/ miércoles 29 de mayo de 2024

No siempre gana el más fuerte

El temor es un arma poderosa en política. Los humanos estamos equipados emocionalmente para prevenir situaciones de riesgo. Eso es explotado por los estrategas de campaña para incitar a los electores a apoyar una opción o huir de otra. El temor es una confrontación violenta.

El enojo ha sido el gran vencedor en las elecciones de este siglo, tanto en México como en muchos otros países. La furia fue quien le dio el triunfo a Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y AMLO.

Existen siete fenómenos emocionales que inducen al elector. La rabia es tan solo uno de ellos. Los otros han sido el artilugio de la inteligencia, el mando de la jerarquía, la espada de miedo, la ilusión del engaño, el dulce del dinero y la suerte de las circunstancias. Casi todos tienen motores, pero el enfado es autónomo.

Quiero aclarar ante la amabilidad de las lectoras y los electores que, para explicarme en este tema, habitualmente usamos la palabra "encabronamiento". Les ruego que no lo consideren vulgar. Es éste el que vence en los comicios.

Hubo un tiempo en que los mexicanos se enojaron contra el PRI porque querían democracia y que se acabara el partidazo.

Por eso, la reforma política tuvo que redactarse en escritorios priistas. El encabronamiento hizo presidente a Vicente Fox.

Más tarde, los mexicanos Se enojaron por la ineficiencia del PAN, y extrañaron el tiempo del PRI.

Desde luego que entre los panistas había políticos excelentes, pero ya no les creyeron ni les dieron crédito. Ya no gustó su estilo ni su discurso y ni siquiera su presencia.

El encabronamiento hizo presidente a Enrique Peña Nieto.

Después, en el 2018, los mexicanos se enojaron con las raterías de varios de los integrantes del gobierno en turno. Es cierto que no todos eran rateros, así como no todos eran honestos. Pero el enojo, los agarró parejo. Se olvidaron de sus méritos, les quitaron todo y el encabronamiento hizo presidente AMLO.

Así llegamos a los tiempos actuales. Ahora, la cólera es más intensa porque a la rabia de hoy se ha acumulado la furia del pasado. Al actual gobierno se le imputa lo dictatorial del priismo, la inutilidad del panismo y los propios pecados del morenismo. Nunca como en este tiempo, la furia votará y la furia puede ganar.

A todos y todas nos han contado la historia de David y Goliat. Muchas personas sentimos alivio al saber que no siempre gana el más fuerte, sino en muchas ocasiones hay fatalidades, defectos u omisiones que hacen tropezar al gigante.

Entre otras, su soberbia, que le impiden ver el camino y cae, cuán largo es, al suelo.

Dicen que Goliat, gigante de tres metros de altura y con una fuerza, digamos, descomunal, retó a los israelitas a que eligieran a uno de sus soldados, y en una lucha entre ese gigante y el elegido, se decidiría el destino de ambos pueblos. Quien ganara sería coronado rey de unos y otros.

Cuando los israelitas escucharon el reto se aterraron y tardaron más de 40 días en responder.

David, pequeño pero de gran valor, contó de sus experiencias contra leones y osos y les dijo a quienes le cuestionaban que, si Dios lo había salvado de esos temibles animales, lo salvarían también de ese filisteo llamado Goliat.

David recogió cinco guijarros y con su honda, se preparó para la batalla. A Goliat, la soberbia le creció, al ver al diminuto y débil David, creyó que todo era cuestión de trámite y volvió sus ojos hacia la tribuna para pedir aplausos anticipados. Ya sabrán, la porra enardecida creyendo fácil la victoria, aclamaba a su fortachón con toda clase de epítetos.

El temor es un arma poderosa en política. Los humanos estamos equipados emocionalmente para prevenir situaciones de riesgo. Eso es explotado por los estrategas de campaña para incitar a los electores a apoyar una opción o huir de otra. El temor es una confrontación violenta.

El enojo ha sido el gran vencedor en las elecciones de este siglo, tanto en México como en muchos otros países. La furia fue quien le dio el triunfo a Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y AMLO.

Existen siete fenómenos emocionales que inducen al elector. La rabia es tan solo uno de ellos. Los otros han sido el artilugio de la inteligencia, el mando de la jerarquía, la espada de miedo, la ilusión del engaño, el dulce del dinero y la suerte de las circunstancias. Casi todos tienen motores, pero el enfado es autónomo.

Quiero aclarar ante la amabilidad de las lectoras y los electores que, para explicarme en este tema, habitualmente usamos la palabra "encabronamiento". Les ruego que no lo consideren vulgar. Es éste el que vence en los comicios.

Hubo un tiempo en que los mexicanos se enojaron contra el PRI porque querían democracia y que se acabara el partidazo.

Por eso, la reforma política tuvo que redactarse en escritorios priistas. El encabronamiento hizo presidente a Vicente Fox.

Más tarde, los mexicanos Se enojaron por la ineficiencia del PAN, y extrañaron el tiempo del PRI.

Desde luego que entre los panistas había políticos excelentes, pero ya no les creyeron ni les dieron crédito. Ya no gustó su estilo ni su discurso y ni siquiera su presencia.

El encabronamiento hizo presidente a Enrique Peña Nieto.

Después, en el 2018, los mexicanos se enojaron con las raterías de varios de los integrantes del gobierno en turno. Es cierto que no todos eran rateros, así como no todos eran honestos. Pero el enojo, los agarró parejo. Se olvidaron de sus méritos, les quitaron todo y el encabronamiento hizo presidente AMLO.

Así llegamos a los tiempos actuales. Ahora, la cólera es más intensa porque a la rabia de hoy se ha acumulado la furia del pasado. Al actual gobierno se le imputa lo dictatorial del priismo, la inutilidad del panismo y los propios pecados del morenismo. Nunca como en este tiempo, la furia votará y la furia puede ganar.

A todos y todas nos han contado la historia de David y Goliat. Muchas personas sentimos alivio al saber que no siempre gana el más fuerte, sino en muchas ocasiones hay fatalidades, defectos u omisiones que hacen tropezar al gigante.

Entre otras, su soberbia, que le impiden ver el camino y cae, cuán largo es, al suelo.

Dicen que Goliat, gigante de tres metros de altura y con una fuerza, digamos, descomunal, retó a los israelitas a que eligieran a uno de sus soldados, y en una lucha entre ese gigante y el elegido, se decidiría el destino de ambos pueblos. Quien ganara sería coronado rey de unos y otros.

Cuando los israelitas escucharon el reto se aterraron y tardaron más de 40 días en responder.

David, pequeño pero de gran valor, contó de sus experiencias contra leones y osos y les dijo a quienes le cuestionaban que, si Dios lo había salvado de esos temibles animales, lo salvarían también de ese filisteo llamado Goliat.

David recogió cinco guijarros y con su honda, se preparó para la batalla. A Goliat, la soberbia le creció, al ver al diminuto y débil David, creyó que todo era cuestión de trámite y volvió sus ojos hacia la tribuna para pedir aplausos anticipados. Ya sabrán, la porra enardecida creyendo fácil la victoria, aclamaba a su fortachón con toda clase de epítetos.