Por Miguel Ángel Cruz Hernández
Segunda parte
La fotografía es una prueba básica para grabar la herida producida por mordedura, debe hacerse siempre con testigo métrico para tener referencias de las medidas reales y poder compararlas con los dientes del supuesto agresor. La fotografía digital es ideal para mejorar la calidad de la imagen.
Para aquellos que todavía duden sobre la veracidad de la odontología forense, en 1979 Theodore “Ted” Bundy (EU) fue arrestado después de asesinar a 33 estudiantes. Una huella de mordedura encontrada en una de las víctimas varón, después de una reyerta defensiva, posibilitó que la fiscalía convocara a los odontólogos forenses R. Souviron, L. Levine y N. Sperber. Y gracias a una perfecta presentación por parte de Souviron y las confirmaciones de Levine y Sperber, el jurado sentenció a muerte a Bundy. El fuerte impacto en la opinión pública y el manejo procesal de la evidencia bastaron para establecer la credibilidad y la utilidad identificatoria de la técnica. La resolución favorable se debió sin duda al excelente estado de las huellas, las características distintivas dentarias de Bundy y la conformación de un equipo pericial de odontólogos, todos los elementos fueron probados exitosamente. En esos mismos días y en un lugar próximo, Roy Allen Stewart fue también sentenciado a muerte en otro caso de identificación por análisis de una mordedura en la cadera de una mujer violada y asesinada. Por la Fiscalía actuó el perito odontólogo Souviron y por la defensa Levine, quien no pudo testificar pues se encontraba haciéndolo en el caso Bundy. El proceso de la investigación generó credibilidad en el proceso pericial odontológico y ayudó a favorecer los procesos de la pericial en odontología como técnica forense.
La fuerza de una mordedura humana va de los 77 a los 120 kilogramos por centímetro cuadrado, aunque la presión ejercida al morder depende de factores como: la zona mordida; si el atacante aplica demasiada presión o si manifiesta atrofia en los músculos de la masticación; si cuenta con prótesis dentales o con dentadura natural completa; la intención del atacante; la desesperación y movimientos de la víctima al defenderse, entre otros. Generalmente la ira, el coraje, la ansiedad o la excitación provocan que las mordeduras sean causadas con fuerza, en comparación con las lesiones apenas marcadas y en las que se puede inferir que la intención no era lastimar; es decir, se habla de una relación existente entre la ansiedad, la rabia y los deseos de canibalismo, teoría del Alemán Karl Abraham, psiquiatra forense; quien además estableció la hipótesis de que para reconocer que la ansiedad se origina en los impulsos agresivos del individuo éstos van de menor a mayor grado y el sujeto se va descontrolando, llegando al momento de morder con fuerza, es decir, con violencia.
A la dentadura también se le ha asignado, bajo el esquema de las teorías lombrosianas del siglo XIX, el valor de rasgo fisonómico destacable en la tipología de algunos delincuentes: por ejemplo, el médico y criminólogo mexicano Francisco Martínez Baca aseguraba que una característica de los criminales era la dentadura robusta y afilada, cual animal carnicero y antropoide. En este mismo tenor, por demás interesante resultaba el criterio frenológico para tratar de explicar el comportamiento de criminales que tendían a morder a sus víctimas, basándose en el hecho de que en el cerebro humano existía un «órgano de la propensión a destruir, de la destructividad o del asesinato», cuya actividad incidía en la conducta del victimario que empleaba sus dientes para causar daño. Por tal motivo, las frases como «defender con uñas y dientes», «morder el pastel», «mostrar los dientes», «a dentelladas» o «dar mordida» son parte de nuestro vocabulario y representan el carácter dinámico del acto e intención al cual aluden; también existen frases como «morderse una parte del cuerpo», empleada cuando la persona debe soportar, al no tener otra opción, situaciones en las que no debe expresar sus emociones; «perro que ladra no muerde», para referirse a quienes amenazan verbalmente sin recurrir a la agresión o violencia físicas, y «de dientes para afuera», para alguien que, con diplomacia o hipocresía, dice las cosas; estas últimas expresiones, podríamos considerar, aluden metafóricamente a la represión de emociones.
En este orden de ideas, la huella de mordedura analizada desde el punto de vista criminológico puede aportar datos que complementen el estudio de la personalidad de un victimario (modus operandi o conflictos no superados desde la infancia), determinando el vínculo entre las lesiones por mordedura y las experiencias vividas por el agresor durante su niñez —concretamente, en la etapa oral—, con el fin de descartar la presencia de patologías físicas o mentales que influyan en la producción de dichas lesiones; de ahí que el criterio del odontólogo forense en cuanto al estudio de la huella de mordedura pueda auxiliar al criminólogo, al psiquiatra y al psicólogo forense a interpretar conjuntamente el complejo mundo de la personalidad de quien, bajo diversas circunstancias, emplea su dentadura como expresión de violencia manifestada sobre el cuerpo humano. En nuestra próxima colaboración hablaremos de los labios y la queiloscopía forense; claro, si el gran arquitecto del universo y el director del Vocero de la Provincia, que es el gran medio de comunicación de los veracruzanos, me lo siguen permitiendo.