/ martes 25 de febrero de 2020

El presidencialismo, rebasado por la politiquería

En opinión de juristas y politólogos especializados en el Derecho Constitucional y Parlamentario, desde hace más de media centuria, debió darse el cambio en la forma de gobernar a México, puesto que el reclamo social que hizo crisis en el movimiento estudiantil de 1968, puso al descubierto el ejercicio autoritario del gobierno de un solo hombre (Gustavo Díaz Ordaz), inaceptable para entonces y cuyas reminiscencias se remontan al reinado de Luis XIV, quien en plena euforia de su monarquía, se atrevió a expresar “el Estado soy yo”, para que toda la corte y sus vasallos entendieran el alcance de su poder absoluto.

La represión acompañada de encarcelamientos, desaparecidos y muertos del 2 de octubre de 1968, cimbró al país, pero no lo suficiente como para que los presidentes Luis Echeverría y López Portillo asumieran el rol de estadistas preocupados por el destino de la patria, pues entre una demagogia rampante del primero y un gobierno frívolo, López Portillo generó una quiebra financiera nacional que sobrellevó Miguel de la Madrid, con la apertura e intromisión de los neoliberales Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

Nadie escuchó en aquella (V) Reunión de la República, a la que convocó López Portillo a unos meses de dejar el cargo, cuando volvió a insistir en la fidelidad que su gabinete y los gobernadores del país deben guardar a la República; y aquella Reforma Política, propuesta por el último ideólogo de la Revolución, Jesús Reyes Heroles, sirvió para desarticular la incipiente guerrilla, cuya pretensión de subvertir el orden, únicamente quedó en eso.

Los cambios de fondo que necesitaba el país siguen pendientes de cumplirse, sin una transición democrática verdadera y menos hoy, con una mayoría opositora al gobierno, que sólo ha producido la desigualdad, económica y social, agravada por la criminalidad, impunidad y deshonestidad de los hombres públicos.

En la Cámara de Diputados y el Senado, al día de hoy no existen puentes de comunicación entre gobernantes y gobernados; los reflectores que iluminan a los escasos talentos de ambas cámaras, no han dado la suficiente luz para delinear la propuesta del presidente López Obrador para la Cuarta Transformación. El parlamentarismo solo ha servido para generar conflictos entre militantes de partidos opuestos al gobierno, y los de Morena se dedican a la lisonja mercenaria en favor de su jefe y al cobro de prebendas que en nada benefician al pueblo.

En opinión de juristas y politólogos especializados en el Derecho Constitucional y Parlamentario, desde hace más de media centuria, debió darse el cambio en la forma de gobernar a México, puesto que el reclamo social que hizo crisis en el movimiento estudiantil de 1968, puso al descubierto el ejercicio autoritario del gobierno de un solo hombre (Gustavo Díaz Ordaz), inaceptable para entonces y cuyas reminiscencias se remontan al reinado de Luis XIV, quien en plena euforia de su monarquía, se atrevió a expresar “el Estado soy yo”, para que toda la corte y sus vasallos entendieran el alcance de su poder absoluto.

La represión acompañada de encarcelamientos, desaparecidos y muertos del 2 de octubre de 1968, cimbró al país, pero no lo suficiente como para que los presidentes Luis Echeverría y López Portillo asumieran el rol de estadistas preocupados por el destino de la patria, pues entre una demagogia rampante del primero y un gobierno frívolo, López Portillo generó una quiebra financiera nacional que sobrellevó Miguel de la Madrid, con la apertura e intromisión de los neoliberales Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

Nadie escuchó en aquella (V) Reunión de la República, a la que convocó López Portillo a unos meses de dejar el cargo, cuando volvió a insistir en la fidelidad que su gabinete y los gobernadores del país deben guardar a la República; y aquella Reforma Política, propuesta por el último ideólogo de la Revolución, Jesús Reyes Heroles, sirvió para desarticular la incipiente guerrilla, cuya pretensión de subvertir el orden, únicamente quedó en eso.

Los cambios de fondo que necesitaba el país siguen pendientes de cumplirse, sin una transición democrática verdadera y menos hoy, con una mayoría opositora al gobierno, que sólo ha producido la desigualdad, económica y social, agravada por la criminalidad, impunidad y deshonestidad de los hombres públicos.

En la Cámara de Diputados y el Senado, al día de hoy no existen puentes de comunicación entre gobernantes y gobernados; los reflectores que iluminan a los escasos talentos de ambas cámaras, no han dado la suficiente luz para delinear la propuesta del presidente López Obrador para la Cuarta Transformación. El parlamentarismo solo ha servido para generar conflictos entre militantes de partidos opuestos al gobierno, y los de Morena se dedican a la lisonja mercenaria en favor de su jefe y al cobro de prebendas que en nada benefician al pueblo.