/ domingo 6 de septiembre de 2020

Relatos Dominicales: Policías acosadores

En esta entrega te traemos la historia de “Mireya” a quien “Los policías la acosan, extorsionan y le pedían derecho de piso”

Se llama Mario, pero desde niño le gustaba que le llamaran Mire, de “Mireya” o “Mireia”, con el acento jarocho de la costa. Al principio le gustó ese nombre por su ritmo, por su cadencia.

Un día, a la orilla del mar, al pie de unas escolleras, como Demóstenes, el gran orador tartamudo, gritó su nombre masculino, para tratar de asimilarlo y en la lejanía, entre la brisa y el golpeteo de las olas escuchó un eco: “mireiaaaaaaaa”. Desde ese día dejó de tener dudas de quién era.

Más tarde, un maestro que lo involucró en libros y lecturas, le contó que el nombre podía significar “maravilla”, “mirar”, “admirar”, “admirable”, “digno de admiración” o “espejo”. Todos esos nombres le fascinaron, porque le gustaba que hombres y mujeres le admiraran, sobre todo cuando levantaba el derrière con leggings y sentía que despertaba deseos.

II

En los bares y cafés de la ciudad descubrió un mundo inimaginable de “hombres”, aparentemente heterosexuales, que deseaban encuentros arriesgados y así, primero con amigos, se fue entregando a una práctica cotidiana de servicios sexuales que le permitió sobrevivir en este mundo de apariencias.

Trató de organizar su propio negocio, pero “chulos” o “padrotes”, controladores de todos los negocios del bajo mundo, se le cruzaron en el camino, ofreciendo “protección” a cambio de tranquilidad. Al final, terminó en una avenida de la ciudad en donde si bien tuvo buenos clientes, también se vio sometido al acoso de la policía de la localidad. Los uniformados encontraron entre prostitutas y homosexuales, un modo de diversión y de vida. En sus rondines cotidianos los acosaban, los ofendían y los maltrataban.

III

Esto ya no es posible, me dijo Mario, serio, compungido, casi lloroso. He tenido como clientes algunos policías. Y sí, les gusta estar conmigo, pero lo hacen a escondidas de sus compañeros. Sin embargo, su actuación ha sido casi siempre de maltrato. Los policías ocupan el primer lugar en discriminación. Muchas compañeras y compañeros han tenido que abandonar su trabajo, por el acoso tan grande. Respira profundo, toma aire y con el rostro semicubierto, por el tapabocas, acusa que la dependencia de seguridad no ha cumplido con el Protocolo de atención a la población de diversidad sexual que se publicó el 26 de agosto de 2019, el cual califica de “letra muerta”. Han denunciado los casos de acoso. Van más de 30 denuncias en 2020, pero los legajos duermen el sueño de los justos en las oficinas de “Asuntos Internos”. Otras denuncias no se hacen, por temor a represalias, refiere. “Mireia” se refiere también a sus compañeras, trabajadoras sexuales, que arriesgan su vida por llevar un pan a la mesa de su casa. “Los policías las acosan, las extorsionan, les piden derecho de piso”.

Se llama Mario, pero desde niño le gustaba que le llamaran Mire, de “Mireya” o “Mireia”, con el acento jarocho de la costa. Al principio le gustó ese nombre por su ritmo, por su cadencia.

Un día, a la orilla del mar, al pie de unas escolleras, como Demóstenes, el gran orador tartamudo, gritó su nombre masculino, para tratar de asimilarlo y en la lejanía, entre la brisa y el golpeteo de las olas escuchó un eco: “mireiaaaaaaaa”. Desde ese día dejó de tener dudas de quién era.

Más tarde, un maestro que lo involucró en libros y lecturas, le contó que el nombre podía significar “maravilla”, “mirar”, “admirar”, “admirable”, “digno de admiración” o “espejo”. Todos esos nombres le fascinaron, porque le gustaba que hombres y mujeres le admiraran, sobre todo cuando levantaba el derrière con leggings y sentía que despertaba deseos.

II

En los bares y cafés de la ciudad descubrió un mundo inimaginable de “hombres”, aparentemente heterosexuales, que deseaban encuentros arriesgados y así, primero con amigos, se fue entregando a una práctica cotidiana de servicios sexuales que le permitió sobrevivir en este mundo de apariencias.

Trató de organizar su propio negocio, pero “chulos” o “padrotes”, controladores de todos los negocios del bajo mundo, se le cruzaron en el camino, ofreciendo “protección” a cambio de tranquilidad. Al final, terminó en una avenida de la ciudad en donde si bien tuvo buenos clientes, también se vio sometido al acoso de la policía de la localidad. Los uniformados encontraron entre prostitutas y homosexuales, un modo de diversión y de vida. En sus rondines cotidianos los acosaban, los ofendían y los maltrataban.

III

Esto ya no es posible, me dijo Mario, serio, compungido, casi lloroso. He tenido como clientes algunos policías. Y sí, les gusta estar conmigo, pero lo hacen a escondidas de sus compañeros. Sin embargo, su actuación ha sido casi siempre de maltrato. Los policías ocupan el primer lugar en discriminación. Muchas compañeras y compañeros han tenido que abandonar su trabajo, por el acoso tan grande. Respira profundo, toma aire y con el rostro semicubierto, por el tapabocas, acusa que la dependencia de seguridad no ha cumplido con el Protocolo de atención a la población de diversidad sexual que se publicó el 26 de agosto de 2019, el cual califica de “letra muerta”. Han denunciado los casos de acoso. Van más de 30 denuncias en 2020, pero los legajos duermen el sueño de los justos en las oficinas de “Asuntos Internos”. Otras denuncias no se hacen, por temor a represalias, refiere. “Mireia” se refiere también a sus compañeras, trabajadoras sexuales, que arriesgan su vida por llevar un pan a la mesa de su casa. “Los policías las acosan, las extorsionan, les piden derecho de piso”.

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