/ martes 1 de diciembre de 2020

Adolescentes en formación

La adolescencia siempre me pareció una atapa fascinante en la vida de los seres humanos. Se deja de ser niño sin ser adulto todavía. Comienzan a ocurrir grandes cambios en el cuerpo y en la mente. Se inicia un torbellino de ideas en la forma de ver el mundo y la manera de relacionarse con los demás, causando ansiedad, rebeldía, sentimientos incompatibles. Nacen expectativas que provienen de las experiencias vividas como niños y de los nuevos pensamientos de la adolescencia, cuestionando lo que antes parecía normal.

Es difícil hablar de periodos precisos porque los expertos difieren un poco, pero hay que considerar que a la par de los cambios fisiológicos se van dando los cambios psicológicos, lo cual provoca que cada adolescente sea un caso único. Por lo general, este periodo inicia entre los 10 y los 13 años para cerrar las inquietudes y e incertidumbres entre los 18 y los 21, según lo viva cada individuo.

En esta etapa el adolescente busca construir su identidad, intenta una mayor independencia de los padres (cuyas figuras seguirán siendo muy importantes el resto de sus vidas). Debe aceptar su imagen corporal, alcanzar su sentido de pertenencia a través de grupos que lo aceptan, y consolidar su identidad, lo cual dependerá en gran medida de la forma en que se adaptó o superó la infancia, niñez temprana, edad del juego y edad escolar.

Para que el adolescente se encuentre a sí mismo (Erik Erikson, 1994) debe aprender a utilizar lo que le viene dado en su naturaleza (fenotipo, temperamento, talento, vulnerabilidad); la forma en que vivió, fue tratado y educado en su infancia; y buscar la independencia por medio de las decisiones o elecciones que tome por su cuenta (resiliencia, valores éticos, amistades, encuentros sexuales, opciones de estudio y de trabajo, concepción del mundo y de la vida) para que con los factores biológicos, psicológicos y sociales pueda complementar su evolución y desarrollo como algo único.

Es la edad de los sentimientos encontrados; de fortalecer la comprensión del “yo” para resolver las crisis derivadas de las contradicciones que le presentan el contexto genético, cultural y de comprensión personal del mundo que le rodea. Ningún “yo” se construye en solitario. Necesita modelos que empezarán por los padres y luego se extenderán a aquellos con quienes convive o tiene acceso (los “héroes” mediáticos).

A veces estos periodos pasan inadvertidos para los padres, quienes se sienten incómodos por los cambios progresivos en la conducta de los hijos. Si en algunos menores la crisis de la adolescencia pasa desapercibida, sin ningún ruido aparente, en otros es muy marcada, pues la formación de la identidad puede presentar aspectos negativos de diversa índole en la lucha porque no se vuelvan dominantes.

El padre y la madre deben abrir espacios de diálogo con los hijos para que expresen sus ideas, inquietudes y preocupaciones. Muchas veces la figura paterna la representa un tío o el hermano mayor, quienes les ofrecen la oportunidad de ser escuchados y tomados en serio. Otras veces ese lugar lo ocupa un maestro o una maestra que los sabe escuchar y les orienta.

mail:

gnietoa@hotmail.com

gnietoa@hotmail.com

La adolescencia siempre me pareció una atapa fascinante en la vida de los seres humanos. Se deja de ser niño sin ser adulto todavía. Comienzan a ocurrir grandes cambios en el cuerpo y en la mente. Se inicia un torbellino de ideas en la forma de ver el mundo y la manera de relacionarse con los demás, causando ansiedad, rebeldía, sentimientos incompatibles. Nacen expectativas que provienen de las experiencias vividas como niños y de los nuevos pensamientos de la adolescencia, cuestionando lo que antes parecía normal.

Es difícil hablar de periodos precisos porque los expertos difieren un poco, pero hay que considerar que a la par de los cambios fisiológicos se van dando los cambios psicológicos, lo cual provoca que cada adolescente sea un caso único. Por lo general, este periodo inicia entre los 10 y los 13 años para cerrar las inquietudes y e incertidumbres entre los 18 y los 21, según lo viva cada individuo.

En esta etapa el adolescente busca construir su identidad, intenta una mayor independencia de los padres (cuyas figuras seguirán siendo muy importantes el resto de sus vidas). Debe aceptar su imagen corporal, alcanzar su sentido de pertenencia a través de grupos que lo aceptan, y consolidar su identidad, lo cual dependerá en gran medida de la forma en que se adaptó o superó la infancia, niñez temprana, edad del juego y edad escolar.

Para que el adolescente se encuentre a sí mismo (Erik Erikson, 1994) debe aprender a utilizar lo que le viene dado en su naturaleza (fenotipo, temperamento, talento, vulnerabilidad); la forma en que vivió, fue tratado y educado en su infancia; y buscar la independencia por medio de las decisiones o elecciones que tome por su cuenta (resiliencia, valores éticos, amistades, encuentros sexuales, opciones de estudio y de trabajo, concepción del mundo y de la vida) para que con los factores biológicos, psicológicos y sociales pueda complementar su evolución y desarrollo como algo único.

Es la edad de los sentimientos encontrados; de fortalecer la comprensión del “yo” para resolver las crisis derivadas de las contradicciones que le presentan el contexto genético, cultural y de comprensión personal del mundo que le rodea. Ningún “yo” se construye en solitario. Necesita modelos que empezarán por los padres y luego se extenderán a aquellos con quienes convive o tiene acceso (los “héroes” mediáticos).

A veces estos periodos pasan inadvertidos para los padres, quienes se sienten incómodos por los cambios progresivos en la conducta de los hijos. Si en algunos menores la crisis de la adolescencia pasa desapercibida, sin ningún ruido aparente, en otros es muy marcada, pues la formación de la identidad puede presentar aspectos negativos de diversa índole en la lucha porque no se vuelvan dominantes.

El padre y la madre deben abrir espacios de diálogo con los hijos para que expresen sus ideas, inquietudes y preocupaciones. Muchas veces la figura paterna la representa un tío o el hermano mayor, quienes les ofrecen la oportunidad de ser escuchados y tomados en serio. Otras veces ese lugar lo ocupa un maestro o una maestra que los sabe escuchar y les orienta.

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