/ martes 14 de agosto de 2018

Neblina Morada/ Stendhal y la adolescencia perpetua

En diez años escribió obras maestras, y por otro lado incubaba el papel de dandy (que le haría acercarse a Balzac, más joven que él). Poseía un fervor por Italia enfermizo, se sentía parte de otra época (el siglo XVIII)

Irving Ramírez

Aclarar que hay escritores póstumos es argüir que también los hay filósofos, en este último caso está Nietzsche, quien por cierto admiraba profundamente a Stendhal y aprendió de él más que de otros filósofos. Henry Beyle se adelantó a su época no sólo porque prefiguró el psicoanálisis, y planteó novelas cuasi filosóficas, sino por su estilo literario. Despreció la estética de su tiempo y se colocó a distancia de sus contemporáneos al rechazar cualquier referencia costumbrista y descripciones morosas banales, tan caras a Balzac, por ejemplo; a Alfred de Vigni, Chuteubriand y Eugéne Sue. Dosificó su prosa en un estilo directo que sólo narraba lo esencial para sus personajes y que establecía como marco de referencia el punto de vista de éstos, limitado sí pero de un alcance mucho mayor que cualquier narrador omnisciente. Stendhal concibió varias obras maestras, la autobiográfica bildünsroman, Vida de Henry Brulard, Rojo y Negro y La cartuja de Parma que, dicen, dictó en sólo siete semanas. Además de ensayos y crónicas varias sobre el amor, Las Crónicas italianas, sobre Napoleón su gran referente vital y literario, y sus cartas a su hermana Pauline.

Tenía tres leit motiv en su vida: la gloria literaria, la aventura napoleónica y el amor. Merimeé dijo: “nunca lo vi sin estar enamorado o convencido de que lo estaba”, y esa era una de las motivaciones más fuertes de nuestro autor, su fuerza avasalladora. Huérfano de madre a los siete años, incubó un freudiano desprecio al padre; a los diecisiete años marchaba en el ejército de Napoleón en sus gestas conquistadoras por Europa. Enfermó de Gota, y más tarde de sífilis, pero nunca se venció. A pesar de que no obtuvo reconocimiento hasta el final de su vida, su propio orgullo le dotaba de un valor supremo que él sabía, poseía.

En diez años escribió obras maestras, y por otro lado incubaba el papel de dandy (que le haría acercarse a Balzac, más joven que él). Poseía un fervor por Italia enfermizo, se sentía parte de otra época (el siglo XVIII), y de otro país (Italia) y no de Francia, pero en realidad pertenecía al futuro. Ese desarraigo tenía como corolario un sentido crítico de su tiempo, una trasvasada manía por difuminarse en estadios ajenos, como la ficción novelesca.

Su sentido del heroísmo, de la fuerza interior, lo dotaban de un aire profundo de trascendencia, el individuo luchaba por sobrepasar la historia, por rebasar la sociedad, ya fuere con la ambición de un Julien Sorel en Rojo y Negro, ya por la gloria guerrera de Fabrizio del Dongo en La Cartuja de Parma, o el Lucien Leuwen con su búsqueda de identidad; éstos nunca se vencen, acaso son derrotados. Stendhal domina el caos, de ahí que Cioran lo admirase. Sus inquietudes parten de los sentimientos más íntimos, por ello se reflejan en el lector; todo en él es contradicción, complejidad interior, buscaba la claridad y la sencillez expresiva; a su hermana le escribió que “uno no debe escribir a menos que tenga cosas qué decir, que sean grandes o profundamente bellas; y entonces debe decirlas con la máxima sencillez, como si quisiera evitar que llamasen la atención. Esto es lo contrario de lo que hacen todos los necios de este siglo, pero es lo que hacen todos los grandes hombres”.

Sus ideas, que aparecen en sus novelas, sobre el amor, la historia, la razón, etcétera, son portentos de índole filosófica que no han claudicado con el tiempo. Su esencia volátil, impredecible, despreocupada y soñadora lo hicieron un adolescente perpetuo que obraba lo mismo de acuerdo a sus exageraciones emotivas que a sus impulsos más genuinos, en aras del movimiento y de la sorpresa ligera del mundo.

