/ viernes 13 de abril de 2018

"En la soledad, frente a los libros de relatos infantiles, nació mi destino de escritor"

Grande entre los grandes, Sergio Pitol se ha ido, pero no su luminosidad

Xalapa, Ver.- Disentir con una sentencia de Derek Walcott pareciera una locura. Sin embargo, cuando dijo que "las biografías de poetas difícilmente son creíbles" habría que ceñirse a que especificó poetas, porque en Memoria, un libro publicado por Sergio Pitol, quedó manifiesto el sentir de un hombre de letras que más allá de dar un perfil rápido y apresurado compartió con bondad sus pensamientos, sus querencias y anhelos.

Este 12 de abril, con 85 años de vida —cumplidos apenas el pasado mes de marzo—, el escritor y traductor Sergio Pitol se ha despedido de este mundo, tras varios años de sufrir afasia progresiva.

Queda para la posteridad su inagotable sabiduría y un acervo literario en el que él mismo aceptó estar presente: “Estoy en todo lo que escribo, a pesar a veces de buscar una forma de desaparición”.

En Memoria, el autor de El mago de Viena, El arte de la fuga, Infierno de todos, Juegos Florales, Domar a la divina garza y El tañido de una flauta, por mencionar algunas de sus obras, devela que ya desde su infancia había un afecto especial por la lectura, iniciado no en el mejor de los escenarios, sino en uno de pérdidas, las de sus padres y su hermanita menor, sucesos que desencadenaron en su llegada al ingenio de Potrero, Veracruz, con su abuela y su tío Agustín, donde entre árboles de toronjas y casas rodeadas de jardines comprendió a su corta edad la dificultad de las relaciones humanas y, tras un intento fallido, desistió de reincidir en el mundo agitado, jubiloso de sus contemporáneos; tomó en cambio como refugio el aprendizaje del abecedario, las palabras, las frases, los libros... Allí, expresó, “en la soledad, frente a los libros de relatos infantiles que más que un hábito se convirtieron en una pasión, nació mi destino de escritor”.

Sergio Pitol vivió después en otros municipios veracruzanos —Córdoba y Xalapa—, estudió Derecho en la Ciudad de México y tras terminar la universidad, en 1955, dirigió la revista Cauce; en una crisis sentimental escribió en una sola noche Victorio Ferri cuenta un cuento, su primera incursión activa en la literatura.

Vinieron los viajes, su desarrollo como diplomático, escritor y traductor, labor invaluable esta última, pues a través de la Editorial de la Universidad Veracruzana ha dado oportunidad de conocer en español obras cuyo idioma original era el chino, inglés, húngaro, italiano, polaco y ruso.

EL LIBRO, UN CAMINO DE SALVACIÓN

Grande entre los grandes, Sergio Pitol (Puebla, 18 de marzo de 1933-Xalapa, 12 de abril de 2018) se ha ido, pero no su luminosidad, difícil de apresar en unas palabras urgentes ante su partida.

Queda el exhorto que dio en una de sus últimas presentaciones en la capital veracruzana, en el auditorio de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información, donde declaró: “Reitero la invitación, casi la exhortación, de mantenerse en los libros, gozar el placer del texto, acumular enseñanzas, trazar una red combinatoria que dé unidad a nuestras emociones y conocimientos. En fin, el libro y los idiomas que alberga son un camino de salvación. Una sociedad alejada de ellos es una sociedad sorda, ciega y muda”.

En este mismo sitio, puntualizó que su vida estaba en el lenguaje y que su felicidad o su desdicha dependían de él: “He sido, durante toda mi vida, un amante de la palabra; he sido su siervo; un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su subsuelo; soy también su inquisidor, su abogado y su verdugo; el ángel de la guarda y la aviesa serpiente; la manzana, el árbol y el demonio”.

Xalapa, Ver.- Disentir con una sentencia de Derek Walcott pareciera una locura. Sin embargo, cuando dijo que "las biografías de poetas difícilmente son creíbles" habría que ceñirse a que especificó poetas, porque en Memoria, un libro publicado por Sergio Pitol, quedó manifiesto el sentir de un hombre de letras que más allá de dar un perfil rápido y apresurado compartió con bondad sus pensamientos, sus querencias y anhelos.

Este 12 de abril, con 85 años de vida —cumplidos apenas el pasado mes de marzo—, el escritor y traductor Sergio Pitol se ha despedido de este mundo, tras varios años de sufrir afasia progresiva.

Queda para la posteridad su inagotable sabiduría y un acervo literario en el que él mismo aceptó estar presente: “Estoy en todo lo que escribo, a pesar a veces de buscar una forma de desaparición”.

En Memoria, el autor de El mago de Viena, El arte de la fuga, Infierno de todos, Juegos Florales, Domar a la divina garza y El tañido de una flauta, por mencionar algunas de sus obras, devela que ya desde su infancia había un afecto especial por la lectura, iniciado no en el mejor de los escenarios, sino en uno de pérdidas, las de sus padres y su hermanita menor, sucesos que desencadenaron en su llegada al ingenio de Potrero, Veracruz, con su abuela y su tío Agustín, donde entre árboles de toronjas y casas rodeadas de jardines comprendió a su corta edad la dificultad de las relaciones humanas y, tras un intento fallido, desistió de reincidir en el mundo agitado, jubiloso de sus contemporáneos; tomó en cambio como refugio el aprendizaje del abecedario, las palabras, las frases, los libros... Allí, expresó, “en la soledad, frente a los libros de relatos infantiles que más que un hábito se convirtieron en una pasión, nació mi destino de escritor”.

Sergio Pitol vivió después en otros municipios veracruzanos —Córdoba y Xalapa—, estudió Derecho en la Ciudad de México y tras terminar la universidad, en 1955, dirigió la revista Cauce; en una crisis sentimental escribió en una sola noche Victorio Ferri cuenta un cuento, su primera incursión activa en la literatura.

Vinieron los viajes, su desarrollo como diplomático, escritor y traductor, labor invaluable esta última, pues a través de la Editorial de la Universidad Veracruzana ha dado oportunidad de conocer en español obras cuyo idioma original era el chino, inglés, húngaro, italiano, polaco y ruso.

EL LIBRO, UN CAMINO DE SALVACIÓN

Grande entre los grandes, Sergio Pitol (Puebla, 18 de marzo de 1933-Xalapa, 12 de abril de 2018) se ha ido, pero no su luminosidad, difícil de apresar en unas palabras urgentes ante su partida.

Queda el exhorto que dio en una de sus últimas presentaciones en la capital veracruzana, en el auditorio de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información, donde declaró: “Reitero la invitación, casi la exhortación, de mantenerse en los libros, gozar el placer del texto, acumular enseñanzas, trazar una red combinatoria que dé unidad a nuestras emociones y conocimientos. En fin, el libro y los idiomas que alberga son un camino de salvación. Una sociedad alejada de ellos es una sociedad sorda, ciega y muda”.

En este mismo sitio, puntualizó que su vida estaba en el lenguaje y que su felicidad o su desdicha dependían de él: “He sido, durante toda mi vida, un amante de la palabra; he sido su siervo; un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su subsuelo; soy también su inquisidor, su abogado y su verdugo; el ángel de la guarda y la aviesa serpiente; la manzana, el árbol y el demonio”.

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