/ miércoles 18 de julio de 2018

Babel y laberinto/ El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald

Marcel Duchamp llegó a Nueva York dijo: "En París los jóvenes de cualquier generación siempre actúan como los nietos de algunos grandes hombres"

Rodolfo Mendoza

La literatura norteamericana casi se ha fundado a sí misma. Por supuesto que la llegada de ingleses y algunos holandeses en el siglo XVII, sobre todo, le hace ya dueña de cierta tradición; pero si pensamos en Poe, Twain, Melville, Hawthorne, Whitman, Dickinson y Thoreau, podríamos decir que los escritores norteamericanos fueron sus propios demiurgos.

¿Cómo pensar la literatura universal sin James (aunque inglés más tarde), Faulkner, Capote, Bowles, Singer, Brodkey? Si intentáramos una lista de los autores, pongamos por caso sólo a los novelistas, ésta sería apabullante.

¿Pero quién diríamos que es el más exitoso en los últimos años? ¿Philip Roth, Cormac McCarthy, Thomas Pynchon, Richard Ford, Paul Auster, James Ellroy, Jonathan Franzen, Chuck Palahniuk? Aunque todos los anteriormente citados han tenido éxitos de ventas, tal vez ninguno sería dueño de su propia voz si no fuera heredero de Francis Scott Fitzgerald; además: ninguno ha alcanzado a vender tantos ejemplares de una obra como Francis Scott Fitzgerald con El gran Gatsby. A las novísimas generaciones les resultará exagerada la afirmación, pero desde hace décadas la novela de Fitzgerald superó fácilmente las ventas actuales de Auster o McCarthy, dos de los más leídos autores estadounidenses.

La primera vez que Marcel Duchamp llegó a Nueva York dijo refiriéndose a los escritores norteamericanos: “En París los jóvenes de cualquier generación siempre actúan como los nietos de algunos grandes hombres (...) de modo que cuando llegan a producir algo propio, hay una especie de tradicionalismo que es indestructible. Pero a vosotros, los norteamericanos, os importa un carajo Shakespeare. De modo que este es un terreno perfecto para nuevos desarrollos”. El artista más revolucionario del siglo XX veía en la tradición el único elemento de la prolongación humana. Sin embargo, veía también en el arte norteamericano un terreno perfecto para nuevos desarrollos; y así lo vio, también, su contemporáneo Fitzgerald. Los nuevos modelos de vida, las tecnologías imperantes, los lujos y vanidades de los años veinte, los nuevos deportes, el jazz y los salones de baile, sirvieron para abonar ese nuevo terreno en el arte narrativo del siglo XX; y quien los aprovechó a la perfección fue, precisamente, el autor de El gran Gatsby, novela no sólo representativa de una época, sino icono insustituible de una nueva visión del mundo.


Rodolfo Mendoza

La literatura norteamericana casi se ha fundado a sí misma. Por supuesto que la llegada de ingleses y algunos holandeses en el siglo XVII, sobre todo, le hace ya dueña de cierta tradición; pero si pensamos en Poe, Twain, Melville, Hawthorne, Whitman, Dickinson y Thoreau, podríamos decir que los escritores norteamericanos fueron sus propios demiurgos.

¿Cómo pensar la literatura universal sin James (aunque inglés más tarde), Faulkner, Capote, Bowles, Singer, Brodkey? Si intentáramos una lista de los autores, pongamos por caso sólo a los novelistas, ésta sería apabullante.

¿Pero quién diríamos que es el más exitoso en los últimos años? ¿Philip Roth, Cormac McCarthy, Thomas Pynchon, Richard Ford, Paul Auster, James Ellroy, Jonathan Franzen, Chuck Palahniuk? Aunque todos los anteriormente citados han tenido éxitos de ventas, tal vez ninguno sería dueño de su propia voz si no fuera heredero de Francis Scott Fitzgerald; además: ninguno ha alcanzado a vender tantos ejemplares de una obra como Francis Scott Fitzgerald con El gran Gatsby. A las novísimas generaciones les resultará exagerada la afirmación, pero desde hace décadas la novela de Fitzgerald superó fácilmente las ventas actuales de Auster o McCarthy, dos de los más leídos autores estadounidenses.

La primera vez que Marcel Duchamp llegó a Nueva York dijo refiriéndose a los escritores norteamericanos: “En París los jóvenes de cualquier generación siempre actúan como los nietos de algunos grandes hombres (...) de modo que cuando llegan a producir algo propio, hay una especie de tradicionalismo que es indestructible. Pero a vosotros, los norteamericanos, os importa un carajo Shakespeare. De modo que este es un terreno perfecto para nuevos desarrollos”. El artista más revolucionario del siglo XX veía en la tradición el único elemento de la prolongación humana. Sin embargo, veía también en el arte norteamericano un terreno perfecto para nuevos desarrollos; y así lo vio, también, su contemporáneo Fitzgerald. Los nuevos modelos de vida, las tecnologías imperantes, los lujos y vanidades de los años veinte, los nuevos deportes, el jazz y los salones de baile, sirvieron para abonar ese nuevo terreno en el arte narrativo del siglo XX; y quien los aprovechó a la perfección fue, precisamente, el autor de El gran Gatsby, novela no sólo representativa de una época, sino icono insustituible de una nueva visión del mundo.


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