/ lunes 6 de noviembre de 2023

Retrato Hereje | La "real diplomacia" con EU

Ken Salazar, amigo personal del presidente norteamericano Joe Biden y su representante ante el gobierno mexicano, acercó su rostro al oído de la canciller Alicia Bárcena para hablarle con susurros; incluso, se arrodilló en el piso del avión en el que ambos viajaron hacia Washington, la mañana del miércoles pasado. Cualquier pasajero que haya visto la escena debió reflexionar sobre cómo se tejen las relaciones entre Palacio Nacional y la Casa Blanca.

De acuerdo con imágenes e información en poder de este espacio, durante su singular coloquio aéreo, Salazar y Bárcena -ella permaneció en el asiento 19 C-, la canciller mostró al embajador diversos documentos que portaba; recibió de él comentarios y pareció realizar correcciones a la luz de lo comentado. Repitieron la escena en tres ocasiones, hasta que el primero se separó de su lado.

Foto: Especial

La visita de Bárcena -la tercera durante su actual gestión- tuvo como misión central disimular el nuevo desdén del presidente López Obrador hacia el gobierno Biden, uno de los más débiles que haya tenido la vecina nación en su historia reciente. En esta oportunidad, el mandatario mexicano rechazó acudir a la primera cumbre de jefes de Estado de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP, por sus siglas en inglés), propuesta por el propio Biden.

La ausencia de López Obrador contrastó con su reciente encuentro en Palenque, Chiapas, con los hombres fuertes de naciones consideradas bajo dictaduras, como Venezuela y Cuba. A Estados Unidos ha dirigido críticas en las conferencias mañaneras y condenas contra actos presuntamente injerencistas desde el otro lado de la frontera norte.

Durante el referido vuelo, el embajador Salazar tuvo una conversación aún más amplia con Roberto Velasco, protegido de Marcelo Ebrard durante la gestión de éste en Relaciones Exteriores, donde lo impulsó desde discretas posiciones -en concordancia con su nula experiencia diplomática- hasta el manejo de la agenda con la Unión Americana, la más compleja que tenga México en el mundo. Se le creó para ello el atípico cargo jefe de Unidad para América del Norte.

Salazar usó un asiento desocupado a la derecha del asignado a Velasco Álvarez -el 21 D- y le hizo amplios comentarios de la misma manera: a escasos centímetros de su oído, mientras observaba documentos que le mostraba su interlocutor.

Al terminar el vuelo, fue ostensible la frialdad entre la canciller Bárcena y Velasco, quienes no cruzaron palabra. Salazar adelantó sus pasos y al entrar a la terminal aérea, se topó con el embajador mexicano ante la Casa Blanca, Esteban Moctezuma. “Hi, pal (hola, amigo)”, dijo; se estrecharon brevemente la mano y el estadounidense caminó hasta el área de taxis de plataforma digital, donde abordó un vehículo.

Salazar, Bárcena y Velasco protagonizan una relación plena de simulaciones, dominada por la apatía de Palacio Nacional y la creciente insatisfacción de la Casa Blanca, según análisis de expertos consultados.

El embajador Salazar, nacido en Colorado, de origen hispano por partida doble -su segundo apellido es Montoya- ha convencido al presidente Biden de que su relación personal con López Obrador ha permitido que a la sombra de las proclamas nacionalistas México se haya sometido a las políticas migratorias dictadas por Washington. Eso no impide que el Departamento de Estado muestre exasperación ante la falta de apoyo por parte de su vecino en la agenda global, como la pugna con China y Rusia, la guerra de Israel contra Palestina y otros temas.

Bárcena ha limpiado a la cancillería de la influencia de Marcelo Ebrard, con excepción del área que conduce Velasco Álvarez con amplia autonomía, al grado de ignorar en ocasiones a la canciller y, con frecuencia, al embajador Moctezuma. Para los conocedores de esta historia, el único factor positivo a la vista es que en 10 meses termina el actual gobierno.

