/ martes 17 de septiembre de 2019

El Grito de Independencia, de AMLO, de diez

Las opiniones están divididas, pero suman mayoría de votos en favor de la seriedad y sobriedad que a nueve meses y medio de la toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, su liderazgo se consolida en las masas, que son las que deciden el presente y futuro o de la patria, puesto que como bien lo afirma el presidente, la soberanía popular radica original y esencialmente en el pueblo y éste la instituye para su beneficio. Por ello, las más de cien mil personas que asistieron al zócalo de la CDMX guardaron compostura sin prescindir de la euforia y el espíritu patriótico que surge en los mexicanos, frente a la bandera tricolor y al escuchar el himno nacional.

Qué diferencia tan abismal entre los festejos conmemorativos del grito en gobiernos pasados, con un Vicente Fox y su Marta Sahagún enfundada en un carísimo vestido y rodeados de los hermanos Bribiesca (hijos de Marta) y las hijas adoptivas de Fox (con todo y novios); para pasar al término de la ceremonia oficial al interior del Palacio Nacional a degustar exóticos platillos y bebidas alcohólicas de importación. Mientras el pueblo en el Zócalo, consumiendo antojitos mexicanos, horchatas, aguas de jamaica y cervezas. Con AMLO, la austeridad se impuso.

Lo mismo se recuerda de los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, donde el balcón central del Palacio Nacional lucía atiborrado de gente cercana a los mandatarios, cuyas esposas, con la vanidad que caracteriza a las mujeres de los poderosos, compitieron entre sí, contratando a los más caros diseñadores de sus atuendos, como si fueran a participar en un concurso de belleza y elegancia, tan pasajera como el periodo gubernamental de sus maridos, que solo dura seis años y la vergüenza queda para toda la vida.

El domingo en la plaza mayor de la capital todo cambió, un escenario austero, republicano y un público emocionado que respondió a las veinte “vivas” de López Obrador. La sencillez de la señora Beatriz Gutiérrez Müller no riñó con su distinguida presencia junto al hombre, al que ha acompañado desde hace más de una década, en su lucha política por alcanzar la Presidencia de la República. Nada de invitados especiales (familiares, amigos y gorrones) solo el cuerpo diplomático acreditado; y nada de dispendios en opíparas cenas y abundante alcohol, como acostumbraron los expresidentes.

Es por ello que en una breve encuesta, familiar y amistosa, esta vez AMLO obtuvo la calificación de diez.

Las opiniones están divididas, pero suman mayoría de votos en favor de la seriedad y sobriedad que a nueve meses y medio de la toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, su liderazgo se consolida en las masas, que son las que deciden el presente y futuro o de la patria, puesto que como bien lo afirma el presidente, la soberanía popular radica original y esencialmente en el pueblo y éste la instituye para su beneficio. Por ello, las más de cien mil personas que asistieron al zócalo de la CDMX guardaron compostura sin prescindir de la euforia y el espíritu patriótico que surge en los mexicanos, frente a la bandera tricolor y al escuchar el himno nacional.

Qué diferencia tan abismal entre los festejos conmemorativos del grito en gobiernos pasados, con un Vicente Fox y su Marta Sahagún enfundada en un carísimo vestido y rodeados de los hermanos Bribiesca (hijos de Marta) y las hijas adoptivas de Fox (con todo y novios); para pasar al término de la ceremonia oficial al interior del Palacio Nacional a degustar exóticos platillos y bebidas alcohólicas de importación. Mientras el pueblo en el Zócalo, consumiendo antojitos mexicanos, horchatas, aguas de jamaica y cervezas. Con AMLO, la austeridad se impuso.

Lo mismo se recuerda de los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, donde el balcón central del Palacio Nacional lucía atiborrado de gente cercana a los mandatarios, cuyas esposas, con la vanidad que caracteriza a las mujeres de los poderosos, compitieron entre sí, contratando a los más caros diseñadores de sus atuendos, como si fueran a participar en un concurso de belleza y elegancia, tan pasajera como el periodo gubernamental de sus maridos, que solo dura seis años y la vergüenza queda para toda la vida.

El domingo en la plaza mayor de la capital todo cambió, un escenario austero, republicano y un público emocionado que respondió a las veinte “vivas” de López Obrador. La sencillez de la señora Beatriz Gutiérrez Müller no riñó con su distinguida presencia junto al hombre, al que ha acompañado desde hace más de una década, en su lucha política por alcanzar la Presidencia de la República. Nada de invitados especiales (familiares, amigos y gorrones) solo el cuerpo diplomático acreditado; y nada de dispendios en opíparas cenas y abundante alcohol, como acostumbraron los expresidentes.

Es por ello que en una breve encuesta, familiar y amistosa, esta vez AMLO obtuvo la calificación de diez.