/ domingo 9 de febrero de 2020

Crecer viendo fantasmas y dormir sin descansar: la vida de Arturo

Ahora de adulto asegura ser escéptico, no creer en fenómenos paranormales ni en apariciones, pero ve sombras, espectros, y personas muertas

Desde que tenía seis años, Arturo tiene conciencia de que ve cosas extrañas.

La primera vez que vi una figura fue como a los nueve años, en la casa de mis padres. Era una figura humana, pero como si fuera neblina, gris. La vi enfrente de mí y así como la vi, se desvaneció. Estaba en mi habitación, a oscuras y vi la silueta de un cuerpo humano, sin rostro. No me dio miedo. No supe qué había sido

“En la infancia siempre creí que todo esto era parte de un sueño o de mi imaginación. No tenía conciencia de lo que me pasaba”, me dice, y no recuerda más experiencias de esa época.

“De niño yo soñaba mucho, pero despertaba cansado. Yo no quería soñar, porque eso me representaba un cansancio físico, sin saber que esos sueños podían tener una explicación o prevenir un acontecimiento”.

Ha visto a su padre fallecido con la ropa que usaba frecuentemente, montado en su vehículo y lo ha escuchado en el ritual que cumplía todos los días en su casa, antes de irse a dormir: revisando que las puertas estuvieran cerradas, lo mismo que las llaves del agua de la cocina y apagando las luces de las habitaciones.

"En una ocasión lo vi y me dijo: vengo por ti. Al otro día tuve un accidente muy grave en mi vehículo, en donde me desvanecí y casi pierdo la vida”, cuenta. A lo largo de muchos años, Arturo ha visto a personas con sombreros, con overol, con trajes oscuros y hasta a una tía recién fallecida. A todos los ve quietos, callados, mirándolo, pero sólo en tres ocasiones ha tenido miedo y un gran escalofrío ha recorrido su cuerpo. En las otras veces las figuras aparecen y se pierden en cuestión de segundos.

Arturo dice que siempre ha sido escéptico, no cree en los fenómenos paranormales ni en apariciones, pero ve sombras, espectros, personas muertas, incluso en casas nuevas a donde ha llegado a vivir, porque por lo regular se le aparecían en casas viejas.

LAS GALLINAS DE LA CASONA DE ZAMORA

Cuenta que en una ocasión, mientras estudiaba en la Facultad, con 18 o 19 años, vivía en una casa muy vieja en la calle de Zamora, frente a la Primaria Enrique C. Rébsamen, de Xalapa. Una noche se encontraba trabajando en la cocina, como a la una de la mañana, escribiendo a máquina, cuando de pronto empezó a sentir un gran escalofrío.

Fue un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. En esa casa, que era una pensión, la señora tenía un patio con gallinas y en ese momento vi que las gallinas empezaron a subir las escaleras, calmadas, en fila, una tras otra, y pasaron frente a mí. Pensé: ellas no andan de noche y menos en filita, algo está pasando. En ese momento tomé mis cosas, mi máquina, mis hojas, apagué la luz y me fui a dormir, porque sentí la presencia de algo o de alguien. No sé qué era, pero era algo

—¿Tú creías en fantasmas o espíritus?

“No creía, porque son cosas que no tienen explicación y sobre todo por la formación religiosa que he recibido. Esas cosas las asociamos al mal o simplemente no creemos en ellas. Si hay alguna explicación, pensamos que es el mal, es el Maligno el que está ahí”.

En esa misma casa de Zamora, añade Arturo Velasco, en otra ocasión, en la recámara que ocupaba, con muebles muy antiguos, empezó a escuchar un ruido que pegaba en su cama: pá, pá, pá.

“Yo estaba muy cansado de tanta tarea y ya me estaba quedando dormido, pero ese ruido no me dejaba. Pensé que lo que sonaba era la figura de un Cristo que estaba en la cabecera. Entonces me paré y lo agarré para que ya no sonara, pero cuál fue mi sorpresa, que se seguían escuchando los golpes en la cabecera, pá, pá, pá”.

“Era una cabecera de latón antiguo”, indica. “Seguían golpeando la cabecera pero no había nadie en esa habitación, solo yo. Me levanté, prendí la luz y no descubrí nada, pero nunca supe qué pasó, quién golpeaba mi cabecera”.

Otra cosa que recuerda de esa casona vieja de la calle de Zamora fue que una noche sintió que lo estaban asfixiando. “No podía despertar, no podía, hasta que lo logré y me levanté. Pensé que sólo había sido un mal sueño”.

“Sin embargo, al otro día, a la hora del desayuno se lo platiqué a la dueña y a su sobrino. Vi de inmediato su cara de sorpresa. Les pregunté lo que pasaba y me dijeron que una niña de ocho años, de una familia que vivió ahí hace mucho, se había suicidado. Luego, un tío de ella había estado durmiendo ahí y también lo trataron de asfixiar”.

Este señor, señala, les había platicado también que había visto una niña. “A esa niña yo no la vi, pero él decía que era la misma que se había suicidado. El sobrino de la dueña contaba que por las noche sentía que le jalaban la cobija, pero que a él eso no le daba miedo y por eso no le daba importancia”.

