/ lunes 3 de diciembre de 2018

Nubes que dejan sueños…

Javier pensaba que cuando las nubes bajan a la montaña vienen a dejarle a las personas nuevas historias que se sueñan cada noche

Los sábados y los domingos Javier se ocupaba de distraerse un poco acompañando a su abuelo a la loma. Allá tenían la siembra de frijol y Javier contó una vez que le gustaba cuando las nubes bajaban al frijolar y cómo poco a poco todo se cubría de blanco. La primera vez dijo que se impresionó tanto que su abuelo le recomendó que no temiera, que la neblina buscaba esconderse entre la montaña, pero que el aire la buscaría y pronto la sacaría de ahí. El abuelo le contaba tantas historias relacionadas con los árboles y los pájaros, el arroyo y los cultivos, el sol, la luna y las nubes, hasta de la lluvia y del viento, de los conejos y de los coyotes. Al abuelo de Javier le gustaba ver al nieto impresionado, abriendo los ojos e impresionándose de escuchar tanto relato, algunos de su invención y otros más que un tío hace muchos años le contaba después de haber cenado y alumbrándose en la mesa por la débil luz de un candil.

Y una noche de noviembre mientras un fuerte viento sacudía los árboles de la montaña el abuelo le decía a Javier que en el siguiente amanecer no habría pájaros cantando porque el viento los obligaba a salir volando, a buscar un sitio donde no soplara tanto. Ya lo notarás mañana, hijo, cuando no escuches el canto y no las veas volar cerca de la siembra.

Llegarán pronto cuando el viento haya pasado, buscarán los frutos que resistieron ante la furia de las rachas y otros volarán alrededor del árbol donde habían dejado el nido. Así lo hacen, y si el viento destruyó el refugio habrá que empezar a buscar hebra por hebra para volver a hacerlo. Y no se cansan, vuelven a piar alegres y a acomodar meticulosamente las hebras de pasto para rehacer el nido. Por eso, ahora buscan un lugar seguro para que otro viento no venza su lugar de sueño y descanso, desde donde contemplan la vida que sucede abajo cuando por un rato no quieren volar o cuando es tiempo de empollar.

Por eso a Javier le gustaba acompañar al abuelo al frijolar. Porque en el instante menos pensado le narraba una nueva historia.

Javier pensaba que cuando las nubes bajan a la montaña vienen a dejarle a las personas nuevas historias que se sueñan cada noche.

josecruzdominguez@gmail.com

Los sábados y los domingos Javier se ocupaba de distraerse un poco acompañando a su abuelo a la loma. Allá tenían la siembra de frijol y Javier contó una vez que le gustaba cuando las nubes bajaban al frijolar y cómo poco a poco todo se cubría de blanco. La primera vez dijo que se impresionó tanto que su abuelo le recomendó que no temiera, que la neblina buscaba esconderse entre la montaña, pero que el aire la buscaría y pronto la sacaría de ahí. El abuelo le contaba tantas historias relacionadas con los árboles y los pájaros, el arroyo y los cultivos, el sol, la luna y las nubes, hasta de la lluvia y del viento, de los conejos y de los coyotes. Al abuelo de Javier le gustaba ver al nieto impresionado, abriendo los ojos e impresionándose de escuchar tanto relato, algunos de su invención y otros más que un tío hace muchos años le contaba después de haber cenado y alumbrándose en la mesa por la débil luz de un candil.

Y una noche de noviembre mientras un fuerte viento sacudía los árboles de la montaña el abuelo le decía a Javier que en el siguiente amanecer no habría pájaros cantando porque el viento los obligaba a salir volando, a buscar un sitio donde no soplara tanto. Ya lo notarás mañana, hijo, cuando no escuches el canto y no las veas volar cerca de la siembra.

Llegarán pronto cuando el viento haya pasado, buscarán los frutos que resistieron ante la furia de las rachas y otros volarán alrededor del árbol donde habían dejado el nido. Así lo hacen, y si el viento destruyó el refugio habrá que empezar a buscar hebra por hebra para volver a hacerlo. Y no se cansan, vuelven a piar alegres y a acomodar meticulosamente las hebras de pasto para rehacer el nido. Por eso, ahora buscan un lugar seguro para que otro viento no venza su lugar de sueño y descanso, desde donde contemplan la vida que sucede abajo cuando por un rato no quieren volar o cuando es tiempo de empollar.

Por eso a Javier le gustaba acompañar al abuelo al frijolar. Porque en el instante menos pensado le narraba una nueva historia.

Javier pensaba que cuando las nubes bajan a la montaña vienen a dejarle a las personas nuevas historias que se sueñan cada noche.

josecruzdominguez@gmail.com

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