/ martes 16 de octubre de 2018

La Buena Vida / El Dios de Spinoza

Confesión de Einstein sobre Dios

Cuando Albert Einstein ofrecía alguna conferencia en las universidades, los estudiantes siempre le preguntaban si creía en Dios, a lo que él respondía: “creo en el Dios de Spinoza”. Intrigado el rabino Herbert S. Goldstein por su reiterada respuesta, envió un telegrama a Einstein preguntándole si creía o no en la existencia de Dios y Einstein, inventor de la teoría de la Relatividad y de casi toda la tecnología con la que vivimos, hoy le contestó: “creo en el Dios de Spinoza”. Años después se le entrevistó sobre el mismo tema y el genio más explícito contestó: “es la pregunta más difícil del mundo. No la puedo responder con un simple sí o no. No soy ateo. No se si pueda definirme como un panteísta, y la pregunta es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas. Creo en el Dios de Spinoza pero contestaré con una parábola: “La mente humana, no importa que tan entrenada esté, no puede abarcar el universo. Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, sólo sospecha. Esa, me parece, es la actitud de la mente humana, incluso la más grande y culta, en torno a Dios”.

Y ¿Cómo es el Dios de Spinoza? Leamos algunos párrafos de la interpretación sublime e inspiradora del Dios que Baruch de Spinoza, filósofo Holandés, lanza al mundo. Éste fue considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés Descartes. Habla Dios en palabras de Spinoza: “Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti. Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar.

Si yo te hice yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias, de libre albedrío ¿cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso? Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas. Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti, que me sientas cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar. ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme. No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro, ahí estoy, latiendo en ti”.

taca.campos@gmail.com


Cuando Albert Einstein ofrecía alguna conferencia en las universidades, los estudiantes siempre le preguntaban si creía en Dios, a lo que él respondía: “creo en el Dios de Spinoza”. Intrigado el rabino Herbert S. Goldstein por su reiterada respuesta, envió un telegrama a Einstein preguntándole si creía o no en la existencia de Dios y Einstein, inventor de la teoría de la Relatividad y de casi toda la tecnología con la que vivimos, hoy le contestó: “creo en el Dios de Spinoza”. Años después se le entrevistó sobre el mismo tema y el genio más explícito contestó: “es la pregunta más difícil del mundo. No la puedo responder con un simple sí o no. No soy ateo. No se si pueda definirme como un panteísta, y la pregunta es demasiado vasto para nuestras mentes limitadas. Creo en el Dios de Spinoza pero contestaré con una parábola: “La mente humana, no importa que tan entrenada esté, no puede abarcar el universo. Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, sólo sospecha. Esa, me parece, es la actitud de la mente humana, incluso la más grande y culta, en torno a Dios”.

Y ¿Cómo es el Dios de Spinoza? Leamos algunos párrafos de la interpretación sublime e inspiradora del Dios que Baruch de Spinoza, filósofo Holandés, lanza al mundo. Éste fue considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés Descartes. Habla Dios en palabras de Spinoza: “Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti. Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar.

Si yo te hice yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias, de libre albedrío ¿cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso? Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas. Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti, que me sientas cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar. ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme. No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro, ahí estoy, latiendo en ti”.

taca.campos@gmail.com


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