Desde que tenía seis años, Arturo tiene conciencia de que ve cosas extrañas.

La primera vez que vi una figura fue como a los nueve años, en la casa de mis padres. Era una figura humana, pero como si fuera neblina, gris. La vi enfrente de mí y así como la vi, se desvaneció. Estaba en mi habitación, a oscuras y vi la silueta de un cuerpo humano, sin rostro. No me dio miedo. No supe qué había sido

“En la infancia siempre creí que todo esto era parte de un sueño o de mi imaginación. No tenía conciencia de lo que me pasaba”, me dice, y no recuerda más experiencias de esa época.

“De niño yo soñaba mucho, pero despertaba cansado. Yo no quería soñar, porque eso me representaba un cansancio físico, sin saber que esos sueños podían tener una explicación o prevenir un acontecimiento”.

Ha visto a su padre fallecido con la ropa que usaba frecuentemente, montado en su vehículo y lo ha escuchado en el ritual que cumplía todos los días en su casa, antes de irse a dormir: revisando que las puertas estuvieran cerradas, lo mismo que las llaves del agua de la cocina y apagando las luces de las habitaciones.

"En una ocasión lo vi y me dijo: vengo por ti. Al otro día tuve un accidente muy grave en mi vehículo, en donde me desvanecí y casi pierdo la vida”, cuenta. A lo largo de muchos años, Arturo ha visto a personas con sombreros, con overol, con trajes oscuros y hasta a una tía recién fallecida. A todos los ve quietos, callados, mirándolo, pero sólo en tres ocasiones ha tenido miedo y un gran escalofrío ha recorrido su cuerpo. En las otras veces las figuras aparecen y se pierden en cuestión de segundos.

Arturo dice que siempre ha sido escéptico, no cree en los fenómenos paranormales ni en apariciones, pero ve sombras, espectros, personas muertas, incluso en casas nuevas a donde ha llegado a vivir, porque por lo regular se le aparecían en casas viejas.

LAS GALLINAS DE LA CASONA DE ZAMORA

Cuenta que en una ocasión, mientras estudiaba en la Facultad, con 18 o 19 años, vivía en una casa muy vieja en la calle de Zamora, frente a la Primaria Enrique C. Rébsamen, de Xalapa. Una noche se encontraba trabajando en la cocina, como a la una de la mañana, escribiendo a máquina, cuando de pronto empezó a sentir un gran escalofrío.

Fue un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. En esa casa, que era una pensión, la señora tenía un patio con gallinas y en ese momento vi que las gallinas empezaron a subir las escaleras, calmadas, en fila, una tras otra, y pasaron frente a mí. Pensé: ellas no andan de noche y menos en filita, algo está pasando. En ese momento tomé mis cosas, mi máquina, mis hojas, apagué la luz y me fui a dormir, porque sentí la presencia de algo o de alguien. No sé qué era, pero era algo

—¿Tú creías en fantasmas o espíritus?

“No creía, porque son cosas que no tienen explicación y sobre todo por la formación religiosa que he recibido. Esas cosas las asociamos al mal o simplemente no creemos en ellas. Si hay alguna explicación, pensamos que es el mal, es el Maligno el que está ahí”.

En esa misma casa de Zamora, añade Arturo Velasco, en otra ocasión, en la recámara que ocupaba, con muebles muy antiguos, empezó a escuchar un ruido que pegaba en su cama: pá, pá, pá.

“Yo estaba muy cansado de tanta tarea y ya me estaba quedando dormido, pero ese ruido no me dejaba. Pensé que lo que sonaba era la figura de un Cristo que estaba en la cabecera. Entonces me paré y lo agarré para que ya no sonara, pero cuál fue mi sorpresa, que se seguían escuchando los golpes en la cabecera, pá, pá, pá”.

“Era una cabecera de latón antiguo”, indica. “Seguían golpeando la cabecera pero no había nadie en esa habitación, solo yo. Me levanté, prendí la luz y no descubrí nada, pero nunca supe qué pasó, quién golpeaba mi cabecera”.

Otra cosa que recuerda de esa casona vieja de la calle de Zamora fue que una noche sintió que lo estaban asfixiando. “No podía despertar, no podía, hasta que lo logré y me levanté. Pensé que sólo había sido un mal sueño”.

“Sin embargo, al otro día, a la hora del desayuno se lo platiqué a la dueña y a su sobrino. Vi de inmediato su cara de sorpresa. Les pregunté lo que pasaba y me dijeron que una niña de ocho años, de una familia que vivió ahí hace mucho, se había suicidado. Luego, un tío de ella había estado durmiendo ahí y también lo trataron de asfixiar”.

Este señor, señala, les había platicado también que había visto una niña. “A esa niña yo no la vi, pero él decía que era la misma que se había suicidado. El sobrino de la dueña contaba que por las noche sentía que le jalaban la cobija, pero que a él eso no le daba miedo y por eso no le daba importancia”.

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