Xalapa, Ver.- El Callejón del Diamante es ahora conocido por la venta de artesanía o bien para disfrutar una buena taza de café. Sin embargo, en la época colonial, fue testigo de un asesinato que conmocionó a sus pobladores.
Cuenta la leyenda que en una de sus viejas casonas vivía un matrimonio. Ella, una criolla de hermosura desconcertante, esbelta, cabellera como el azabache, labios y mejillas sonrosadas y, en lugar de ojos, dos esmeraldas bajo sus largas pestañas. Por si fuera poco, transpiraba sentimiento, virtud y amor a su esposo.
Él, un caballero español de grandes recursos económicos, bien formado, fuerte y hermoso, que idolatraba a su dulce compañera.
Cuando aún eran prometidos, él le obsequió un anillo con un hermoso diamante negro, que fingía un ojo diabólico en el blanquísimo anular derecho de la dama, quien juró al recibirlo jamás separarse de él, ni aún en la tumba.
El hombre peninsular tenía un amigo a quien consideraba como hermano. Al ser visto como un familiar más, logró penetrar al hogar con facilidad aún en su ausencia… surgiendo lo inevitable: la pasión entre su esposa y el amigo.
Aprovechando la ausencia un viaje del esposo a la capital de la Nueva España, ella fue a la casa del amante y, por razones que se ignoran, se quitó el anillo y lo puso en el buró. Apresurada en su salida, olvidó la joya
Llegó el esposo, y como a veces las coincidencias son frecuentes en tales casos, en lugar de dirigirse a su domicilio, fue primero al de su amigo, a quien encontró en su alcoba durmiendo la siesta y, ¡oh sorpresa!, lo primero que vio en la mesilla de noche, fue el diamante negro de su esposa.
Controlándose hasta lo imposible, disimuladamente se apoderó de la joya y se dirigió a su casa. Ya estando ahí, llamó a su esposa y al besarle la mano observó la ausencia del anillo.
Con sangre fría, sacó una daga para clavársela en el pecho. Ella cayó sin vida y, sobre su cuerpo, el diamante negro. Del homicida nunca nada se supo.
La gente que habitaba por ahí, exclamaba ¡Vamos a ver “el cadáver del diamante”! Después, sólo dijeron: ¡Vamos al “Callejón del Diamante”!, tradición que se ha mantenido a través de largos siglos.