/ domingo 13 de enero de 2019

Experimentamos a Dios como Padre, no como energía

Causa sorpresa y hasta desconcierto la postura de algunas personas que no bautizan a sus hijos de pequeños, sino que prefieren que ellos crezcan para que cuando sean mayores de edad decidan por sí mismos.

Es una postura que asumen algunas personas basadas —así lo dicen— en un espíritu liberal, o justificados supuestamente en una postura de tipo intelectual.

Habría que decir a los que piensan así que para ser coherentes también sería necesario no enseñarles a los niños ninguna lengua, no darles educación alguna ni inculcarles principio alguno, dejando que un día decidan por sí mismos cuál adoptar. No se puede sostener, pues, una postura como ésta, además de que el diablo no respeta nada, ni criterios modernos ni se espera a que las personas cumplan 18 años para comenzar a engañarlas y seducirlas.

La teología ha desarrollado desde siempre una respuesta a todas luces definitiva sobre esta cuestión. Sin embargo, frente a estas tendencias, más que exponer la respuesta teológica más precisa y contundente, siento la necesidad de dar gracias a mis padres por haberme bautizado a los tres meses de haber nacido.

La decisión que tomaron me confirma el amor que me expresaron a lo largo de toda la vida. Su amor y su fe fueron determinantes para tomar esta decisión, más que las modas del momento o los criterios modernos.

Cuando se ofrece un don no se pide permiso a una persona. Nos sale del corazón ofrecer ese don que sabemos transformará a la persona amada y tendrá en ella un efecto de alegría. Pues así como lo decimos de la vida, esto mismo lo reconocemos del bautismo.

El bautismo me permite experimentar el amor de Dios y el amor no es un condicionamiento negativo para la libertad o la voluntad de una persona. El bautismo me permite crecer como hijo y, por lo tanto, experimentar a Dios como mi Padre. Por el bautismo se desarrollan en mi alma esos sentimientos de filiación que me hacen dirigirme con confianza a Dios.

Que un niño goce del amor de sus padres ya desde la concepción no es ningún condicionamiento negativo sobre la libertad y voluntad del niño. Más aún, es lo más hermoso que un niño puede poseer: el amor y afecto de sus padres. ¿Por qué, pues, el amor de Dios tendría que ser un mal para el nuevo bautizado? Gozar del amor de Dios es lo máximo que se puede pedir, y nosotros no tenemos el derecho de privar a nadie del don de ser amado.

Hace algunos años decía el papa Francisco: «Tú puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todas estas cosas. Pero todo esto jamás será capaz de darte la libertad de hijo. Es sólo el Espíritu Santo quien mueve tu corazón para decir ‘Padre’. Sólo el Espíritu Santo es capaz de disipar, de romper esta dureza del corazón y hacer un corazón… ¿blando?… No sé, no me gusta la palabra… “Dócil”. Dócil al Señor. Dócil a la libertad del amor».

Los cristianos por eso experimentamos a Dios como un Padre, no como una energía, no como una partícula o una realidad impersonal. En mi relación con Dios no busco simplemente el equilibrio o una paz psicológica, o la armonía con el universo, o un viaje introspectivo.

Mi relación con Dios es impulsada por el Espíritu que me hace crecer en la conciencia de hijo. También mi relación con Dios, que es impulsada por el Espíritu, pasa por el reconocimiento de la dignidad del otro, por el amor al otro que es también hijo de Dios y por lo tanto mi hermano.

La fe es un inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable y la mejor herencia que los padres pueden dar a sus hijos. El bautismo es la puerta del encuentro con Cristo, el fundamento de toda la vida cristiana y la incorporación al pueblo de Dios, la Iglesia. El bautismo es la vida divina que nos viene gratuitamente donada. No es vulnerar la libertad de los hijos, sino dar margen a que puedan recibir este don en el alba misma de la vida.

¿Qué sigue después de tantas fiestas que hemos celebrado? Ahora que ya retomamos nuestras actividades ordinarias, lo que sigue es ser coherentes y vivir nuestro bautismo. En medio de las adversidades y cada vez que tengamos que tomar decisiones importantes, recuerden que hemos recibido el Espíritu que nos hace clamar a Dios y sentir su amor y protección.

