Palabra impresa / Asomo a los recuerdos

Nada se había perdido: ni la memoria ni el recuerdo, mucho menos unos objetos que estaban resguardados en el viejo cajón de madera

José Cruz Domínguez Osorio

  · lunes 15 de abril de 2019

Dentro de él había más cajas, una de cartón que conservaba todavía en buen estado muchas fotografías. En una de ellas está un hombre tocando con su mano derecha a una avioneta. La imagen está en color sepia. No hay caballos ni vacas en el descampado. Dijo Nana que es el abuelo quien aparece en la foto, fue tomada cuando era joven y viajaba a la capital para hacer unos mandados que su padre le solicitaba, sólo él podía porque era el más estudiado.

Así lo dice Nana.

La avioneta bajaba tres días a la semana. Al principio fue novedad entre los niños y los adultos porque no estábamos acostumbrados al ruido del motor. Íbamos corriendo hasta el campo para ver quién llegaba. Cuando era la tía Adela la que visitaba el pueblo, porque venía a pasar una temporada, nos traía dulces, que decía ella, había comprado en la ciudad. Traía un pañuelo amarrado en la cabeza, vestía faldas largas y sólo se le podían ver un poco los zapatos. Viajaba trayendo con ella algunas maletas cuadradas, parecían cajas. No maltraten los velices por favor. Gritaba con voz de mando a don Maximiliano el cartero que también llegaba al pueblo una vez por semana a entregar las cartas que había recogido en la oficina postal de la ciudad.

Algunas veces nada más llegaba él y el piloto en la avioneta, nadie más.

Y eso me lo contó Nana. Vimos también algunos muñecos de porcelana, de rostros blancos, pálidos, pero muy bien dibujados. Una gitanilla golpeaba el pandero con una de sus manos, de sonrisa permanente y mirada fija. Danzando quedó congelada. Ahí en la caja y envuelta con páginas de un periódico permanecía en la oscuridad esa muñeca de porcelana. Y había también un barco de madera con hilos de caña de pescar. Las manos de un marinero estaban sujetas al timón. Y otro hombre vestido de blanco veía a la distancia con unos binoculares. Este lo trajo el abuelo cuando visitó una vez el puerto. Dijo que se lo vendió un artesano que ofrecía juguetes de madera cerca del muelle. Y lo compró porque de niño dijo que vio un artefacto similar y que eso le trajo muchos recuerdos, porque nunca tuvo un juguete. Lo tenía en su repisa y antes de acostarse pasaba sus manos sobre él, y de vez en cuando soñaba con el mar, que lo llevaba y lo devolvía de largos viajes.

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