/ sábado 13 de abril de 2024

El tiempo de la vida y primavera

La Pascua es el tiempo en el que Jesús resucitado, vencedor de la muerte y Señor de la vida, se acerca a sus discípulos para que pudieran tener la experiencia íntima y personalizada de que estaba vivo; que la muerte no tenía poder sobre Él, que el último enemigo, la muerte, había sido vencido, se había quedado en el sepulcro. Pascua es el tiempo de la vida, la primavera en la que todo brota, se renueva; emerge con fuerza y vitalidad. Es el tiempo de la novedad por excelencia.

Desde luego que esta experiencia tiene una intención especial, no se trata sólo de satisfacer una necesidad personal, como por gusto propio, la intención de estas experiencias con el Resucitado es clarísima; se trata de encontrar en ellas el manantial de energías que impulsarán a los discípulos al testimonio, a compartir esta gran noticia; la noticia de la vida. A llevar por todo el mundo esta grande noticia que todo lo cambia, la noticia de la esperanza.

En todos los encuentros con el Resucitado queda claro que esta experiencia compromete, enciende el vivo deseo de llevar esta buena noticia por todos lados. Jesús es muy claro: “ustedes son testigos de esto”. La formación que Jesús ofreció a sus discípulos, tenía una tensión muy especial, un ritmo claro y bien marcado, de la experiencia íntima y personaliza al compartir con los demás las consecuencias de este encuentro, contagiar al resto con la alegría del encuentro.

Se trataba de seguirlo, estar con Él, acompañarlo en todos los momentos de su vida, verlo morir cumpliendo su Palabra. Por supuesto que la experiencia de la muerte, la duda; la noche de la fe en los discípulos era parte del itinerario formativo que Jesús ofrecía a los suyos; atravesar el día de la muerte, de la soledad, del silencio de Dios, para después contemplarlo glorioso como el Señor, todo este itinerario, esta experiencia real y cercana con Él, es la que impulsa a los discípulos a ser embajadores de la vida.

La formación inicial ha terminado y están ya en condiciones de salir al mundo para dar un testimonio convincente del poder de Dios en todos los aspectos. Ese es el itinerario y el testimonio al que está llamada la Iglesia y los discípulos de todos los tiempos. A permitir que todos los inviernos y otoños de la vida se enamoren con la esperanza de la primavera vital. Los cristianos de la Pascua inundan el mundo como profetas de la vida y la esperanza, no como apocalípticos sin esperanza y catastróficos.

La Pascua es el tiempo en el que Jesús resucitado, vencedor de la muerte y Señor de la vida, se acerca a sus discípulos para que pudieran tener la experiencia íntima y personalizada de que estaba vivo; que la muerte no tenía poder sobre Él, que el último enemigo, la muerte, había sido vencido, se había quedado en el sepulcro. Pascua es el tiempo de la vida, la primavera en la que todo brota, se renueva; emerge con fuerza y vitalidad. Es el tiempo de la novedad por excelencia.

Desde luego que esta experiencia tiene una intención especial, no se trata sólo de satisfacer una necesidad personal, como por gusto propio, la intención de estas experiencias con el Resucitado es clarísima; se trata de encontrar en ellas el manantial de energías que impulsarán a los discípulos al testimonio, a compartir esta gran noticia; la noticia de la vida. A llevar por todo el mundo esta grande noticia que todo lo cambia, la noticia de la esperanza.

En todos los encuentros con el Resucitado queda claro que esta experiencia compromete, enciende el vivo deseo de llevar esta buena noticia por todos lados. Jesús es muy claro: “ustedes son testigos de esto”. La formación que Jesús ofreció a sus discípulos, tenía una tensión muy especial, un ritmo claro y bien marcado, de la experiencia íntima y personaliza al compartir con los demás las consecuencias de este encuentro, contagiar al resto con la alegría del encuentro.

Se trataba de seguirlo, estar con Él, acompañarlo en todos los momentos de su vida, verlo morir cumpliendo su Palabra. Por supuesto que la experiencia de la muerte, la duda; la noche de la fe en los discípulos era parte del itinerario formativo que Jesús ofrecía a los suyos; atravesar el día de la muerte, de la soledad, del silencio de Dios, para después contemplarlo glorioso como el Señor, todo este itinerario, esta experiencia real y cercana con Él, es la que impulsa a los discípulos a ser embajadores de la vida.

La formación inicial ha terminado y están ya en condiciones de salir al mundo para dar un testimonio convincente del poder de Dios en todos los aspectos. Ese es el itinerario y el testimonio al que está llamada la Iglesia y los discípulos de todos los tiempos. A permitir que todos los inviernos y otoños de la vida se enamoren con la esperanza de la primavera vital. Los cristianos de la Pascua inundan el mundo como profetas de la vida y la esperanza, no como apocalípticos sin esperanza y catastróficos.