Bardamu64@hotmail.com


Irving Ramírez

Aclarar que hay escritores póstumos es argüir que también los hay filósofos, en este último caso está Nietzsche, quien por cierto admiraba profundamente a Stendhal y aprendió de él más que de otros filósofos. Henry Beyle se adelantó a su época no sólo porque prefiguró el psicoanálisis, y planteó novelas cuasi filosóficas, sino por su estilo literario. Despreció la estética de su tiempo y se colocó a distancia de sus contemporáneos al rechazar cualquier referencia costumbrista y descripciones morosas banales, tan caras a Balzac, por ejemplo; a Alfred de Vigni, Chuteubriand y Eugéne Sue. Dosificó su prosa en un estilo directo que sólo narraba lo esencial para sus personajes y que establecía como marco de referencia el punto de vista de éstos, limitado sí pero de un alcance mucho mayor que cualquier narrador omnisciente. Stendhal concibió varias obras maestras, la autobiográfica bildünsroman, Vida de Henry Brulard, Rojo y Negro y La cartuja de Parma que, dicen, dictó en sólo siete semanas. Además de ensayos y crónicas varias sobre el amor, Las Crónicas italianas, sobre Napoleón su gran referente vital y literario, y sus cartas a su hermana Pauline.

Tenía tres leit motiv en su vida: la gloria literaria, la aventura napoleónica y el amor. Merimeé dijo: “nunca lo vi sin estar enamorado o convencido de que lo estaba”, y esa era una de las motivaciones más fuertes de nuestro autor, su fuerza avasalladora. Huérfano de madre a los siete años, incubó un freudiano desprecio al padre; a los diecisiete años marchaba en el ejército de Napoleón en sus gestas conquistadoras por Europa. Enfermó de Gota, y más tarde de sífilis, pero nunca se venció. A pesar de que no obtuvo reconocimiento hasta el final de su vida, su propio orgullo le dotaba de un valor supremo que él sabía, poseía.

En diez años escribió obras maestras, y por otro lado incubaba el papel de dandy (que le haría acercarse a Balzac, más joven que él). Poseía un fervor por Italia enfermizo, se sentía parte de otra época (el siglo XVIII), y de otro país (Italia) y no de Francia, pero en realidad pertenecía al futuro. Ese desarraigo tenía como corolario un sentido crítico de su tiempo, una trasvasada manía por difuminarse en estadios ajenos, como la ficción novelesca.

Su sentido del heroísmo, de la fuerza interior, lo dotaban de un aire profundo de trascendencia, el individuo luchaba por sobrepasar la historia, por rebasar la sociedad, ya fuere con la ambición de un Julien Sorel en Rojo y Negro, ya por la gloria guerrera de Fabrizio del Dongo en La Cartuja de Parma, o el Lucien Leuwen con su búsqueda de identidad; éstos nunca se vencen, acaso son derrotados. Stendhal domina el caos, de ahí que Cioran lo admirase. Sus inquietudes parten de los sentimientos más íntimos, por ello se reflejan en el lector; todo en él es contradicción, complejidad interior, buscaba la claridad y la sencillez expresiva; a su hermana le escribió que “uno no debe escribir a menos que tenga cosas qué decir, que sean grandes o profundamente bellas; y entonces debe decirlas con la máxima sencillez, como si quisiera evitar que llamasen la atención. Esto es lo contrario de lo que hacen todos los necios de este siglo, pero es lo que hacen todos los grandes hombres”.

Sus ideas, que aparecen en sus novelas, sobre el amor, la historia, la razón, etcétera, son portentos de índole filosófica que no han claudicado con el tiempo. Su esencia volátil, impredecible, despreocupada y soñadora lo hicieron un adolescente perpetuo que obraba lo mismo de acuerdo a sus exageraciones emotivas que a sus impulsos más genuinos, en aras del movimiento y de la sorpresa ligera del mundo.

Bardamu64@hotmail.com


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