/ jueves 27 de febrero de 2020

Babel y laberinto/Memorias privadas... de James Hogg

Hogg es un escritor insustituible y necesario para comprender el corpus de la literatura de Escocia

Cada país tiene algún escritor secreto, de esos que nunca saltaron a la fama, ni recibieron premios, pero que son insustituibles y necesarios para comprender el corpus general de una literatura. En nuestro país Julio Torri o Francisco Tario estuvieron casi ocultos, hasta que poco a poco fueron tomando el lugar que merecen.

El caso de James Hogg es curioso: nacido en Escocia en el siglo XVIII, amigo de Walter Scott y William Wordsworth, escribió poco más de dos docenas de libros. Aunque nunca alcanzó grandes ventas, salvo por la obra que aquí presentamos, sí estuvo en los círculos literarios de la época, a pesar de tener un origen humilde. Sus padres fueron granjeros, al igual que él, sólo que desde la infancia éste fue un gran lector y sus amigos lo animaron a escribir.

En español es casi imposible encontrar sus libros, sólo Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado y algunos cuentos considerados góticos, reunidos en antologías del género, se pueden encontrar en las librerías.

Para aquel lector que no tuviera noticia de Hogg y se dé una idea de qué tamaño de escritor estamos hablando, André Gide, el autor francés ganador de un Premio Nobel, dijo de Hogg: “Hace mucho que no me había sentido tan cautivado, tan voluptuosamente atormentado por un libro”. El mismo Gide cuenta en el prólogo al volumen que un amigo le hizo favor de mandarle a Argel el libro de Hogg. Quedó tan impresionado con su lectura que a todos sus amigos ingleses y franceses preguntaba con fervor sobre el secreto autor. Cuál no sería su sorpresa que hasta los mismos ingleses desconocían al autor de las Memorias privadas…

Luego supo Gide que nuestro autor era más conocido por sus libros recopilatorios sobre leyendas y cuentos populares, como los hicieran más tarde Yeats en Irlanda o Calvino en Italia.

¿Pero qué hace única a esta obra? El haberse adelantado, casi por dos siglos, a autores como Chéjov, Joyce o Faulkner. Es difícil que Chéjov la hubiera leído, lo cierto es que Hogg se adelantó al mecanismo que tanto éxito le dio al autor de Un drama de caza. También le tomó ventaja a Joyce y a Faulkner en el manejo de los diferentes puntos de vista y al contar la historia desde distintas voces y versiones. Ni qué decir que le ganó, al menos en el tiempo, a Joyce en el uso del monólogo interior. En fin, el lector tiene la última palabra.

Cada país tiene algún escritor secreto, de esos que nunca saltaron a la fama, ni recibieron premios, pero que son insustituibles y necesarios para comprender el corpus general de una literatura. En nuestro país Julio Torri o Francisco Tario estuvieron casi ocultos, hasta que poco a poco fueron tomando el lugar que merecen.

El caso de James Hogg es curioso: nacido en Escocia en el siglo XVIII, amigo de Walter Scott y William Wordsworth, escribió poco más de dos docenas de libros. Aunque nunca alcanzó grandes ventas, salvo por la obra que aquí presentamos, sí estuvo en los círculos literarios de la época, a pesar de tener un origen humilde. Sus padres fueron granjeros, al igual que él, sólo que desde la infancia éste fue un gran lector y sus amigos lo animaron a escribir.

En español es casi imposible encontrar sus libros, sólo Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado y algunos cuentos considerados góticos, reunidos en antologías del género, se pueden encontrar en las librerías.

Para aquel lector que no tuviera noticia de Hogg y se dé una idea de qué tamaño de escritor estamos hablando, André Gide, el autor francés ganador de un Premio Nobel, dijo de Hogg: “Hace mucho que no me había sentido tan cautivado, tan voluptuosamente atormentado por un libro”. El mismo Gide cuenta en el prólogo al volumen que un amigo le hizo favor de mandarle a Argel el libro de Hogg. Quedó tan impresionado con su lectura que a todos sus amigos ingleses y franceses preguntaba con fervor sobre el secreto autor. Cuál no sería su sorpresa que hasta los mismos ingleses desconocían al autor de las Memorias privadas…

Luego supo Gide que nuestro autor era más conocido por sus libros recopilatorios sobre leyendas y cuentos populares, como los hicieran más tarde Yeats en Irlanda o Calvino en Italia.

¿Pero qué hace única a esta obra? El haberse adelantado, casi por dos siglos, a autores como Chéjov, Joyce o Faulkner. Es difícil que Chéjov la hubiera leído, lo cierto es que Hogg se adelantó al mecanismo que tanto éxito le dio al autor de Un drama de caza. También le tomó ventaja a Joyce y a Faulkner en el manejo de los diferentes puntos de vista y al contar la historia desde distintas voces y versiones. Ni qué decir que le ganó, al menos en el tiempo, a Joyce en el uso del monólogo interior. En fin, el lector tiene la última palabra.

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