Causa sorpresa y hasta desconcierto la postura de algunas personas que no bautizan a sus hijos de pequeños, sino que prefieren que ellos crezcan para que cuando sean mayores de edad decidan por sí mismos.

Es una postura que asumen algunas personas basadas —así lo dicen— en un espíritu liberal, o justificados supuestamente en una postura de tipo intelectual.

Habría que decir a los que piensan así que para ser coherentes también sería necesario no enseñarles a los niños ninguna lengua, no darles educación alguna ni inculcarles principio alguno, dejando que un día decidan por sí mismos cuál adoptar. No se puede sostener, pues, una postura como ésta, además de que el diablo no respeta nada, ni criterios modernos ni se espera a que las personas cumplan 18 años para comenzar a engañarlas y seducirlas.

La teología ha desarrollado desde siempre una respuesta a todas luces definitiva sobre esta cuestión. Sin embargo, frente a estas tendencias, más que exponer la respuesta teológica más precisa y contundente, siento la necesidad de dar gracias a mis padres por haberme bautizado a los tres meses de haber nacido.

La decisión que tomaron me confirma el amor que me expresaron a lo largo de toda la vida. Su amor y su fe fueron determinantes para tomar esta decisión, más que las modas del momento o los criterios modernos.

Cuando se ofrece un don no se pide permiso a una persona. Nos sale del corazón ofrecer ese don que sabemos transformará a la persona amada y tendrá en ella un efecto de alegría. Pues así como lo decimos de la vida, esto mismo lo reconocemos del bautismo.

El bautismo me permite experimentar el amor de Dios y el amor no es un condicionamiento negativo para la libertad o la voluntad de una persona. El bautismo me permite crecer como hijo y, por lo tanto, experimentar a Dios como mi Padre. Por el bautismo se desarrollan en mi alma esos sentimientos de filiación que me hacen dirigirme con confianza a Dios.

Que un niño goce del amor de sus padres ya desde la concepción no es ningún condicionamiento negativo sobre la libertad y voluntad del niño. Más aún, es lo más hermoso que un niño puede poseer: el amor y afecto de sus padres. ¿Por qué, pues, el amor de Dios tendría que ser un mal para el nuevo bautizado? Gozar del amor de Dios es lo máximo que se puede pedir, y nosotros no tenemos el derecho de privar a nadie del don de ser amado.

Hace algunos años decía el papa Francisco: «Tú puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todas estas cosas. Pero todo esto jamás será capaz de darte la libertad de hijo. Es sólo el Espíritu Santo quien mueve tu corazón para decir ‘Padre’. Sólo el Espíritu Santo es capaz de disipar, de romper esta dureza del corazón y hacer un corazón… ¿blando?… No sé, no me gusta la palabra… “Dócil”. Dócil al Señor. Dócil a la libertad del amor».

Los cristianos por eso experimentamos a Dios como un Padre, no como una energía, no como una partícula o una realidad impersonal. En mi relación con Dios no busco simplemente el equilibrio o una paz psicológica, o la armonía con el universo, o un viaje introspectivo.

Mi relación con Dios es impulsada por el Espíritu que me hace crecer en la conciencia de hijo. También mi relación con Dios, que es impulsada por el Espíritu, pasa por el reconocimiento de la dignidad del otro, por el amor al otro que es también hijo de Dios y por lo tanto mi hermano.

La fe es un inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable y la mejor herencia que los padres pueden dar a sus hijos. El bautismo es la puerta del encuentro con Cristo, el fundamento de toda la vida cristiana y la incorporación al pueblo de Dios, la Iglesia. El bautismo es la vida divina que nos viene gratuitamente donada. No es vulnerar la libertad de los hijos, sino dar margen a que puedan recibir este don en el alba misma de la vida.

¿Qué sigue después de tantas fiestas que hemos celebrado? Ahora que ya retomamos nuestras actividades ordinarias, lo que sigue es ser coherentes y vivir nuestro bautismo. En medio de las adversidades y cada vez que tengamos que tomar decisiones importantes, recuerden que hemos recibido el Espíritu que nos hace clamar a Dios y sentir su amor y protección.