/ sábado 17 de febrero de 2024

El tiempo de Cuaresma

Desde el miércoles pasado con la imposición de la ceniza, la Iglesia ha entrado en la dinámica de la Cuaresma. Se trata de los cuarenta días que preceden y disponen para la celebración festiva de la Pascua.

Es un periodo privilegiado de conversión en el que, por medio de la escucha atenta de la Palabra de Dios y de la vivencia de la caridad, cada uno se dispone para aceptar la invitación de Dios y entrar en un camino de penitencia, revisando la propia vida y tomando las decisiones convenientes para ser más humanos y mejores cristianos; es el tiempo de la calma, de detenerse para revisarse y dejar que sea el Señor y la comunidad quien ayude en la propia reparación de las heridas que ya dejado el paso del tiempo en el corazón de cada uno. Efectivamente, es el tiempo de la sanación interior para salir como mensajeros de la sanación integral y colectiva, que tanta falta le hace al mundo.

La propia conversión es una oferta de Dios en la que es Él mismo quien anima a sus hijos a dar lo mejor de cada uno. Y la ruta por la que se ha de vivir esta escalada cuaresmal está marcada en las tres dimensiones del ayuno, la caridad y la oración. Lo que es, una relación más sobria consigo mismo, por medio del ayuno. Con los demás, especialmente con los más necesitados por medio de la caridad. Y con Dios, por medio de la oración. La cuaresma es, por tanto, el tiempo de unas mejores relaciones de unos con otros. Si Freud y sus seguidores estaban convencidos que toda la neurosis y enfermedades sociales son consecuencia de las relaciones con los demás, por las heridas que generan. Cristo nos enseña que, también, las relaciones son sanadoras y terapéuticas, en ellas se juega la integración y salud individual.

Se trata, por tanto, de entrar en la dinámica del Éxodo, por medio del sacramento de estos cuarenta días, desde luego a través de una mirada acompasada, y una contemplación reverente al misterio de la pasión y muerte del Señor, para degustar después, el delicioso sabor de la resurrección. En este sentido, conviene tener siempre presente el objetivo de la cuaresma y el para qué de ella misma. Porque la cuaresma no es un fin en sí misma. Es una oferta, es el tiempo perfecto y el caldo de cultivo para entrar bien dispuestos en la gran solemnidad de la Resurrección, que es la que lo cambia todo; la razón y fundamento de la felicidad del corazón.


Desde el miércoles pasado con la imposición de la ceniza, la Iglesia ha entrado en la dinámica de la Cuaresma. Se trata de los cuarenta días que preceden y disponen para la celebración festiva de la Pascua.

Es un periodo privilegiado de conversión en el que, por medio de la escucha atenta de la Palabra de Dios y de la vivencia de la caridad, cada uno se dispone para aceptar la invitación de Dios y entrar en un camino de penitencia, revisando la propia vida y tomando las decisiones convenientes para ser más humanos y mejores cristianos; es el tiempo de la calma, de detenerse para revisarse y dejar que sea el Señor y la comunidad quien ayude en la propia reparación de las heridas que ya dejado el paso del tiempo en el corazón de cada uno. Efectivamente, es el tiempo de la sanación interior para salir como mensajeros de la sanación integral y colectiva, que tanta falta le hace al mundo.

La propia conversión es una oferta de Dios en la que es Él mismo quien anima a sus hijos a dar lo mejor de cada uno. Y la ruta por la que se ha de vivir esta escalada cuaresmal está marcada en las tres dimensiones del ayuno, la caridad y la oración. Lo que es, una relación más sobria consigo mismo, por medio del ayuno. Con los demás, especialmente con los más necesitados por medio de la caridad. Y con Dios, por medio de la oración. La cuaresma es, por tanto, el tiempo de unas mejores relaciones de unos con otros. Si Freud y sus seguidores estaban convencidos que toda la neurosis y enfermedades sociales son consecuencia de las relaciones con los demás, por las heridas que generan. Cristo nos enseña que, también, las relaciones son sanadoras y terapéuticas, en ellas se juega la integración y salud individual.

Se trata, por tanto, de entrar en la dinámica del Éxodo, por medio del sacramento de estos cuarenta días, desde luego a través de una mirada acompasada, y una contemplación reverente al misterio de la pasión y muerte del Señor, para degustar después, el delicioso sabor de la resurrección. En este sentido, conviene tener siempre presente el objetivo de la cuaresma y el para qué de ella misma. Porque la cuaresma no es un fin en sí misma. Es una oferta, es el tiempo perfecto y el caldo de cultivo para entrar bien dispuestos en la gran solemnidad de la Resurrección, que es la que lo cambia todo; la razón y fundamento de la felicidad del corazón.