombre no es más que un engranaje de la maquinaria. Y donde los sueños se confrontan con la realidad real de manera radical. El “hombre común” acaso es una quimera, está ausente en un sistema como el estadounidense que por otro lado es un ente modélico.

Ese hombre común, irónicamente, puede ser un asesino. Un sicópata. Y no tiene el menor interés por lo que se diga de él. O no se reconoce en lo que de él se dice. El incendio del hotel, queda entonces como una metáfora de la esterilidad. Es como el roza-tumba-quema de los bosques mexicanos donde los campesinos acaban con espacios verdes para iniciar un ciclo nuevo de siembra que culminada la cosecha quedará inservible.

La muerte y el crimen posibilitan la creación de un guion magistral. La esterilidad de la muerte subyace en la creación de la vida. Sólo cuando Barton asimila el crimen y tiene ante sí la cabeza cercenada puede crear su obra maestra. De la destrucción con el incendio, aparece ese ente furioso que es el hombre común a que tanto apela Barton en una tradición romántica, ya señalada por los surrealistas.

Realizada con un ejercicio de estilo portentoso, los Coen, en esta película acentúan tanto los caracteres como sostienen la tensión dramática. Por ejemplo cuando Barton cae golpeado por el marinero y un músico toca la trompeta, ésta disuelve hacia la profundidad del pasillo del hotel en un recurso notable. Los movimientos de cámara, así como el casting fueron acertados. Pero sin duda una película sobre los guionistas, tiene su mejor parte en el guion.

Pocas veces asistimos con tal crudeza hacia la representación de las vicisitudes de un escritor de cine. Aquí a pesar de estar situada en los años 40 no pierde vigencia. Una reflexión sobre lo que significa ser un ganador –que en este caso deviene perdedor– en Hollywood. Alguien ajeno a la parafernalia y el glamour y dedicado a la sinceridad como sustento de una vocación. Un autor comprometido con la creación misma y perdido entre el laberinto de intereses creados.

Un talentoso exiliado entre la estulticia y la mediocridad imperante en la industria, en la cual no tiene cabida. Un apóstata del american way life, que no perdona la disidencia y la sinceridad. Barton, en este caso volcado a su trabajo de creación, incluso elude su responsabilidad cómplice en un crimen porque lo único que importa es la obra. Por ello no sale a recibir los aplausos en Broadway; el autor no interesa: importa la obra. Importa el público; ése que lo desconoce y a quien no le interesa el escritor realmente. Ese hombre común tan inasible y complejo que Barton quería rescatar del anonimato a expensas aún de su propia conciencia.

Idelsan_7@yahoo.com.mx

Al menos entendida como la carencia de una propuesta propia, de un mundo personal, cuando se reproduce la fórmula, lo que ha resultado rentable y se ha comprobado como aceptado por el gran público.

Es decir, la orientación va en términos de reproducción de ideologías, de códigos reconocibles, de esquemas socorridos. Cuando esto no sucede y existe un compromiso con la escritura misma, que pasa necesariamente por la necesidad de situar un lector-espectador ideal, entonces ocurre un desface, una ruptura que en la propuesta de los Coen deviene en tragicomedia. La caída de Barton al limbo se da por su rebelión hacia las reglas de la industria –y por ende de lo que representa: el modelo ideal de la cultura de occidente–.

De ser un autor exitoso y con futuro termina como un hombre confuso casi al borde de la esquizofrenia, escritor denostado y devaluado, presa de una gran corporación donde ya no tiene identidad, mucho menos creatividad.

Él “pertenece“ a la compañía. Y aquí recuerda a la cinta de Terry Gilliam, Brazil, donde el hombre no es más que un engranaje de la maquinaria. Y donde los sueños se confrontan con la realidad real de manera radical. El “hombre común” acaso es una quimera, está ausente en un sistema como el estadounidense que por otro lado es un ente modélico.

Ese hombre común, irónicamente, puede ser un asesino. Un sicópata. Y no tiene el menor interés por lo que se diga de él. O no se reconoce en lo que de él se dice. El incendio del hotel, queda entonces como una metáfora de la esterilidad. Es como el roza-tumba-quema de los bosques mexicanos donde los campesinos acaban con espacios verdes para iniciar un ciclo nuevo de siembra que culminada la cosecha quedará inservible.

La muerte y el crimen posibilitan la creación de un guion magistral. La esterilidad de la muerte subyace en la creación de la vida. Sólo cuando Barton asimila el crimen y tiene ante sí la cabeza cercenada puede crear su obra maestra. De la destrucción con el incendio, aparece ese ente furioso que es el hombre común a que tanto apela Barton en una tradición romántica, ya señalada por los surrealistas.

Realizada con un ejercicio de estilo portentoso, los Coen, en esta película acentúan tanto los caracteres como sostienen la tensión dramática. Por ejemplo cuando Barton cae golpeado por el marinero y un músico toca la trompeta, ésta disuelve hacia la profundidad del pasillo del hotel en un recurso notable. Los movimientos de cámara, así como el casting fueron acertados. Pero sin duda una película sobre los guionistas, tiene su mejor parte en el guion.

Pocas veces asistimos con tal crudeza hacia la representación de las vicisitudes de un escritor de cine. Aquí a pesar de estar situada en los años 40 no pierde vigencia. Una reflexión sobre lo que significa ser un ganador –que en este caso deviene perdedor– en Hollywood. Alguien ajeno a la parafernalia y el glamour y dedicado a la sinceridad como sustento de una vocación. Un autor comprometido con la creación misma y perdido entre el laberinto de intereses creados.

Un talentoso exiliado entre la estulticia y la mediocridad imperante en la industria, en la cual no tiene cabida. Un apóstata del american way life, que no perdona la disidencia y la sinceridad. Barton, en este caso volcado a su trabajo de creación, incluso elude su responsabilidad cómplice en un crimen porque lo único que importa es la obra. Por ello no sale a recibir los aplausos en Broadway; el autor no interesa: importa la obra. Importa el público; ése que lo desconoce y a quien no le interesa el escritor realmente. Ese hombre común tan inasible y complejo que Barton quería rescatar del anonimato a expensas aún de su propia conciencia.

Idelsan_7@yahoo.com.mx

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