/ miércoles 13 de enero de 2021

El amor al conocimiento

Los saberes están entre el querer y el rechazo, la libertad y la esclavitud de la ignorancia, las sombras y la luz de la caverna platónica. Esta ha sido una lucha librada a través de los siglos cada vez por más personas, porque cada vez más de ellas tienen el acceso al conocimiento y… lo toman o lo dejan. Como los contrastes y contradicciones que mueven la vida, el “to be or not to be” de Hamlet, sur y norte, blanco y negro, positivo y negativo.

En la dialéctica la contradicción es la fuente interna de todo movimiento, la raíz de la vitalidad, el principio del desarrollo, y sirve para fortalecerla. Pero en la filosofía de la vida la toma personal de decisiones es un camino que se bifurca por senderos distintos. «La sociedad no puede constituirse más que a condición de perpetrar en las conciencias individuales y formarlas “a su imagen y semejanza”» (Durkheim, 1914), bajo una uniformidad que ahora opera y se consolida a través de los medios de comunicación y las redes sociales.

Gran número de nuestros estados mentales, los más esenciales al menos, son de origen social. Son las sombras de la caverna de Platón. Y el ser humano no puede ignorar que el producto por excelencia de la actividad colectiva es el conjunto de bienes intelectuales y morales que llamamos “civilización”. Esa construcción social, lo más que ha permitido al individuo es concebirse de manera heterogénea: por un lado el cuerpo y por el otro algo etéreo y no muy claro que puede llamarse alma, espíritu, consciencia, mente, o una combinación.

Hoy se habla de un todo, ya que el pensamiento y la consciencia no pueden darse sin la materia en pleno funcionamiento, con excepciones maravillosas. El conocimiento lleva al ser humanos por caminos diferentes y puede causar temor cuando se inicia el recorrido (juventud, adolescencia o antes). El conocimiento profundo, biopsicológico y social, es capaz de transformar al ser humano en su manera de sentir y percibir al mundo, en su manera de pensar y de actuar.

Primero debe distinguir entre el estrecho sendero de la inercia y el amplio camino del saber. Mientras la tecnología que envuelve a la humanidad avanza a pasos agigantados, la conciencia de las personas se pierde en el sendero de la inercia, la rutina, la imitación, la atadura social y de los medios, y reduce su pensamiento a patrones preestablecidos. Quizá para la mayoría es una zona de confort, un contexto reducido para las decisiones, la seguridad y aceptación social (pensar como los otros) a cambio de su libertad de consciencia.

El otro camino le puede parecer poco transitado, hermoso pero aislado, vivificante pero poco compartido. Significa esfuerzo; a veces no estar de acuerdo con los demás; no ser aceptados por ver la vida y el mundo con mayor amplitud, por distinguir las sombras de la caverna como un reflejo distorsionado de la realidad.

El gusto por el conocimiento, el placer de saber, la curiosidad y el interés por indagar y conocer más sobre los que nos interesa o lo que necesitamos aprender, debe nacer desde el hogar. Sólo así se convertirá en cultura y forma habitual de ser, robustecida por la acción social y arraigada por la sistematicidad y metodología en las instituciones escolares. Nos falta mucho todavía.

mail:

gnietoa@hotmail.com

gnietoa@hotmail.com

Los saberes están entre el querer y el rechazo, la libertad y la esclavitud de la ignorancia, las sombras y la luz de la caverna platónica. Esta ha sido una lucha librada a través de los siglos cada vez por más personas, porque cada vez más de ellas tienen el acceso al conocimiento y… lo toman o lo dejan. Como los contrastes y contradicciones que mueven la vida, el “to be or not to be” de Hamlet, sur y norte, blanco y negro, positivo y negativo.

En la dialéctica la contradicción es la fuente interna de todo movimiento, la raíz de la vitalidad, el principio del desarrollo, y sirve para fortalecerla. Pero en la filosofía de la vida la toma personal de decisiones es un camino que se bifurca por senderos distintos. «La sociedad no puede constituirse más que a condición de perpetrar en las conciencias individuales y formarlas “a su imagen y semejanza”» (Durkheim, 1914), bajo una uniformidad que ahora opera y se consolida a través de los medios de comunicación y las redes sociales.

Gran número de nuestros estados mentales, los más esenciales al menos, son de origen social. Son las sombras de la caverna de Platón. Y el ser humano no puede ignorar que el producto por excelencia de la actividad colectiva es el conjunto de bienes intelectuales y morales que llamamos “civilización”. Esa construcción social, lo más que ha permitido al individuo es concebirse de manera heterogénea: por un lado el cuerpo y por el otro algo etéreo y no muy claro que puede llamarse alma, espíritu, consciencia, mente, o una combinación.

Hoy se habla de un todo, ya que el pensamiento y la consciencia no pueden darse sin la materia en pleno funcionamiento, con excepciones maravillosas. El conocimiento lleva al ser humanos por caminos diferentes y puede causar temor cuando se inicia el recorrido (juventud, adolescencia o antes). El conocimiento profundo, biopsicológico y social, es capaz de transformar al ser humano en su manera de sentir y percibir al mundo, en su manera de pensar y de actuar.

Primero debe distinguir entre el estrecho sendero de la inercia y el amplio camino del saber. Mientras la tecnología que envuelve a la humanidad avanza a pasos agigantados, la conciencia de las personas se pierde en el sendero de la inercia, la rutina, la imitación, la atadura social y de los medios, y reduce su pensamiento a patrones preestablecidos. Quizá para la mayoría es una zona de confort, un contexto reducido para las decisiones, la seguridad y aceptación social (pensar como los otros) a cambio de su libertad de consciencia.

El otro camino le puede parecer poco transitado, hermoso pero aislado, vivificante pero poco compartido. Significa esfuerzo; a veces no estar de acuerdo con los demás; no ser aceptados por ver la vida y el mundo con mayor amplitud, por distinguir las sombras de la caverna como un reflejo distorsionado de la realidad.

El gusto por el conocimiento, el placer de saber, la curiosidad y el interés por indagar y conocer más sobre los que nos interesa o lo que necesitamos aprender, debe nacer desde el hogar. Sólo así se convertirá en cultura y forma habitual de ser, robustecida por la acción social y arraigada por la sistematicidad y metodología en las instituciones escolares. Nos falta mucho todavía.

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gnietoa@hotmail.com

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