/ sábado 6 de abril de 2024

El domingo de la Misericordia

Por sí sola la Pascua tiene una grandeza impresionante; cada uno la puede experimentar en su corazón y en la vida comunitaria, pues todas las comunidades se renuevan con la celebración festiva de la Resurrección del Señor.

Como fruto de esta renovación pascual, justo en el ocaso de la octava de Pascua, la Iglesia celebra el Domingo de la Misericordia. La misericordia es uno de los atributos que, por excelencia, se dicen de Dios. Según los expertos, esta es una de las expresiones con el campo semántico más amplio en toda la Escritura, presente en la acción de Dios en ambos testamentos. Dios es un Padre misericordioso y Jesús es el rostro de la misericordia.

La Misericordia se da en la perfección solamente en Dios. Es el único que ha podido dar a su Hijo para morir por todos. Es el único que puede no sólo reducir, sino convertir la miseria en riqueza y la maldición en bendición, como lo hizo con el rey David.

Es propio de Dios ser espléndido en su trato. El amor de Dios consuela, perdona y ofrece esperanza (MV3). Jesús es la expresión perfecta de la Misericordia de Dios. Es el Rostro de la Misericordia. Y de este caminar con la misericordia es posible compartirla con los demás.

El Dios de los cristianos es misericordioso. No puede dejar de serlo. Siempre se ha manifestado para participar su perfección a las creaturas, que son imperfectas. Existe para convertir la miseria en felicidad total, porque es un Dios salvador. Sale al encuentro del hombre no para castigarlo sino para redimirlo. Para perdonarlo e incluso, para llevarlo hacia Él. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros (MV 9). Esa es la calidad de la relación que Él ha querido establecer con la humanidad.

El hombre puede ser misericordioso. Su vida tiene sentido en la medida que reconoce su propia miseria y hace suya la de los más necesitados. Es un acto en diferente dirección: hacia Dios para conseguir el perdón y hacia los semejantes para aliviar sus penurias. Esta es la actitud cristiana ante la vida. Porque la misericordia siempre es un acto concreto que baña, fecunda y refresca todo el ambiente.

Por sí sola la Pascua tiene una grandeza impresionante; cada uno la puede experimentar en su corazón y en la vida comunitaria, pues todas las comunidades se renuevan con la celebración festiva de la Resurrección del Señor.

Como fruto de esta renovación pascual, justo en el ocaso de la octava de Pascua, la Iglesia celebra el Domingo de la Misericordia. La misericordia es uno de los atributos que, por excelencia, se dicen de Dios. Según los expertos, esta es una de las expresiones con el campo semántico más amplio en toda la Escritura, presente en la acción de Dios en ambos testamentos. Dios es un Padre misericordioso y Jesús es el rostro de la misericordia.

La Misericordia se da en la perfección solamente en Dios. Es el único que ha podido dar a su Hijo para morir por todos. Es el único que puede no sólo reducir, sino convertir la miseria en riqueza y la maldición en bendición, como lo hizo con el rey David.

Es propio de Dios ser espléndido en su trato. El amor de Dios consuela, perdona y ofrece esperanza (MV3). Jesús es la expresión perfecta de la Misericordia de Dios. Es el Rostro de la Misericordia. Y de este caminar con la misericordia es posible compartirla con los demás.

El Dios de los cristianos es misericordioso. No puede dejar de serlo. Siempre se ha manifestado para participar su perfección a las creaturas, que son imperfectas. Existe para convertir la miseria en felicidad total, porque es un Dios salvador. Sale al encuentro del hombre no para castigarlo sino para redimirlo. Para perdonarlo e incluso, para llevarlo hacia Él. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros (MV 9). Esa es la calidad de la relación que Él ha querido establecer con la humanidad.

El hombre puede ser misericordioso. Su vida tiene sentido en la medida que reconoce su propia miseria y hace suya la de los más necesitados. Es un acto en diferente dirección: hacia Dios para conseguir el perdón y hacia los semejantes para aliviar sus penurias. Esta es la actitud cristiana ante la vida. Porque la misericordia siempre es un acto concreto que baña, fecunda y refresca todo el ambiente.