/ miércoles 3 de febrero de 2021

En la trinchera del conocimiento

En el libro en comento de las últimas semanas aparece este fragmento inquietante: «Podríamos afirmar que la libertad sólo es posible si se tienen adquiridos los hábitos que permiten al individuo resistir a la tentación fisiológica de la ignorancia y la esclavitud, que lo harán manipulable e indefenso, súbdito y no ciudadano.» ¿Qué contestaríamos algunos? “Yo así soy feliz”, “No tengo traumas para enfrentar este dilema”, “Para mí ni siquiera existe tal disyuntiva”. Mentira.

La disciplina de la libertad, como la llama Fernando Savater, llega a «convertirse en un hábito, en una segunda naturaleza, en una rutina mecánica que ya no requiere gran esfuerzo, que sale sola y que posibilita el conocimiento y el pensamiento». Pero lo fácil es «dejarse ir, dejarse vencer por la pereza y la cobardía». Para el autor libertad es la decisión de acceder al conocimiento, al pensamiento, la ciencia, el arte. Y cobardía es rehuir el esfuerzo inicial, no atreverse a tomar esa firme decisión.

Educarse, entonces, consiste en prepararse para ese esfuerzo, fomentándolo. La lectura nunca será un hábito si no se ejercita. La reflexión no será un proceso común si no se practica. El conocimiento no llegará si no se le busca, aceptando que siempre estará infinitamente lejos, pero en su búsqueda habrá enormes beneficios. Sócrates fue considerado el hombre más sabio del mundo porque “él sólo sabía que no sabía nada”, a pesar de su grandiosa sabiduría.

La educación no consiste en obviar o reprimir los deseos de diversión y algarabía de los adolescentes, sino en formarlos intelectualmente de modo que sean «dueños de sus deseos y no sus siervos». Igual en los adultos. En algún momento nuestra cultura nos perdió en el camino: no hubo facilidades de un estímulo exterior y no supimos encontrar algún estímulo interior.

Kant sostuvo que «la felicidad de los Estados crece al mismo tiempo que la desdicha de las gentes». Marx afirmó que cuanto más libre es el Estado menos libre es el ciudadano. Trasladando esto a la educación, se diría que «cuanto más “libre” (más democrática, etc.) es la educación [del hogar, social y escolar], menos libre será el educando».

La evolución del derecho ha generado el surgimiento de principios de interpretación aplicables a diversas fuentes formales. Tratándose de los niños y niñas, es evidente –al menos hasta la adolescencia– que no poseen una personalidad moral independiente y, por ende, carecerían de la propiedad relevante para ser titulares de derechos y también para desarrollar autónomamente planes de vida. La potencialidad de los menores estaría a debate si la norma jurídica no fuese excluyente.

En el libro en comento de las últimas semanas aparece este fragmento inquietante: «Podríamos afirmar que la libertad sólo es posible si se tienen adquiridos los hábitos que permiten al individuo resistir a la tentación fisiológica de la ignorancia y la esclavitud, que lo harán manipulable e indefenso, súbdito y no ciudadano.» ¿Qué contestaríamos algunos? “Yo así soy feliz”, “No tengo traumas para enfrentar este dilema”, “Para mí ni siquiera existe tal disyuntiva”. Mentira.

La disciplina de la libertad, como la llama Fernando Savater, llega a «convertirse en un hábito, en una segunda naturaleza, en una rutina mecánica que ya no requiere gran esfuerzo, que sale sola y que posibilita el conocimiento y el pensamiento». Pero lo fácil es «dejarse ir, dejarse vencer por la pereza y la cobardía». Para el autor libertad es la decisión de acceder al conocimiento, al pensamiento, la ciencia, el arte. Y cobardía es rehuir el esfuerzo inicial, no atreverse a tomar esa firme decisión.

Educarse, entonces, consiste en prepararse para ese esfuerzo, fomentándolo. La lectura nunca será un hábito si no se ejercita. La reflexión no será un proceso común si no se practica. El conocimiento no llegará si no se le busca, aceptando que siempre estará infinitamente lejos, pero en su búsqueda habrá enormes beneficios. Sócrates fue considerado el hombre más sabio del mundo porque “él sólo sabía que no sabía nada”, a pesar de su grandiosa sabiduría.

La educación no consiste en obviar o reprimir los deseos de diversión y algarabía de los adolescentes, sino en formarlos intelectualmente de modo que sean «dueños de sus deseos y no sus siervos». Igual en los adultos. En algún momento nuestra cultura nos perdió en el camino: no hubo facilidades de un estímulo exterior y no supimos encontrar algún estímulo interior.

Kant sostuvo que «la felicidad de los Estados crece al mismo tiempo que la desdicha de las gentes». Marx afirmó que cuanto más libre es el Estado menos libre es el ciudadano. Trasladando esto a la educación, se diría que «cuanto más “libre” (más democrática, etc.) es la educación [del hogar, social y escolar], menos libre será el educando».

La evolución del derecho ha generado el surgimiento de principios de interpretación aplicables a diversas fuentes formales. Tratándose de los niños y niñas, es evidente –al menos hasta la adolescencia– que no poseen una personalidad moral independiente y, por ende, carecerían de la propiedad relevante para ser titulares de derechos y también para desarrollar autónomamente planes de vida. La potencialidad de los menores estaría a debate si la norma jurídica no fuese excluyente.