Ken Salazar, amigo personal del presidente norteamericano Joe Biden y su representante ante el gobierno mexicano, acercó su rostro al oído de la canciller Alicia Bárcena para hablarle con susurros; incluso, se arrodilló en el piso del avión en el que ambos viajaron hacia Washington, la mañana del miércoles pasado. Cualquier pasajero que haya visto la escena debió reflexionar sobre cómo se tejen las relaciones entre Palacio Nacional y la Casa Blanca.

De acuerdo con imágenes e información en poder de este espacio, durante su singular coloquio aéreo, Salazar y Bárcena -ella permaneció en el asiento 19 C-, la canciller mostró al embajador diversos documentos que portaba; recibió de él comentarios y pareció realizar correcciones a la luz de lo comentado. Repitieron la escena en tres ocasiones, hasta que el primero se separó de su lado.

Foto: Especial

La visita de Bárcena -la tercera durante su actual gestión- tuvo como misión central disimular el nuevo desdén del presidente López Obrador hacia el gobierno Biden, uno de los más débiles que haya tenido la vecina nación en su historia reciente. En esta oportunidad, el mandatario mexicano rechazó acudir a la primera cumbre de jefes de Estado de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP, por sus siglas en inglés), propuesta por el propio Biden.

La ausencia de López Obrador contrastó con su reciente encuentro en Palenque, Chiapas, con los hombres fuertes de naciones consideradas bajo dictaduras, como Venezuela y Cuba. A Estados Unidos ha dirigido críticas en las conferencias mañaneras y condenas contra actos presuntamente injerencistas desde el otro lado de la frontera norte.

Durante el referido vuelo, el embajador Salazar tuvo una conversación aún más amplia con Roberto Velasco, protegido de Marcelo Ebrard durante la gestión de éste en Relaciones Exteriores, donde lo impulsó desde discretas posiciones -en concordancia con su nula experiencia diplomática- hasta el manejo de la agenda con la Unión Americana, la más compleja que tenga México en el mundo. Se le creó para ello el atípico cargo jefe de Unidad para América del Norte.

Salazar usó un asiento desocupado a la derecha del asignado a Velasco Álvarez -el 21 D- y le hizo amplios comentarios de la misma manera: a escasos centímetros de su oído, mientras observaba documentos que le mostraba su interlocutor.

Al terminar el vuelo, fue ostensible la frialdad entre la canciller Bárcena y Velasco, quienes no cruzaron palabra. Salazar adelantó sus pasos y al entrar a la terminal aérea, se topó con el embajador mexicano ante la Casa Blanca, Esteban Moctezuma. “Hi, pal (hola, amigo)”, dijo; se estrecharon brevemente la mano y el estadounidense caminó hasta el área de taxis de plataforma digital, donde abordó un vehículo.

Salazar, Bárcena y Velasco protagonizan una relación plena de simulaciones, dominada por la apatía de Palacio Nacional y la creciente insatisfacción de la Casa Blanca, según análisis de expertos consultados.

El embajador Salazar, nacido en Colorado, de origen hispano por partida doble -su segundo apellido es Montoya- ha convencido al presidente Biden de que su relación personal con López Obrador ha permitido que a la sombra de las proclamas nacionalistas México se haya sometido a las políticas migratorias dictadas por Washington. Eso no impide que el Departamento de Estado muestre exasperación ante la falta de apoyo por parte de su vecino en la agenda global, como la pugna con China y Rusia, la guerra de Israel contra Palestina y otros temas.

Bárcena ha limpiado a la cancillería de la influencia de Marcelo Ebrard, con excepción del área que conduce Velasco Álvarez con amplia autonomía, al grado de ignorar en ocasiones a la canciller y, con frecuencia, al embajador Moctezuma. Para los conocedores de esta historia, el único factor positivo a la vista es que en 10 meses termina el actual gobierno.