/ viernes 15 de noviembre de 2019

Sinfoniando y de Concierto/Las afugias de Beethoven y su sordera

A los 42 años, el compositor era totalmente sordo, pero libre para crear e imaginar un sinfín de mundos sonoros

Buenos días, amable lector. Para este fin de semana propongo una breve discusión de uno de los fenómenos más discutidos y fascinantes en la música sinfónica: la sordera de Beethoven.

Nacido en 1770, ya de joven Beethoven era reconocido como uno de los músicos más importantes desde Mozart. A los 23 años estudiaba con Haydn y era celebrado en Europa como un pianista virtuoso. Empieza aquí su verdadero suplicio. Poco después de presentar su 1ª Sinfonía, despuntando en Viena su carrera como compositor, comenzó a notar los primeros síntomas de su sordera. A los 26 años Beethoven ya escuchaba zumbidos y crujidos en sus oídos. A los 32, ya temía quedarse total e irremediablemente sordo.

Se desconoce la causa exacta de su dolencia. Las teorías van desde un caso severo de sífilis hasta una intoxicación por plomo, pasando por tifus y complicaciones gastrointestinales, incluso culpando a su inusual hábito de sumergir la cabeza en agua fría para mantenerse despierto durante sus extenuantes horas de trabajo. Lo único cierto es que su dolencia se agravó de manera progresiva. Las frecuencias que oía con dificultad las iba utilizando menos. Al principio, la pérdida de audición empezó con las notas más agudas. A medida que la sordera avanzaba, el compositor favoreció frecuencias medias y bajas.

Consciente de su contrariedad, en una carta llena de angustia dirigida a sus dos hermanos se refiere incluso a la posibilidad de suicidarse.

No podría forzarme a decir a los demás: hable más alto, grite, porque estoy sordo… la humillación cuando alguien oyera una flauta… ¿y yo no oyese nada?... Si perteneciera a cualquier otra profesión, sería más fácil. Pero en mi caso, se convierte en un tormento espantoso.

Lejos de apartarse de la música, a la que concebía como una misión de origen divino, Beethoven triunfalmente decidió verter su vida entera en la música con una valentía cercana a lo heroico. Precisamente en 1803 compone su 3ª sinfonía, titulada "Eroica". Tomémonos la libertad de considerarla un manifiesto autobiográfico.

En su primer testamento (escrito a los 30 años) afirma con dramatismo: “Agarraré al destino por el cuello y lo desafiaré”. El inicio de la 4ª Sinfonía refleja este paulatino descenso a la oscuridad de un silencio impuesto interrumpido por el grito vigoroso de un artista que no se rinde ante sus vicisitudes.

Durante los siguientes años, a pesar de su dolencia, siguió tocando el piano como solista y componiendo obras de una profundidad y fuerza sin precedentes. De esta época datan las magníficas 5ª, 6ª “Pastoral”, y 7ª Sinfonías. Aunque aparentemente todavía podía escuchar algunos discursos y música hasta 1812, para el momento que compone su 8ª Sinfonía, a la edad de 42 años, era ya completamente sordo.

¿Debemos entonces considerar su constante apuro, conjurando la idea de purgatorio siempre que imaginamos al compositor viendo músicos, pero obligado a imaginar la música? En su caso, es una cuestión de imaginación y memoria: Beethoven había escuchado y tocado música durante las primeras tres décadas de su vida, por lo que sabía con certeza cómo sonaban los instrumentos y las voces, y quizá tan importante, cómo funcionaban mejor juntos. Su mente era libre para crear e imaginar los mundos sonoros que nos enriquecen con su presencia dos siglos después.

En sus últimos años, ya sumido por completo en su sordera (murió a los 56), compuso algunas de sus mejores obras, incluidos los cinco últimos cuartetos de cuerda, la Missa Solemnis y la magnánima 9ª, su Sinfonía Coral. Qué manera de desafiar al silencio, y tomar por el cuello al destino.

Buenos días, amable lector. Para este fin de semana propongo una breve discusión de uno de los fenómenos más discutidos y fascinantes en la música sinfónica: la sordera de Beethoven.

Nacido en 1770, ya de joven Beethoven era reconocido como uno de los músicos más importantes desde Mozart. A los 23 años estudiaba con Haydn y era celebrado en Europa como un pianista virtuoso. Empieza aquí su verdadero suplicio. Poco después de presentar su 1ª Sinfonía, despuntando en Viena su carrera como compositor, comenzó a notar los primeros síntomas de su sordera. A los 26 años Beethoven ya escuchaba zumbidos y crujidos en sus oídos. A los 32, ya temía quedarse total e irremediablemente sordo.

Se desconoce la causa exacta de su dolencia. Las teorías van desde un caso severo de sífilis hasta una intoxicación por plomo, pasando por tifus y complicaciones gastrointestinales, incluso culpando a su inusual hábito de sumergir la cabeza en agua fría para mantenerse despierto durante sus extenuantes horas de trabajo. Lo único cierto es que su dolencia se agravó de manera progresiva. Las frecuencias que oía con dificultad las iba utilizando menos. Al principio, la pérdida de audición empezó con las notas más agudas. A medida que la sordera avanzaba, el compositor favoreció frecuencias medias y bajas.

Consciente de su contrariedad, en una carta llena de angustia dirigida a sus dos hermanos se refiere incluso a la posibilidad de suicidarse.

No podría forzarme a decir a los demás: hable más alto, grite, porque estoy sordo… la humillación cuando alguien oyera una flauta… ¿y yo no oyese nada?... Si perteneciera a cualquier otra profesión, sería más fácil. Pero en mi caso, se convierte en un tormento espantoso.

Lejos de apartarse de la música, a la que concebía como una misión de origen divino, Beethoven triunfalmente decidió verter su vida entera en la música con una valentía cercana a lo heroico. Precisamente en 1803 compone su 3ª sinfonía, titulada "Eroica". Tomémonos la libertad de considerarla un manifiesto autobiográfico.

En su primer testamento (escrito a los 30 años) afirma con dramatismo: “Agarraré al destino por el cuello y lo desafiaré”. El inicio de la 4ª Sinfonía refleja este paulatino descenso a la oscuridad de un silencio impuesto interrumpido por el grito vigoroso de un artista que no se rinde ante sus vicisitudes.

Durante los siguientes años, a pesar de su dolencia, siguió tocando el piano como solista y componiendo obras de una profundidad y fuerza sin precedentes. De esta época datan las magníficas 5ª, 6ª “Pastoral”, y 7ª Sinfonías. Aunque aparentemente todavía podía escuchar algunos discursos y música hasta 1812, para el momento que compone su 8ª Sinfonía, a la edad de 42 años, era ya completamente sordo.

¿Debemos entonces considerar su constante apuro, conjurando la idea de purgatorio siempre que imaginamos al compositor viendo músicos, pero obligado a imaginar la música? En su caso, es una cuestión de imaginación y memoria: Beethoven había escuchado y tocado música durante las primeras tres décadas de su vida, por lo que sabía con certeza cómo sonaban los instrumentos y las voces, y quizá tan importante, cómo funcionaban mejor juntos. Su mente era libre para crear e imaginar los mundos sonoros que nos enriquecen con su presencia dos siglos después.

En sus últimos años, ya sumido por completo en su sordera (murió a los 56), compuso algunas de sus mejores obras, incluidos los cinco últimos cuartetos de cuerda, la Missa Solemnis y la magnánima 9ª, su Sinfonía Coral. Qué manera de desafiar al silencio, y tomar por el cuello al destino.

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