/ miércoles 22 de mayo de 2024

La corrupción no se erradica, se inhibe

El otro día me decía un amigo al que admiro mucho, que lo de la educación le parecía aburridísimo. Me "pudo", como decimos aquí, el comentario. En parte porque llevo ya bastante tiempo dedicado al tema; en parte, también porque tengo que decir que, a ratos, coincido con mi amigo.

Muchas veces, me resulta, en efecto, de flojera hablar y analizar algo tan "notable" como la "educación", de flojera completa escribir, opinar y "disertar" sobre eso que todos (o casi todos) con los que hablo opinan constituye la "llave maestra" para hacernos "mejores" para hacer posible el desarrollo de la patria, o cualquier otra cosa digna y valiosa.

Más allá de la incomodidad momentánea, tengo que decir que me sirvió el comentario de mi amigo, pues me obligó a pensar con mayúsculas y eso de que a uno lo obligan a pensar (así) siempre se agradece (o tendría que agradecerse). Su comentario me puso a pensar.

Desde los albores de la civilización maduró en la mente de muchos hombres la idea del ocio como ideal de felicidad, no aquel ocio fecundo como le llamaron los griegos, que permitía liberar al hombre del trabajo rudo, de la producción directa, para ocupar su mente y su tiempo en la creación filosófica, la ciencia y el arte, sino el ocio, a secas, ideal que llegaría sublimado hasta las esferas de la religión: trabajar fue el castigo merecido por Adán y Eva; ganar el pan con el sudor de su frente.

A lo largo de las sociedades divididas en clases, estas ideas han conquistado la mente, sobre todo, de muchos jóvenes, para quienes la felicidad equivale a no madrugar, dormir mucho, evitar todo esfuerzo y desentenderse de responsabilidades; un hedonismo vulgar, cuyos motivos son descansar y divertirse.

Para toda idea deriva de una realidad que la inspira y nutre; nace como producto puro del pensamiento, y la que hoy comentamos expresa los intereses y la situación de la aristocracia que teoriza así su propia realidad, dando a su inactividad una envoltura no solo teórica, sino teológica.

Homero en La Odisea nos habla de nobles, como el basileus Ulises y su esposa Penélope, que realizan con sus manos, sin desdoro, preciosas obras como telas, barcas, muebles; pero terminó imponiéndose en la jerarquía el trabajo intelectual (recuérdese la república ideal de Platón). Ya entre los antiguos romanos, el trabajo fue considerado deshonroso; los maestros mismos eran esclavos. Hoy, lo que más soportan las clases altas es a quienes hacen trabajo intelectual. Así se consolidó durante siglos, milenios, este principio ético aristocrático.

En otro contexto, Muna Dora Buchahin, quien como exdirectora general de la Auditoría Forense, de la Auditoría Superior de la Federación, evidenció los esquemas de desvíos de dinero del sexenio de Enrique Peña Nieto conocidos como Estafa Maestra.

En su libro La casa sucia (Grijalbo), que salió recientemente, Buchahin analiza los mecanismos detrás de la corrupción y ofrece un retrato pesimista sobre los avances en la materia, pues sostiene que, en México, "no es cierto que el bien triunfa sobre el mal". "Todo mundo intercambia los mejores puestos para los cuates; lo que negocian los partidos políticos lo pudren".

Buchahin sigue asombrada por una noticia reciente: el pasado 6 de mayo, las cúpulas del PAN, PRI y PRD presentaron una denuncia contra Eukid Castañón Herrera por entrometerse ilegalmente en el proceso electoral de Puebla, en favor de Morena. Castañón, oscuro operador del exgobernador Rafael Moreno Valle, estuvo tres años en la cárcel, pero salió en octubre pasado y se alió a Morena.

El otro día me decía un amigo al que admiro mucho, que lo de la educación le parecía aburridísimo. Me "pudo", como decimos aquí, el comentario. En parte porque llevo ya bastante tiempo dedicado al tema; en parte, también porque tengo que decir que, a ratos, coincido con mi amigo.

Muchas veces, me resulta, en efecto, de flojera hablar y analizar algo tan "notable" como la "educación", de flojera completa escribir, opinar y "disertar" sobre eso que todos (o casi todos) con los que hablo opinan constituye la "llave maestra" para hacernos "mejores" para hacer posible el desarrollo de la patria, o cualquier otra cosa digna y valiosa.

Más allá de la incomodidad momentánea, tengo que decir que me sirvió el comentario de mi amigo, pues me obligó a pensar con mayúsculas y eso de que a uno lo obligan a pensar (así) siempre se agradece (o tendría que agradecerse). Su comentario me puso a pensar.

Desde los albores de la civilización maduró en la mente de muchos hombres la idea del ocio como ideal de felicidad, no aquel ocio fecundo como le llamaron los griegos, que permitía liberar al hombre del trabajo rudo, de la producción directa, para ocupar su mente y su tiempo en la creación filosófica, la ciencia y el arte, sino el ocio, a secas, ideal que llegaría sublimado hasta las esferas de la religión: trabajar fue el castigo merecido por Adán y Eva; ganar el pan con el sudor de su frente.

A lo largo de las sociedades divididas en clases, estas ideas han conquistado la mente, sobre todo, de muchos jóvenes, para quienes la felicidad equivale a no madrugar, dormir mucho, evitar todo esfuerzo y desentenderse de responsabilidades; un hedonismo vulgar, cuyos motivos son descansar y divertirse.

Para toda idea deriva de una realidad que la inspira y nutre; nace como producto puro del pensamiento, y la que hoy comentamos expresa los intereses y la situación de la aristocracia que teoriza así su propia realidad, dando a su inactividad una envoltura no solo teórica, sino teológica.

Homero en La Odisea nos habla de nobles, como el basileus Ulises y su esposa Penélope, que realizan con sus manos, sin desdoro, preciosas obras como telas, barcas, muebles; pero terminó imponiéndose en la jerarquía el trabajo intelectual (recuérdese la república ideal de Platón). Ya entre los antiguos romanos, el trabajo fue considerado deshonroso; los maestros mismos eran esclavos. Hoy, lo que más soportan las clases altas es a quienes hacen trabajo intelectual. Así se consolidó durante siglos, milenios, este principio ético aristocrático.

En otro contexto, Muna Dora Buchahin, quien como exdirectora general de la Auditoría Forense, de la Auditoría Superior de la Federación, evidenció los esquemas de desvíos de dinero del sexenio de Enrique Peña Nieto conocidos como Estafa Maestra.

En su libro La casa sucia (Grijalbo), que salió recientemente, Buchahin analiza los mecanismos detrás de la corrupción y ofrece un retrato pesimista sobre los avances en la materia, pues sostiene que, en México, "no es cierto que el bien triunfa sobre el mal". "Todo mundo intercambia los mejores puestos para los cuates; lo que negocian los partidos políticos lo pudren".

Buchahin sigue asombrada por una noticia reciente: el pasado 6 de mayo, las cúpulas del PAN, PRI y PRD presentaron una denuncia contra Eukid Castañón Herrera por entrometerse ilegalmente en el proceso electoral de Puebla, en favor de Morena. Castañón, oscuro operador del exgobernador Rafael Moreno Valle, estuvo tres años en la cárcel, pero salió en octubre pasado y se alió a Morena.