/ domingo 31 de julio de 2022

Relatos dominicales: ya no me digas más Joana, ahora soy Juan

Joana o Juanis, como quería que le dijéramos en cuarto año, le gusta jugar como a todos los niños

Joana es una niña o niño muy peculiar. Digo niña o niño porque ha vivido una niñez azarosa, de vaivenes, en búsqueda de su identidad sexual y personal. Su madre, una persona adulta, con sus preferencias muy claras, la deja que explore, que busque, que se sumerja en el mar de la identidad de género. Yo, que la veo desde mi mesabanco de la escuela primaria, me siento desconcertado, pero la respeto.

Joana o Juanis, como quería que le dijéramos en cuarto año, le gusta jugar como a todos los niños. Yo nací en la colonia Revolución y ahí he jugado, intensamente, en los charcos que se hacen en temporada de lluvias, en la cancha de fútbol de la 21 de marzo y a la orilla del río Sedeño, pero ella prefiere las plazas y alguna vez la vi jugando con unas muñecas.

A mí, la verdad, me gustaba mucho cuando era Joana, alegre, divertida, escandalosa, iluminada por un halo de bondad. Yo, que he sido su amigo fiel o el que mejor la ha entendido, me gustaba verla así. Un día y creo que ya estoy siendo indiscreto, me dijo que le gustaban las niñas. Como que no le hice caso al comentario, pero me insistió. “No sabes lo que dices”, le contesté, displicente.

Otro día, tajante, fría, me dijo, “ya no me digas más Joana, ahora soy Juan”. Teníamos 11 años y no le hice mucho caso, pero me sorprendió cuando la vi llegar vestida de niño al salón de clases y detrás de ella a su madre-padre con un acta de nacimiento nueva, en donde se registraba su nombre legal, para pedir que cambiaran todas las boletas de calificaciones y papeles oficiales.

No voy a negar que eso me entristeció, porque me gustaba cómo era Joana. Sin entender mucho, yo y mis compañeros nos callamos, no dijimos nada y le respetamos. Yo traté de seguir igual, sin cambiar, preocupado por las matemáticas que no me entran en la cabeza.

Gracias por entenderme, me dijo otro día, dándome un beso en la mejilla. Me ruboricé, porque ya era un niño el que me besaba y no la niña tierna que conocí en los primeros años. Con todo, seguimos jugando.

Un día más, me contó que le gustaban los niños. —Pero si ahora eres niño, le recriminé. —Sí, sí, pero me gustan los niños, yo creo que entonces soy lesbiana. —¿Cómo vas a ser lesbiana si físicamente eres una niña? —Bueno sí, pero ya en mi acta de nacimiento me llamo Juan. —¿Entonces qué vas a hacer?, le volvía a preguntar. —Pues seré homosexual, porque si soy niño y me llamo Juan y me gustan los niños, ese es mi género. —Está bien, le contesté, para no contradecirle.

En el día de nuestra graduación, cuando salimos de sexto año, Juan o Joana me volvió a sorprender cuando la vi pasar a recoger su boleta con unas calcetas largas, que le cubrían media pierna y una minifalda con la tela del uniforme. Todo el grupo, maestros y compañeros de otros grados se sorprendieron, pero nadie le dijo nada. A mi me dio gusto, porque era la Joana original que me gustaba.

Joana es una niña o niño muy peculiar. Digo niña o niño porque ha vivido una niñez azarosa, de vaivenes, en búsqueda de su identidad sexual y personal. Su madre, una persona adulta, con sus preferencias muy claras, la deja que explore, que busque, que se sumerja en el mar de la identidad de género. Yo, que la veo desde mi mesabanco de la escuela primaria, me siento desconcertado, pero la respeto.

Joana o Juanis, como quería que le dijéramos en cuarto año, le gusta jugar como a todos los niños. Yo nací en la colonia Revolución y ahí he jugado, intensamente, en los charcos que se hacen en temporada de lluvias, en la cancha de fútbol de la 21 de marzo y a la orilla del río Sedeño, pero ella prefiere las plazas y alguna vez la vi jugando con unas muñecas.

A mí, la verdad, me gustaba mucho cuando era Joana, alegre, divertida, escandalosa, iluminada por un halo de bondad. Yo, que he sido su amigo fiel o el que mejor la ha entendido, me gustaba verla así. Un día y creo que ya estoy siendo indiscreto, me dijo que le gustaban las niñas. Como que no le hice caso al comentario, pero me insistió. “No sabes lo que dices”, le contesté, displicente.

Otro día, tajante, fría, me dijo, “ya no me digas más Joana, ahora soy Juan”. Teníamos 11 años y no le hice mucho caso, pero me sorprendió cuando la vi llegar vestida de niño al salón de clases y detrás de ella a su madre-padre con un acta de nacimiento nueva, en donde se registraba su nombre legal, para pedir que cambiaran todas las boletas de calificaciones y papeles oficiales.

No voy a negar que eso me entristeció, porque me gustaba cómo era Joana. Sin entender mucho, yo y mis compañeros nos callamos, no dijimos nada y le respetamos. Yo traté de seguir igual, sin cambiar, preocupado por las matemáticas que no me entran en la cabeza.

Gracias por entenderme, me dijo otro día, dándome un beso en la mejilla. Me ruboricé, porque ya era un niño el que me besaba y no la niña tierna que conocí en los primeros años. Con todo, seguimos jugando.

Un día más, me contó que le gustaban los niños. —Pero si ahora eres niño, le recriminé. —Sí, sí, pero me gustan los niños, yo creo que entonces soy lesbiana. —¿Cómo vas a ser lesbiana si físicamente eres una niña? —Bueno sí, pero ya en mi acta de nacimiento me llamo Juan. —¿Entonces qué vas a hacer?, le volvía a preguntar. —Pues seré homosexual, porque si soy niño y me llamo Juan y me gustan los niños, ese es mi género. —Está bien, le contesté, para no contradecirle.

En el día de nuestra graduación, cuando salimos de sexto año, Juan o Joana me volvió a sorprender cuando la vi pasar a recoger su boleta con unas calcetas largas, que le cubrían media pierna y una minifalda con la tela del uniforme. Todo el grupo, maestros y compañeros de otros grados se sorprendieron, pero nadie le dijo nada. A mi me dio gusto, porque era la Joana original que me gustaba.

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