/ lunes 17 de septiembre de 2018

Ayer y mis recuerdos...

Ayer también fui a la loma, corría el aire como en aquellas ocasiones cuando por la tarde íbamos a volar los papalotes

Ayer por la tarde el sol se escondía y cuando se asomaba a través de un claro que una nube le dejaba, su luz era tímida, alumbraba al fin pero con cierta debilidad. Ayer me subí al columpio y entonces me mecí varias veces, muchas. Hace tantos años que dejé atrás subirme a las resbaladillas, al sube y baja y tantos otros juegos que me dejaban ratos de felicidad y muchas risas. Y la rama también subía y bajaba, tuve temor a que se desgajara como aquella vez en la que me caí porque la rama no aguantó, era débil. Y caí, y no pasó a más porque también me reí.

Ayer también miré al cielo y vi a las nubes. Y recordé las veces en que jugábamos a encontrarles alguna figura. Aquella tiene la forma de un elefante ¡míralo, parece que está estirando su trompa! Y la que está al lado figura al rostro de una mujer. Y así podíamos pasar un rato sentados en la banca del parque hasta agotar todos los parecidos que las nubes podían tener, o que el viento a su paso acabara con la figura y también de nuestra diversión.

Ayer también fui a la loma, corría el aire como en aquellas ocasiones cuando por la tarde íbamos a volar los papalotes. ¿Cuál volará más alto? El viento era un bien aliado de nosotros, porque no iba yo solo, me acompañaban mis amigos de la escuela. Y a veces, cuando sentíamos las gotas de la lluvia era el aviso para regresar a casa. La loma, el viento y los papalotes, el hilo que había llegado al límite.

De regreso de aquel paseo por la loma, si había tiempo pasábamos a descansar bajo las ramas de un nacaxtle. Casi siempre encontrábamos al viejo Nahúm que nos contaba, decía él, algunas hazañas que había escuchado en voz de su abuelo. Y que a nosotros nos parecían asombrosas, increíbles. Y ahí, sobre las raíces de ese viejo árbol nos llegaba la noche. Había que despedirse de Nahúm y de los demás amigos, debíamos de ir a guardar el papalote a casa, si es que aun servía.

Ayer que estos recuerdos llegaron a mí quise escribirlos en un pequeño cuaderno. Ese ayer que permanece en la memoria y nos permite sonreír. A veces los sueños me llevan a la loma y al viento para seguir volando papalotes.

Ayer por la tarde el sol se escondía y cuando se asomaba a través de un claro que una nube le dejaba, su luz era tímida, alumbraba al fin pero con cierta debilidad. Ayer me subí al columpio y entonces me mecí varias veces, muchas. Hace tantos años que dejé atrás subirme a las resbaladillas, al sube y baja y tantos otros juegos que me dejaban ratos de felicidad y muchas risas. Y la rama también subía y bajaba, tuve temor a que se desgajara como aquella vez en la que me caí porque la rama no aguantó, era débil. Y caí, y no pasó a más porque también me reí.

Ayer también miré al cielo y vi a las nubes. Y recordé las veces en que jugábamos a encontrarles alguna figura. Aquella tiene la forma de un elefante ¡míralo, parece que está estirando su trompa! Y la que está al lado figura al rostro de una mujer. Y así podíamos pasar un rato sentados en la banca del parque hasta agotar todos los parecidos que las nubes podían tener, o que el viento a su paso acabara con la figura y también de nuestra diversión.

Ayer también fui a la loma, corría el aire como en aquellas ocasiones cuando por la tarde íbamos a volar los papalotes. ¿Cuál volará más alto? El viento era un bien aliado de nosotros, porque no iba yo solo, me acompañaban mis amigos de la escuela. Y a veces, cuando sentíamos las gotas de la lluvia era el aviso para regresar a casa. La loma, el viento y los papalotes, el hilo que había llegado al límite.

De regreso de aquel paseo por la loma, si había tiempo pasábamos a descansar bajo las ramas de un nacaxtle. Casi siempre encontrábamos al viejo Nahúm que nos contaba, decía él, algunas hazañas que había escuchado en voz de su abuelo. Y que a nosotros nos parecían asombrosas, increíbles. Y ahí, sobre las raíces de ese viejo árbol nos llegaba la noche. Había que despedirse de Nahúm y de los demás amigos, debíamos de ir a guardar el papalote a casa, si es que aun servía.

Ayer que estos recuerdos llegaron a mí quise escribirlos en un pequeño cuaderno. Ese ayer que permanece en la memoria y nos permite sonreír. A veces los sueños me llevan a la loma y al viento para seguir volando papalotes.

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