/ sábado 9 de marzo de 2024

¿Dios se mete en política?

El objetivo de la vida humana, tal vez, es que cada quien pueda alcanzar la madurez necesaria y requerida para su presente. Todos estamos en vías de realización, nadie está terminado ni acabado. Y tampoco puede decir que alcanzó su máximo; la vida es movimiento y siempre estamos intentando alcanzar lo mejor de cada uno de nosotros. Como dijo Heráclito, estamos en un constante devenir, un frecuente hacernos. Pero, a esto tendríamos que agregarle, también en un constante e imparable deshacer, deshaciéndonos.

El camino de todo creyente es el camino de la vida; poco a poco se van entendiendo mejor las cosas, en la medida en que nos vamos desarrollando. Con el perfeccionamiento de los sentidos y de nuestras capacidades, vamos alcanzando una mejor comprensión de las cosas, lo que nos permite estar y situarnos en el momento presente de la mejor manera que podamos hacerlo: con conciencia y claridad. Haciendo frente a lo que se va presentando.

La vida política no es una cuestión ajena a la fe. Mucho daño ha dejado a su paso la terrible interpretación de la frase que se usa como muletilla para tratar de mandar la vida de fe a una esquina y la cuestión política a la otra. La Historia de la Salvación, desde sus comienzos, muestra que Dios está verdaderamente metido -y hasta el fondo- de los asuntos políticos.

Decide intervenir en la historia de su pueblo, precisamente ante el maltrato del Faraón. Decide romper el silencio e intervenir para librar a su pueblo. Sin embargo, la misma historia muestra que la mano de Dios sólo se hace notoria a través de personas concretas a quienes Él suscita en determinados momentos y con una intención específica.

La fe cristiana tiene una dimensión claramente política, nadie que se diga con los mínimos de la fe, puede ponerse al margen del dolor, del sufrimiento, de la violencia, las condiciones de salud, la educación, la familia, el salario, la injusticia, la explotación, el abandono, la migración y la impunidad…, no son realidades que se quedan en casa para poder ir al templo.

Todo revienta en la fe, la despierta, la pone en pie de lucha. Una lucha que, como ha dicho Benedicto XVI, es caridad. El compromiso decidido y “verdaderamente comprometido”, es caridad política, caridad social. Es interés por la vida, por el otro. Es solidaridad que nos convoca y nos necesita a todos, como cristianos maduros y valientes para ser el cambio que queremos ver en la sociedad.

El objetivo de la vida humana, tal vez, es que cada quien pueda alcanzar la madurez necesaria y requerida para su presente. Todos estamos en vías de realización, nadie está terminado ni acabado. Y tampoco puede decir que alcanzó su máximo; la vida es movimiento y siempre estamos intentando alcanzar lo mejor de cada uno de nosotros. Como dijo Heráclito, estamos en un constante devenir, un frecuente hacernos. Pero, a esto tendríamos que agregarle, también en un constante e imparable deshacer, deshaciéndonos.

El camino de todo creyente es el camino de la vida; poco a poco se van entendiendo mejor las cosas, en la medida en que nos vamos desarrollando. Con el perfeccionamiento de los sentidos y de nuestras capacidades, vamos alcanzando una mejor comprensión de las cosas, lo que nos permite estar y situarnos en el momento presente de la mejor manera que podamos hacerlo: con conciencia y claridad. Haciendo frente a lo que se va presentando.

La vida política no es una cuestión ajena a la fe. Mucho daño ha dejado a su paso la terrible interpretación de la frase que se usa como muletilla para tratar de mandar la vida de fe a una esquina y la cuestión política a la otra. La Historia de la Salvación, desde sus comienzos, muestra que Dios está verdaderamente metido -y hasta el fondo- de los asuntos políticos.

Decide intervenir en la historia de su pueblo, precisamente ante el maltrato del Faraón. Decide romper el silencio e intervenir para librar a su pueblo. Sin embargo, la misma historia muestra que la mano de Dios sólo se hace notoria a través de personas concretas a quienes Él suscita en determinados momentos y con una intención específica.

La fe cristiana tiene una dimensión claramente política, nadie que se diga con los mínimos de la fe, puede ponerse al margen del dolor, del sufrimiento, de la violencia, las condiciones de salud, la educación, la familia, el salario, la injusticia, la explotación, el abandono, la migración y la impunidad…, no son realidades que se quedan en casa para poder ir al templo.

Todo revienta en la fe, la despierta, la pone en pie de lucha. Una lucha que, como ha dicho Benedicto XVI, es caridad. El compromiso decidido y “verdaderamente comprometido”, es caridad política, caridad social. Es interés por la vida, por el otro. Es solidaridad que nos convoca y nos necesita a todos, como cristianos maduros y valientes para ser el cambio que queremos ver en la sociedad.