Vemos pasar el tiempo restándole importancia. No valoramos los sucesos en los que estamos inmersos. Quizá nunca reflexionemos que la vida es tan frágil. Por muy fuertes o poderosos que seamos, sólo se está de paso en este mundo.

Todos los días los camposantos reciben cuerpos inertes, que quizá nunca disfrutaron su vida. Los planes hechos a largo plazo, el coche y casa adquiridos para un mejor estatus de vida, lujos y viajes, son cosas que se quedan para que otros los disfruten a su manera.

Nos creemos piezas de un juego que no serán reemplazadas. Los que se quedan, más tarde que temprano superan la ausencia del que partió, y siguen adelante. Lo que para nosotros es importante, y durante muchos años atesoramos, para los deudos son cosas que pronto eliminarán.

Vivimos dentro de nuestra prepotencia, sin recordar que la muerte en cualquier momento hará acto de presencia reclamando nuestra compañía. Ese largo viaje sin retorno todo ser humano lo iniciará; es ley de la naturaleza.

Los viudos, si de verdad estuvieron enamorados, tiempo después rehacerán su vida. No debemos asustarnos de esto, es ley natural de la vida, y ésta debe continuar.

Si en verdad hiciéramos conciencia de lo efímero de nuestra existencia, valoraríamos más nuestros momentos con la familia, amigos, viajes, reiríamos más y dejaríamos de ser tan soberbios, porque hasta la más pequeña de las cosas que nos sucede, es para disfrutarla en todo momento. El mejor momento de la vida es hoy. No guardemos las cosas para mañana y usémoslas. Ría, baile, goce y perdone porque cada día es uno menos en nuestra existencia.