/ miércoles 9 de enero de 2019

Yo no odio a nadie, no tengo fobias y soy feliz: AMLO

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha recibido tanto aplausos como críticas, durante el primer mes de su gobierno. Se debe, según su propia expresión, a que aún con cambios de gobiernos institucionales desde el año dos mil, los mexicanos no habíamos experimentado un cambio de régimen político, que sacudiera las estructuras y promoviera los cambios necesarios para la limpieza en todas las áreas y la modernización del estado mexicano.

Y es que atender las necesidades sociales acudiendo al rescate de los mexicanos más empobrecidos, no es tarea fácil; acabar con el vicio más añejo de nuestra organización política, “la corrupción”, implica desterrar desde el propio gobierno las burocracias enquistadas que se fueron creando y fortaleciendo, desde que la revolución “se bajó del caballo”, para abrir las puertas de Palacio Nacional al tipo de políticos arribistas, depredadores del presupuesto público y nuevos ricos al amparo del poder político sexenal.

México no da para más en materia de corrupción e impunidad y López Obrador así lo ha entendido desde que comenzó su preparación para contender en 2006 por la Presidencia de la República, pues su bandera de lucha era desde entonces, no alcanzar el poder presidencial, por el Poder mismo; sino que su propósito de llegar al poder sólo sería para “servir al prójimo”, sólo así puede entenderse y comprender su paupérrima declaración de bienes patrimoniales y su desprecio por los bienes terrenales.

La decisión del presidente López Obrador de combatir a fondo el latrocinio del petróleo ha puesto al descubierto lo que ya se presumía y se sabía en altas esferas de la burocracia gubernamental, que el robo de la gasolina por parte de los llamados huachicoleros, resultaba un juego de niños al compararse con el robo oficial, institucional, con participación de los directivos de Pemex y de funcionarios del más alto nivel y quienes tenían a su cargo la vigilancia y resguardo del petróleo con todas sus instalaciones de extracción, procesamiento y distribución del oro negro propiedad de la nación.

Por eso el cierre de válvulas de distribución y ductos está más que justificado. Lo que no se previó fue el desabasto y las consiguientes molestias a los consumidores de las gasolinas y el diésel, quienes tendrán que aguantar unos días más, para mostrar su solidaridad con el primer presidente que ha tomado la gran decisión, de acabar la corrupción e impunidad en Pemex.


El presidente Andrés Manuel López Obrador ha recibido tanto aplausos como críticas, durante el primer mes de su gobierno. Se debe, según su propia expresión, a que aún con cambios de gobiernos institucionales desde el año dos mil, los mexicanos no habíamos experimentado un cambio de régimen político, que sacudiera las estructuras y promoviera los cambios necesarios para la limpieza en todas las áreas y la modernización del estado mexicano.

Y es que atender las necesidades sociales acudiendo al rescate de los mexicanos más empobrecidos, no es tarea fácil; acabar con el vicio más añejo de nuestra organización política, “la corrupción”, implica desterrar desde el propio gobierno las burocracias enquistadas que se fueron creando y fortaleciendo, desde que la revolución “se bajó del caballo”, para abrir las puertas de Palacio Nacional al tipo de políticos arribistas, depredadores del presupuesto público y nuevos ricos al amparo del poder político sexenal.

México no da para más en materia de corrupción e impunidad y López Obrador así lo ha entendido desde que comenzó su preparación para contender en 2006 por la Presidencia de la República, pues su bandera de lucha era desde entonces, no alcanzar el poder presidencial, por el Poder mismo; sino que su propósito de llegar al poder sólo sería para “servir al prójimo”, sólo así puede entenderse y comprender su paupérrima declaración de bienes patrimoniales y su desprecio por los bienes terrenales.

La decisión del presidente López Obrador de combatir a fondo el latrocinio del petróleo ha puesto al descubierto lo que ya se presumía y se sabía en altas esferas de la burocracia gubernamental, que el robo de la gasolina por parte de los llamados huachicoleros, resultaba un juego de niños al compararse con el robo oficial, institucional, con participación de los directivos de Pemex y de funcionarios del más alto nivel y quienes tenían a su cargo la vigilancia y resguardo del petróleo con todas sus instalaciones de extracción, procesamiento y distribución del oro negro propiedad de la nación.

Por eso el cierre de válvulas de distribución y ductos está más que justificado. Lo que no se previó fue el desabasto y las consiguientes molestias a los consumidores de las gasolinas y el diésel, quienes tendrán que aguantar unos días más, para mostrar su solidaridad con el primer presidente que ha tomado la gran decisión, de acabar la corrupción e impunidad en Pemex.