La ópera Amor en tiempos apocalípticos, del compositor Francisco González Christen y que estrenó el sábado pasado en el teatro J. J. Herrera es un acontecimiento importante, por varias razones, a saber:
En Xalapa no es común que se presenten espectáculos operísticos y menos de un autor y talentos locales.
La puesta en escena fue un éxito con casa llena.
La propuesta contó con un trabajo profesional que se basaba en un texto muy actual y moderno, del papel de las redes sociales en las relaciones personales y amorosas.
El trabajo musical a cargo de Christen revela a alguien familiarizado con el género y con amplios conocimientos musicales, al ser un jubilado profesor de la Facultad de Música y ser ésta su segunda ópera escrita y representada entre varias composiciones musicales.
Contando con el talento de los cantantes: Renee Mariem Baruch, Montserrat Rodríguez, Graciela Pérez, Teresita Jiménez, Alejando Solano, Diego A. Mascorra, y la coreografía de bailarines, Diana Borrón, Ivonne Godínez, Julia Astrid Tapia, Isabel Zárate, y Rafael Domínguez, con la dirección de Karen Priego.
La historia es sobre una chica que tiene un romance por Facebook con un musulmán marroquí y las vicisitudes que provoca en su familia, compuesta por padres conservadores y dos hermanos ausentes. En un tono de comedia y reflejando un tema actual, las fantasmagorías en las relaciones cibernéticas a distancia, que Christen no sin ironía refleja este fenómeno social y que al final dan un giro muy usual en los autoengaños de muchos, para el fracaso sentimental.
La crítica política, en la que el autor apela tanto en literatura, como en cine, la ejecuta aquí con el contrapunto de una lectora de noticias que contextualiza con el México de hoy de la corrupción, la violencia y el fraude y que los personajes mismos comentan.
Una escena, la de las bailarinas monstruosas que aparecen sin justificación, salvo como producto de las pesadillas de la madre y que no establecen mayor vínculo con la historia, pero que sorprenden como irrupción fresca, parece fuera de lugar, pero da un tinte posmoderno a la obra.
Hay varios guiños intertextuales, donde se alude a escritores, y personajes pop, que son divertidos, que refleja el mundo de la actualidad.
La pintura cotidiana de una familia donde la hija es cantante, el padre conservador, la madre permisiva, dan ese tono de comedia social paradigmática.
El canto de la soprano, la hija, es tan agudo y alto que a veces no se entiende lo que dice, pero, en coro son climáticas las escenas. Se nota el conocimiento del autor de la estructura dramática, con diálogos coherentes y desenfadados, llenos de gags y de multirreferencialidad. Aunque creo que con una orquesta hubiese funcionado mejor, con música clásica.
Una ópera, en suma sin tono apocalíptico, sino especular de una sociedad ilusoria y atenta a la tecnología, donde el sainete irreverente y esquemático del musulmán, da un final gracioso en las falsas relaciones modernas atávicas y artificiales. La obra demuestra que la ópera puede ser popular y no sólo elitista, tratando los temas más cotidianos flaubertianamente, sin demeritar el acto artístico. Vale la pena verla.
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