/ sábado 23 de diciembre de 2023

Asalto a la Navidad

La mirada y los anhelos de la historia estaban puestos en el nacimiento del Salvador del mundo. Dios había prometido, desde el mismo instante en el que el enemigo quiso estropear la vida de los primeros padres Adán y Eva, que vendría un Salvador que, con la entrega de su vida rescataría al género humano del imperio del pecado y de la muerte. En esta tensión se ha articulado la historia: entre el consuelo de una promesa de Dios y la realización de la misma.

Desde el Protoevangelio, los patriarcas, los profetas, los sabios; todo el pueblo, en las distintas etapas de su historia ha tenido la mirada y el corazón puestos en el cumplimiento de la promesa de Dios, el nacimiento del Mesías. En este sentido, cobra importancia el hecho de que la historia se divida en antes de Cristo y después de Cristo. Lo cual existencialmente ha sido así, la realidad ha cambiado desde el Evento Cristo.

El nacimiento de Jesús es la razón de la Navidad, y eso no está en juego, aún cuando hay muchas situaciones que, revestidas de bondad y nobles intenciones secuestran el sentido y la razón de ser de la navidad. Resulta interesante la distancia que, entre arbolitos, lucecitas, estampitas y múltiples adornos, se abre una distancia abismal de lo que ha sucedido en realidad. Es un verdadero asalto a la navidad.

Si se detiene la mirada atenta a la crónica que relata los pormenores del nacimiento de Jesús, es un hecho que en aquellos momentos no hay esferas, ni luces, ni árboles, ni mercadotecnia, ni ofertas ni tantas y tantas situaciones nobles, bellas, emocionantes y de gran consuelo emocional. Lo que pasó fue el nacimiento de un hombre que era Dios, en las condiciones más inhumanas posibles.

Todo lo que se utiliza estas fechas es muy noble y delicado, pero si se descarna de la razón de ser de la navidad, sólo es una campanilla que resuena y aturde. Cada vez es más marcada la deuda que se tiene con la navidad por volver al centro, a su razón de ser, por limpiarla de todo lo accidental y estridente, para detenerse ante el misterio de Dios que nace en el mundo, en la fragilidad de un niño cuidado por sus pobres padres, acompañado de pastores, sin techo ni lujos.

La mirada y los anhelos de la historia estaban puestos en el nacimiento del Salvador del mundo. Dios había prometido, desde el mismo instante en el que el enemigo quiso estropear la vida de los primeros padres Adán y Eva, que vendría un Salvador que, con la entrega de su vida rescataría al género humano del imperio del pecado y de la muerte. En esta tensión se ha articulado la historia: entre el consuelo de una promesa de Dios y la realización de la misma.

Desde el Protoevangelio, los patriarcas, los profetas, los sabios; todo el pueblo, en las distintas etapas de su historia ha tenido la mirada y el corazón puestos en el cumplimiento de la promesa de Dios, el nacimiento del Mesías. En este sentido, cobra importancia el hecho de que la historia se divida en antes de Cristo y después de Cristo. Lo cual existencialmente ha sido así, la realidad ha cambiado desde el Evento Cristo.

El nacimiento de Jesús es la razón de la Navidad, y eso no está en juego, aún cuando hay muchas situaciones que, revestidas de bondad y nobles intenciones secuestran el sentido y la razón de ser de la navidad. Resulta interesante la distancia que, entre arbolitos, lucecitas, estampitas y múltiples adornos, se abre una distancia abismal de lo que ha sucedido en realidad. Es un verdadero asalto a la navidad.

Si se detiene la mirada atenta a la crónica que relata los pormenores del nacimiento de Jesús, es un hecho que en aquellos momentos no hay esferas, ni luces, ni árboles, ni mercadotecnia, ni ofertas ni tantas y tantas situaciones nobles, bellas, emocionantes y de gran consuelo emocional. Lo que pasó fue el nacimiento de un hombre que era Dios, en las condiciones más inhumanas posibles.

Todo lo que se utiliza estas fechas es muy noble y delicado, pero si se descarna de la razón de ser de la navidad, sólo es una campanilla que resuena y aturde. Cada vez es más marcada la deuda que se tiene con la navidad por volver al centro, a su razón de ser, por limpiarla de todo lo accidental y estridente, para detenerse ante el misterio de Dios que nace en el mundo, en la fragilidad de un niño cuidado por sus pobres padres, acompañado de pastores, sin techo ni lujos.