/ martes 22 de mayo de 2018

Sergio Obeso, el mea culpa del papa Francisco

El arzobispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, avecindado en la calle Colón de Coatepec, ha sido largamente felicitado porque el papa Francisco anunció su designación como cardenal de la Iglesia Católica, una deferencia para su persona por su servicio a la institución religiosa, pero también una deferencia a México y a la iglesia local de Xalapa.

Con esta designación Francisco le hace justicia a un hombre de casi 90 años que ha sido reconocido por su lucidez, inteligencia, convicciones humanistas, sensibilidad social y entrega al servicio de la grey católica.

Hijo de una de las familias más pudientes de esta capital, Obeso Rivera se ha distinguido por su sencillez, por su modestia, sin hacer alarde de riqueza ni de influencias, haciéndose pobre con el pobre y poniendo en su justa dimensión al rico y poderoso.

Su predicación más poderosa, suele decir, es saludar a todos por igual, escucharlos y atenderlos.

Quizá por eso no le preocupa que en estos días, al conocerse la noticia de su designación, muchos políticos oportunistas hayan publicado en sus redes sociales una fotografía a su lado. Quienes le conocen y lo han saludado en estos días para felicitarlo reciben naturalmente su agradecimiento y una petición: “oren por mí”.

Son las palabras de un hombre sencillo, de un creyente convencido de que ni la fuerza ni los logros ni los títulos honoríficos ni los cargos ni los cardenalatos vienen de él, de sus méritos y su persona, sino que son un don divino.

Así es Obeso Rivera.

Así es el hombre a quien la Iglesia Católica le debía este cargo, el de mayor jerarquía.

Le llega tarde, pero le llega, también como un mea culpa del papa Francisco, quien seguramente sabe que Sergio Obeso Rivera pudo ser cardenal al inicio de la década de los 90, pero se encontró con la voracidad del nuncio apostólico Girolamo Prigione.

Obeso Rivera no sólo había sido tres veces presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y había sido pieza clave, fundamental, toral, para la restitución de las relaciones Iglesia-Estado, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, también contaba con todas las credenciales académicas para ser cardenal mexicano.

Pero se le cruzó Prigione, un personaje que como bien lo describió el cardenal Ernesto Corripio Ahumada en una carta dirigida al papa Juan Pablo II el 15 de diciembre de 1993, le hacía mucho daño a la Iglesia del país, principalmente por sus “actitudes arrogantes y prepotentes” con los obispos mexicanos, pero también por sus “compromisos” con “grupos de poder y de dinero” que lo alejaban de su función como representante diplomático del Papa.

Obeso Rivera tenía toda la estatura moral que se requería para ser cardenal en ese momento, pero se le cruzó Prigione, un personaje —así lo escribió Bernardo Barranco— que después de 19 años de permanencia en nuestro país conquistó todo, menos la autoridad moral ante su propia feligresía y clero mexicano.

La coherencia pastoral y social del entonces arzobispo de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, se inscribe en la misma línea que condujo a Samuel Ruiz y Felipe Arizmendi a apoyar el movimiento de indígenas chiapanecos que se alzaron en armas en 1994.

A su lado desfilaban también prelados como Arturo Lona, Raúl Vera y Carlos Quintero Arce.

En Xalapa se recuerda a Sergio Obeso Rivera enviando un camión con víveres para los indígenas chiapanecos, porque el movimiento zapatista movió a la solidaridad de todo el mundo.

Como lo está haciendo con la canonización de Óscar Arnulfo Romero, el obispo salvadoreño asesinado por los escuadrones de la muerte de ultraderecha, criticado por la misma Iglesia Católica por su opción preferencial por los pobres, el papa Francisco reivindica en el nombramiento de Sergio Obeso a todos aquellos que sufrieron ataques de la pandilla que encabezó en México Girolamo Prigione.


El arzobispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, avecindado en la calle Colón de Coatepec, ha sido largamente felicitado porque el papa Francisco anunció su designación como cardenal de la Iglesia Católica, una deferencia para su persona por su servicio a la institución religiosa, pero también una deferencia a México y a la iglesia local de Xalapa.

Con esta designación Francisco le hace justicia a un hombre de casi 90 años que ha sido reconocido por su lucidez, inteligencia, convicciones humanistas, sensibilidad social y entrega al servicio de la grey católica.

Hijo de una de las familias más pudientes de esta capital, Obeso Rivera se ha distinguido por su sencillez, por su modestia, sin hacer alarde de riqueza ni de influencias, haciéndose pobre con el pobre y poniendo en su justa dimensión al rico y poderoso.

Su predicación más poderosa, suele decir, es saludar a todos por igual, escucharlos y atenderlos.

Quizá por eso no le preocupa que en estos días, al conocerse la noticia de su designación, muchos políticos oportunistas hayan publicado en sus redes sociales una fotografía a su lado. Quienes le conocen y lo han saludado en estos días para felicitarlo reciben naturalmente su agradecimiento y una petición: “oren por mí”.

Son las palabras de un hombre sencillo, de un creyente convencido de que ni la fuerza ni los logros ni los títulos honoríficos ni los cargos ni los cardenalatos vienen de él, de sus méritos y su persona, sino que son un don divino.

Así es Obeso Rivera.

Así es el hombre a quien la Iglesia Católica le debía este cargo, el de mayor jerarquía.

Le llega tarde, pero le llega, también como un mea culpa del papa Francisco, quien seguramente sabe que Sergio Obeso Rivera pudo ser cardenal al inicio de la década de los 90, pero se encontró con la voracidad del nuncio apostólico Girolamo Prigione.

Obeso Rivera no sólo había sido tres veces presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y había sido pieza clave, fundamental, toral, para la restitución de las relaciones Iglesia-Estado, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, también contaba con todas las credenciales académicas para ser cardenal mexicano.

Pero se le cruzó Prigione, un personaje que como bien lo describió el cardenal Ernesto Corripio Ahumada en una carta dirigida al papa Juan Pablo II el 15 de diciembre de 1993, le hacía mucho daño a la Iglesia del país, principalmente por sus “actitudes arrogantes y prepotentes” con los obispos mexicanos, pero también por sus “compromisos” con “grupos de poder y de dinero” que lo alejaban de su función como representante diplomático del Papa.

Obeso Rivera tenía toda la estatura moral que se requería para ser cardenal en ese momento, pero se le cruzó Prigione, un personaje —así lo escribió Bernardo Barranco— que después de 19 años de permanencia en nuestro país conquistó todo, menos la autoridad moral ante su propia feligresía y clero mexicano.

La coherencia pastoral y social del entonces arzobispo de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, se inscribe en la misma línea que condujo a Samuel Ruiz y Felipe Arizmendi a apoyar el movimiento de indígenas chiapanecos que se alzaron en armas en 1994.

A su lado desfilaban también prelados como Arturo Lona, Raúl Vera y Carlos Quintero Arce.

En Xalapa se recuerda a Sergio Obeso Rivera enviando un camión con víveres para los indígenas chiapanecos, porque el movimiento zapatista movió a la solidaridad de todo el mundo.

Como lo está haciendo con la canonización de Óscar Arnulfo Romero, el obispo salvadoreño asesinado por los escuadrones de la muerte de ultraderecha, criticado por la misma Iglesia Católica por su opción preferencial por los pobres, el papa Francisco reivindica en el nombramiento de Sergio Obeso a todos aquellos que sufrieron ataques de la pandilla que encabezó en México Girolamo Prigione.