/ martes 14 de agosto de 2018

Ciencia y luz/ Avanzar hacia saberes de la vida y para la vida

Tiene su razón de ser histórica: nace en un momento moderno de chatarrización y uniformización del vivir y del saber de gran parte de la humanidad

Luis R. Granados Campos*

¿Qué es esa cosa que flota entre los edificios modernos del saber institucionalizado y que llaman transdisciplinariedad? ¿De qué está hecha esa nube misteriosa? Se trata de una nueva enunciación académica aún sin forma, inscrita muchas veces en prácticas ordinarias nada novedosas de hegemonías del pensamiento, adoctrinamientos conceptuales que dificultan la creatividad humana, la autonomía y la diversidad de seres y saberes en el mundo.

El universo (la naturaleza, el mundo, nosotros, la realidad, la sociedad humana, etcétera) tiene procesos y comportamientos complejos, inesperados, sorprendentes, determinados e indeterminados a la vez. Sin embargo, el pensamiento utilitarista de la modernidad actual pretende comprenderlo todo bajo sus propios preceptos. Éstos son formas culturales determinadas de concebir y de vincularse con el mundo (formas construidas por una historia de dominación y explotación), no son formas naturales en que todos debamos pensar o comportarnos o que duren para siempre. ¿Puede accederse a la aventura y experiencia del conocimiento a través de un pensamiento con intereses particulares, con intereses de explotación y conservación del poder? ¿No es la realidad desinteresada?

¿Por qué estamos hablando hoy de este tema? La transdisciplinariedad como inquietud del pensamiento contemporáneo tiene su razón de ser histórica: nace y hunde sus raíces en un momento moderno de chatarrización y uniformización del vivir y del saber de gran parte de la humanidad. En este sentido, parafraseando a Sigmund Freud, la transdisciplinariedad se ha presentado en primera instancia como el “malestar del conocimiento moderno”, un sentido de culpa que la instrumentalidad analítica del saber institucionalizado siente por la artificialización y el autoencierro de su lógica llana y burocrática, por la impotencia de su método mecánico, por la incompletitud de sus frutos, por la degradación de las capacidades creativas del espíritu humano.

La transdisciplinariedad se transformaría en saber, en saber que no sabe todo/Cortesía

Sólida cultura clasista

Los centros de investigación y las universidades se encuentran departamentalizados, cumpliendo en cada área (disciplina) un fin productivo y mercantil determinado, siendo los saberes “inútiles” (mágicos, autóctonos, periféricos, emotivos) desechados. Es en este sentido de trascender la manipulación y la ocupación oligárquica del conocimiento, que yo creo en la necesidad de un movimiento social y epistemológico que vaya del malestar intelectual moderno, de una configuración técnico-mercantilista del mundo, hacia saberes de la vida y para la vida.

En su movimiento cosificante y fragmentador, el pensamiento utilitarista de la modernidad capitalista reconoce, en su propuesta transdisciplinaria, que pierde la noción de saber. La realidad objetiva se le escapa. El progreso y el desarrollo son una falacia. La vida está en crisis, el sistema-mundo y el espíritu del ser humano también. La transdisciplinariedad que mana en esta atmósfera de intereses egoístas intenta, con los preceptos de la razón manipulada, restablecer ese sentido de unidad y comprensión del mundo que se le va. Trata de describir la realidad, el mundo abigarrado, nuestro mundo, con los instrumentos caprichosos, unilineales –unilaterales– de unas cuantas personas impositivas que tienen intereses particulares; se trata de un método limitado que es, además, antropocéntrico y hegemónico, que destruye la diversidad de saberes y cosmogonías periféricas y multicolores. Es, en fin, simplificar el universo a una mente cuadricular (tasar, medir, atrapar), mecanizar lo sutil, cuantificar la belleza, plastificar la vida, aprehender y mercantilizar la naturaleza. Tal vez aquello que llamamos libertad sería una mejor metodología o herramienta para conocer.

