/ miércoles 13 de febrero de 2019

Babel y laberinto / Adiós, Hemingway de Leonardo Padura

Padura es un autor de novelas más que policíacas, hechas a partir de la más aguda inteligencia

Con Ernest Hemingway se rescató una suerte de figura romántica decimonónica, aunque con elementos modernos; esas figuras románticas que inundan todos sus cuentos: toreros, boxeadores, cazadores, músicos.

A Hemingway debemos la estrecha relación que hasta la fecha existe entre el arte y el periodismo. El autor de Por quién doblan las campanas hizo de la crónica un género literario. Autor precoz (a los veintitrés años era ya un narrador reconocido), su estancia en el París de los años veinte le abrió otras posibilidades narrativas y artísticas en general; se codeó con artistas como Gertrude Stein, Pablo Picasso y fue amigo cercano de Ezra Pound y Francis Scott Fitzgerald; es célebre su relación con este último, misma que quedó retratada (a veces con tristeza) en su libro París era una fiesta.

Pero la figura de Hemingway fue siempre contradictoria y toda su vida estuvo en situaciones límites: ya en la Primera Guerra Mundial como camillero, ya en las fiestas bravas de Pamplona, pasando días y días de cacería en África o metido en la cama de alguna famosa actriz de Hollywood.

A pesar de tener una vida poco ortodoxa, de ser el centro de atención para los medios impresos y la temprana radio, además de llevar una vida disipada y ser despiadado en sus críticas sociales y políticas, le fue concedido el premio Nobel en 1954.

Tal vez uno de los periodos más conocidos en la vida del estadounidense sean los años que pasó en la Habana, Cuba. Son aquellos años los que le sirven al inigualable narrador cubano Leonardo Padura para armar Adiós, Hemingway.

Leonardo Padura saltó a la fama internacional por su serie “Las cuatro estaciones”, conformada por Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño, tetralogía inicial a la que se sumó La neblina de ayer. Protagonizadas en su totalidad por el investigador retirado Mario Conde, las novelas de Padura son obras creadas por un ave raris de las letras no sólo cubanas, sino latinoamericanas. No hay autor de la isla (ni siquiera el exitoso Pedro Juan Gutiérrez) que haya alcanzado ventas sorprendentes en España, Francia, Alemania o Austria.

Padura es un autor de novelas más que policíacas, hechas a partir de la más aguda inteligencia: un elemento característico de Conde es su gran habilidad lectora, que lo lleva a desentrañar el misterio de la muerte de Hemingway, teniendo como una de las pistas principales un revólver calibre 22 envuelto en una prenda íntima de Ava Gardner. Nada más y nada menos.

Con Ernest Hemingway se rescató una suerte de figura romántica decimonónica, aunque con elementos modernos; esas figuras románticas que inundan todos sus cuentos: toreros, boxeadores, cazadores, músicos.

A Hemingway debemos la estrecha relación que hasta la fecha existe entre el arte y el periodismo. El autor de Por quién doblan las campanas hizo de la crónica un género literario. Autor precoz (a los veintitrés años era ya un narrador reconocido), su estancia en el París de los años veinte le abrió otras posibilidades narrativas y artísticas en general; se codeó con artistas como Gertrude Stein, Pablo Picasso y fue amigo cercano de Ezra Pound y Francis Scott Fitzgerald; es célebre su relación con este último, misma que quedó retratada (a veces con tristeza) en su libro París era una fiesta.

Pero la figura de Hemingway fue siempre contradictoria y toda su vida estuvo en situaciones límites: ya en la Primera Guerra Mundial como camillero, ya en las fiestas bravas de Pamplona, pasando días y días de cacería en África o metido en la cama de alguna famosa actriz de Hollywood.

A pesar de tener una vida poco ortodoxa, de ser el centro de atención para los medios impresos y la temprana radio, además de llevar una vida disipada y ser despiadado en sus críticas sociales y políticas, le fue concedido el premio Nobel en 1954.

Tal vez uno de los periodos más conocidos en la vida del estadounidense sean los años que pasó en la Habana, Cuba. Son aquellos años los que le sirven al inigualable narrador cubano Leonardo Padura para armar Adiós, Hemingway.

Leonardo Padura saltó a la fama internacional por su serie “Las cuatro estaciones”, conformada por Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño, tetralogía inicial a la que se sumó La neblina de ayer. Protagonizadas en su totalidad por el investigador retirado Mario Conde, las novelas de Padura son obras creadas por un ave raris de las letras no sólo cubanas, sino latinoamericanas. No hay autor de la isla (ni siquiera el exitoso Pedro Juan Gutiérrez) que haya alcanzado ventas sorprendentes en España, Francia, Alemania o Austria.

Padura es un autor de novelas más que policíacas, hechas a partir de la más aguda inteligencia: un elemento característico de Conde es su gran habilidad lectora, que lo lleva a desentrañar el misterio de la muerte de Hemingway, teniendo como una de las pistas principales un revólver calibre 22 envuelto en una prenda íntima de Ava Gardner. Nada más y nada menos.

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