Una nota que distingue la multiforme crisis de nuestro tiempo es el “síntoma del telespectador”. Esto es, así como a la distancia de una pantalla uno se sienta en la tranquilidad para ver la programación que ésta ofrece, dejándose enredar por lo que ahí se nos trasmite y en el menor aviso de aburrimiento salta la frenética necesidad de cambiar de canal, con tal de no perder el entretenimiento conseguido.
Esto mismo pasa en las demás esferas de la vida: preferimos colocarnos a la distancia, en la tranquilidad de un banquillo protegido y con el mando en las manos, para cambiar tantas veces cuantas parezca necesario.
Esto sólo es sobrevivir; es espantoso querer vivir desde el sillón en el que uno no se compromete, sino que cambia lo que quiere ver sólo para mantenerse entretenido, pero sin implicarse. El estado actual de las cosas es consecuencia de una generación que ha gustado la calma de la no implicación, de querer conservar la supuesta paz de quien con control en mano tiene el televisor encendido, después lo apaga, luego se aburre, y se retira. ¡Con México no podemos hacer así!
Estamos en un momento importante en el que nuestra patria nos reclama. El mundo entero se sacude con violencia y nosotros no somos la excepción. México nos conmueve, el noticiero nos incomoda, las cifras nos llenan de pánico; el escenario actual nos llama al compromiso, exige de nosotros participación.
Lo único que se nos pide es vencer la comodidad y salir a ejercer el voto con libertad, sin miedo, pero con un verdadero compromiso para que nuestra patria sea el lugar en el que todos podamos sentirnos como en casa, en familia.
Ante el panorama sombrío y gris en el que nos encontramos, todos podemos ser mexicanos de esperanza, en nuestras manos no descansa poca cosa: está el presente, el futuro inmediato y la construcción de la casa que queremos heredar a las nuevas generaciones. Nosotros gozamos lo que nos han legado verdaderos héroes nacionales, hombres y mujeres que han ofrecido sus vidas para dejarnos una patria humana, generosa, valiente, regada con la sangre de innumerables mártires.
Gozamos de una inabarcable riqueza cultural. Tenemos un patrimonio de valor incalculable que no podemos dejar que mancillen, ni que la mal llamada cultura del dolor y de la muerte, de la justicia, la burla, la impunidad y el pisoteo de nuestros valores nacionales cobre terreno. En nuestras manos está todo, así de simple y así de grande.