La transdisciplinariedad ha estado perfilándose como un feudo del quehacer académico, un área o reino de conocimiento “sutil”, accesible sólo a algunos afortunados elegidos. Por el contrario, el toque, la forma de conocimiento orgánico que evoca el mismo término es fácil de localizar en comunidades no academizadas, en sociedades semi-industrializadas, “primitivas” o campesinas donde los vínculos con los elementos de la naturaleza y los ciclos cósmicos son más robustos e importantes que en la sociedad moderna. Sin embargo, el concepto que envuelve los ámbitos universitarios de hoy proviene, como ya hemos visto, de una condición política del saber que cosifica la naturaleza, tradición intelectual acrítica apoyada en una sólida cultura clasista.

Saber que no sabe todo

En la cultura de la sociedad no igualitaria, la transdisciplinariedad aparece como un instrumento con el cual la intelectualidad orgánica pretende pastorear almas obnubiladas, sin autonomía, sin luz y con la dignidad extraviada. La contradicción es chocante: como idea de saber de una cultura impositiva, como esquema mecánico del mundo, declama libertad, ruptura de cadenas y después busca imponer lo que su cultura le dice: la libertad es sujetarse “voluntariamente” a sus postulados “emancipadores”, desveladores de “la verdad”.

Sin embargo, la transdisciplinariedad como propósito meditado de trabajo indagativo, como posibilidad creativa del conocimiento sistemático precisa de un sustrato político donde la sociedad humana lucha por la autodeterminación de sus comunidades e individuos, o no se encuentra ya escindida en clases sociales, en categorías de seres humanos que imponen intereses, normas y procedimientos con fines particulares (de prestigio, poder, etcétera) ajenos al saber. En este sentido, la transdisciplinariedad no sería un campo para la reproducción de estructuras de poder –económico, intelectual o político–, sino su disolución.

El término transdisciplinariedad está referido particularmente a la disciplinariedad científica. Sin embargo, en su propia acepción “trans”, al centrar su actividad en la función particular y profunda del conocimiento (este, aquí sí, no sólo científico), desborda su propio nombre. El conocimiento es más que conocimiento científico. De este modo la transdisciplinariedad se transformaría en saber, en saber que no sabe todo. Así, el concepto de transdisciplinariedad se disolvería para volver nuestro pensamiento a las claras y sencillas palabras de filosofía, mesura, misterio, experiencia, entendimiento, duda.

*Centro de EcoAlfabetización y Diálogo de Saberes, UV. Correo: nubejarcor@yahoo.com

Luis R. Granados Campos*

¿Qué es esa cosa que flota entre los edificios modernos del saber institucionalizado y que llaman transdisciplinariedad? ¿De qué está hecha esa nube misteriosa? Se trata de una nueva enunciación académica aún sin forma, inscrita muchas veces en prácticas ordinarias nada novedosas de hegemonías del pensamiento, adoctrinamientos conceptuales que dificultan la creatividad humana, la autonomía y la diversidad de seres y saberes en el mundo.

El universo (la naturaleza, el mundo, nosotros, la realidad, la sociedad humana, etcétera) tiene procesos y comportamientos complejos, inesperados, sorprendentes, determinados e indeterminados a la vez. Sin embargo, el pensamiento utilitarista de la modernidad actual pretende comprenderlo todo bajo sus propios preceptos. Éstos son formas culturales determinadas de concebir y de vincularse con el mundo (formas construidas por una historia de dominación y explotación), no son formas naturales en que todos debamos pensar o comportarnos o que duren para siempre. ¿Puede accederse a la aventura y experiencia del conocimiento a través de un pensamiento con intereses particulares, con intereses de explotación y conservación del poder? ¿No es la realidad desinteresada?

¿Por qué estamos hablando hoy de este tema? La transdisciplinariedad como inquietud del pensamiento contemporáneo tiene su razón de ser histórica: nace y hunde sus raíces en un momento moderno de chatarrización y uniformización del vivir y del saber de gran parte de la humanidad. En este sentido, parafraseando a Sigmund Freud, la transdisciplinariedad se ha presentado en primera instancia como el “malestar del conocimiento moderno”, un sentido de culpa que la instrumentalidad analítica del saber institucionalizado siente por la artificialización y el autoencierro de su lógica llana y burocrática, por la impotencia de su método mecánico, por la incompletitud de sus frutos, por la degradación de las capacidades creativas del espíritu humano.

