/ sábado 16 de diciembre de 2017

Cumbre ecológica de París: la gran decepción

Banco Mundial dejará de financiar proyectos de gas y petróleo

“Hoy hemos comenzado a recuperar el terreno perdido en este campo de batalla”, afirmó el pasado miércoles el presidente francés Emmanuel Macron en París al cerrar la histórica Cumbre Un Planeta (One Planet Summit) sobre el cambio climático.

Su euforia solo entusiasmó a una parte de los cuatro mil jefes de Estado y de gobierno, científicos, empresarios, financistas, artistas y personalidades del starsystem que colmaban el fastuoso auditorio de La Seine Musical, esa nueva sala de conciertos ultramoderna inaugurada hace pocas semanas en la isla Seguin, a pocos pasos de París. Otra parte de los delegados frunció el ceño en signo de desaprobación.

No todos estaban contentos con los resultados de esa cumbre organizada por Macron para alcanzar tres objetivos. En su frente interno apoderarse de las banderas de la ecología, un sector desorientado y sin liderazgo, pero que en su hora más gloriosa (2009) llegó a reunir 16.3% de los votos. Por otra parte, el joven dirigente que cumplirá 40 años el 21 de diciembre mira a largo plazo y busca posicionarse como el líder de referencia en Europa, aprovechando los forzados eclipses de la canciller alemana Angela Merkel y de la primera ministra británica Theresa May, sumergidas en profundas crisis internas.

Su tercer objetivo es aún más ambicioso. Desde el 1 de junio pasado, cuando el presidente norteamericano Donald Trump anunció que Estados Unidos había decidido salir de los Acuerdos de París sobre cambio climático firmados el 12 de diciembre de 2015, Macron encontró servido en bandeja el pretexto que necesitaba para posicionarse como el principal defensor de la ecología en Occidente.

“We will make our planet great again” (Le devolveremos su grandeza a nuestro planeta), le respondió a Trump utilizando, con un pequeño cambio, el slogan que el millonario había utilizado durante su campaña electoral en 2016.

Resulta imprescindible conocer esos antecedentes para entender la audaz iniciativa política adoptada por Macron cuando convocó precipitadamente a esta nueva cumbre. Por eso no asistieron -además de la previsible ausencia de Trump-, ni la canciller alemana Angela Merkel, ni el presidente ruso Vladimir Putin, ni el líder chino Xi Jinping. Apenas tres semanas después de la conferencia de Hamburgo sobre cambio climático, el nuevo cónclave de París aparecía, en principio, como una gesticulación innecesaria.

 

Eso explica sus resultados parcialmente decepcionantes. El único interés de la reunión consistía en lanzar una dinámica en la esfera económica privada -que hasta ahora mantenía una actitud prescindente- para empezar a movilizar los recursos necesarios a fin de revertir el proceso industrial y financiero iniciado con la revolución industrial y que llevó el mundo al borde de la asfixia. Pero nadie tenía nada nuevo que decir: “Los Estados no asumieron ningún compromiso a la altura de la urgencia que atraviesa el planeta”, sintetizó Maxime Combes, de la ONG francesa Attac.

Pero las únicas iniciativas importantes (más simbólicas que significativas) provinieron de algunos magnates sensibles al deterioro de las condiciones vitales del planeta, ciertas empresas (interesadas en mostrar una imagen positiva) y organismos internacionales (ver aparte). El aspecto más decepcionante fue, sin duda, el comportamiento de los 164 artistas, empresarios y celebrities que asistieron a la cumbre, como Michael Bloomberg, Arnold Schwarzenegger, Leonardo Di Caprio, ElonMusk o John Kerry. Salvo Bill Gates, que donó 300 millones de dólares para adaptar la agricultura al cambio climático, los demás se limitaron a posar para las cámaras de televisión y los teleobjetivos de los fotógrafos.

“Hoy hemos comenzado a recuperar el terreno perdido en este campo de batalla”, afirmó el pasado miércoles el presidente francés Emmanuel Macron en París al cerrar la histórica Cumbre Un Planeta (One Planet Summit) sobre el cambio climático.

Su euforia solo entusiasmó a una parte de los cuatro mil jefes de Estado y de gobierno, científicos, empresarios, financistas, artistas y personalidades del starsystem que colmaban el fastuoso auditorio de La Seine Musical, esa nueva sala de conciertos ultramoderna inaugurada hace pocas semanas en la isla Seguin, a pocos pasos de París. Otra parte de los delegados frunció el ceño en signo de desaprobación.

No todos estaban contentos con los resultados de esa cumbre organizada por Macron para alcanzar tres objetivos. En su frente interno apoderarse de las banderas de la ecología, un sector desorientado y sin liderazgo, pero que en su hora más gloriosa (2009) llegó a reunir 16.3% de los votos. Por otra parte, el joven dirigente que cumplirá 40 años el 21 de diciembre mira a largo plazo y busca posicionarse como el líder de referencia en Europa, aprovechando los forzados eclipses de la canciller alemana Angela Merkel y de la primera ministra británica Theresa May, sumergidas en profundas crisis internas.

Su tercer objetivo es aún más ambicioso. Desde el 1 de junio pasado, cuando el presidente norteamericano Donald Trump anunció que Estados Unidos había decidido salir de los Acuerdos de París sobre cambio climático firmados el 12 de diciembre de 2015, Macron encontró servido en bandeja el pretexto que necesitaba para posicionarse como el principal defensor de la ecología en Occidente.

“We will make our planet great again” (Le devolveremos su grandeza a nuestro planeta), le respondió a Trump utilizando, con un pequeño cambio, el slogan que el millonario había utilizado durante su campaña electoral en 2016.

Resulta imprescindible conocer esos antecedentes para entender la audaz iniciativa política adoptada por Macron cuando convocó precipitadamente a esta nueva cumbre. Por eso no asistieron -además de la previsible ausencia de Trump-, ni la canciller alemana Angela Merkel, ni el presidente ruso Vladimir Putin, ni el líder chino Xi Jinping. Apenas tres semanas después de la conferencia de Hamburgo sobre cambio climático, el nuevo cónclave de París aparecía, en principio, como una gesticulación innecesaria.

 

Eso explica sus resultados parcialmente decepcionantes. El único interés de la reunión consistía en lanzar una dinámica en la esfera económica privada -que hasta ahora mantenía una actitud prescindente- para empezar a movilizar los recursos necesarios a fin de revertir el proceso industrial y financiero iniciado con la revolución industrial y que llevó el mundo al borde de la asfixia. Pero nadie tenía nada nuevo que decir: “Los Estados no asumieron ningún compromiso a la altura de la urgencia que atraviesa el planeta”, sintetizó Maxime Combes, de la ONG francesa Attac.

Pero las únicas iniciativas importantes (más simbólicas que significativas) provinieron de algunos magnates sensibles al deterioro de las condiciones vitales del planeta, ciertas empresas (interesadas en mostrar una imagen positiva) y organismos internacionales (ver aparte). El aspecto más decepcionante fue, sin duda, el comportamiento de los 164 artistas, empresarios y celebrities que asistieron a la cumbre, como Michael Bloomberg, Arnold Schwarzenegger, Leonardo Di Caprio, ElonMusk o John Kerry. Salvo Bill Gates, que donó 300 millones de dólares para adaptar la agricultura al cambio climático, los demás se limitaron a posar para las cámaras de televisión y los teleobjetivos de los fotógrafos.

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