La transdisciplinariedad se transformaría en saber, en saber que no sabe todo/Cortesía

Sólida cultura clasista

Los centros de investigación y las universidades se encuentran departamentalizados, cumpliendo en cada área (disciplina) un fin productivo y mercantil determinado, siendo los saberes “inútiles” (mágicos, autóctonos, periféricos, emotivos) desechados. Es en este sentido de trascender la manipulación y la ocupación oligárquica del conocimiento, que yo creo en la necesidad de un movimiento social y epistemológico que vaya del malestar intelectual moderno, de una configuración técnico-mercantilista del mundo, hacia saberes de la vida y para la vida.

En su movimiento cosificante y fragmentador, el pensamiento utilitarista de la modernidad capitalista reconoce, en su propuesta transdisciplinaria, que pierde la noción de saber. La realidad objetiva se le escapa. El progreso y el desarrollo son una falacia. La vida está en crisis, el sistema-mundo y el espíritu del ser humano también. La transdisciplinariedad que mana en esta atmósfera de intereses egoístas intenta, con los preceptos de la razón manipulada, restablecer ese sentido de unidad y comprensión del mundo que se le va. Trata de describir la realidad, el mundo abigarrado, nuestro mundo, con los instrumentos caprichosos, unilineales –unilaterales– de unas cuantas personas impositivas que tienen intereses particulares; se trata de un método limitado que es, además, antropocéntrico y hegemónico, que destruye la diversidad de saberes y cosmogonías periféricas y multicolores. Es, en fin, simplificar el universo a una mente cuadricular (tasar, medir, atrapar), mecanizar lo sutil, cuantificar la belleza, plastificar la vida, aprehender y mercantilizar la naturaleza. Tal vez aquello que llamamos libertad sería una mejor metodología o herramienta para conocer.

La transdisciplinariedad ha estado perfilándose como un feudo del quehacer académico, un área o reino de conocimiento “sutil”, accesible sólo a algunos afortunados elegidos. Por el contrario, el toque, la forma de conocimiento orgánico que evoca el mismo término es fácil de localizar en comunidades no academizadas, en sociedades semi-industrializadas, “primitivas” o campesinas donde los vínculos con los elementos de la naturaleza y los ciclos cósmicos son más robustos e importantes que en la sociedad moderna. Sin embargo, el concepto que envuelve los ámbitos universitarios de hoy proviene, como ya hemos visto, de una condición política del saber que cosifica la naturaleza, tradición intelectual acrítica apoyada en una sólida cultura clasista.

Saber que no sabe todo

En la cultura de la sociedad no igualitaria, la transdisciplinariedad aparece como un instrumento con el cual la intelectualidad orgánica pretende pastorear almas obnubiladas, sin autonomía, sin luz y con la dignidad extraviada. La contradicción es chocante: como idea de saber de una cultura impositiva, como esquema mecánico del mundo, declama libertad, ruptura de cadenas y después busca imponer lo que su cultura le dice: la libertad es sujetarse “voluntariamente” a sus postulados “emancipadores”, desveladores de “la verdad”.

Sin embargo, la transdisciplinariedad como propósito meditado de trabajo indagativo, como posibilidad creativa del conocimiento sistemático precisa de un sustrato político donde la sociedad humana lucha por la autodeterminación de sus comunidades e individuos, o no se encuentra ya escindida en clases sociales, en categorías de seres humanos que imponen intereses, normas y procedimientos con fines particulares (de prestigio, poder, etcétera) ajenos al saber. En este sentido, la transdisciplinariedad no sería un campo para la reproducción de estructuras de poder –económico, intelectual o político–, sino su disolución.

El término transdisciplinariedad está referido particularmente a la disciplinariedad científica. Sin embargo, en su propia acepción “trans”, al centrar su actividad en la función particular y profunda del conocimiento (este, aquí sí, no sólo científico), desborda su propio nombre. El conocimiento es más que conocimiento científico. De este modo la transdisciplinariedad se transformaría en saber, en saber que no sabe todo. Así, el concepto de transdisciplinariedad se disolvería para volver nuestro pensamiento a las claras y sencillas palabras de filosofía, mesura, misterio, experiencia, entendimiento, duda.

*Centro de EcoAlfabetización y Diálogo de Saberes, UV. Correo: nubejarcor@yahoo.com

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