/ domingo 19 de mayo de 2019

“La fe no es una abstracción, tiene corazón, sangre y nervios”

Vivir la fe nunca ha sido fácil. La fe no es una cosa accesoria, como de hecho algunos pretenden vivirla.

La fe va con nuestra identidad, nos define como personas y nos compromete en un estilo de vida. La fe nos da la paz, pero también nunca nos deja en paz, porque permea los diferentes aspectos de nuestra vida para asumir el estilo de vida de Jesús y no para meterle simplemente algo de espiritualidad a nuestra vida.

Nunca ha sido fácil vivir la fe, pero en tiempos de crisis y persecución se hace todavía más compleja la vida cristiana. En otros tiempos había ventajas para la vivencia de la fe porque la cultura nos llevaba a ella. Pero ahora vivimos la fe contracorriente.

Por eso, ahora no bastan las buenas intenciones, lo que hemos logrado, lo que estamos haciendo, la formación que hemos recibido y nuestra inclinación al bien. Fortalecer la fe, cultivar la fe, atender la fe debe llevarnos a un cuidado muy especial de la vida espiritual.

En la vida cristiana debe llegar el momento en que estructuremos una espiritualidad. Quizá estas palabras son muy modernas pero repelentes en sus términos, porque estructura habla de delimitar y el espíritu no tiene límites; no sabes de dónde viene y adónde va, no lo podemos encapsular ni se puede aprisionar.

Es limitada nuestra forma de explicar las cosas de Dios, pero hablar de una espiritualidad estructurada es una forma de decir que debemos ser atentos, puntuales, organizados y comprometidos a la hora de vivir nuestra fe.

Ésta ha sido una de las grandes insistencias de la Iglesia, aunque ahora algunas corrientes espiritualistas también se pronuncian al respecto. De acuerdo con la sensibilidad moderna estas nuevas espiritualidades pretenden que las cosas de Dios sean fáciles, placenteras y accesibles, por lo que se recomiendan experiencias extravagantes y métodos para hacer oración.

Creo que en nuestro tiempo hay gran sensibilidad religiosa, pero queremos acercarnos a Dios sin despojarnos de esta mentalidad moderna pragmática, acomodada, utilitarista y hedonista. Se recomiendan espiritualidades de luz donde desaparece la cruz, espiritualidades gnósticas donde Cristo vale lo mismo que cualquier otro profeta u hombre iluminado.

Con estas espiritualidades la gente se queda instalada en el bienestar, la emoción, el equilibrio interior, la sorpresa y la novedad. Ese es el engaño de las novedades, de las cosas sofisticadas, de las innovaciones que también se dan en la vida espiritual. Hay personas que están metidas en la Nueva Era y se sienten bien porque no hay verdadero compromiso. Son espiritualidades que posiblemente nos hacen personas de bien en algunos aspectos, pero no nos ayudan a ser cristianos, es decir, a seguir auténticamente a Cristo.

Santa Juana de Chantal decía: «El mejor método de oración es no tenerlo, porque la oración no se obtiene por artificio (por técnica, diríamos hoy) sino por gracia». Ayudan las recomendaciones, algunos pasos que se puedan seguir (hay escuelas de espiritualidad que han sido una bendición para la Iglesia), pero no podemos pretender que la oración sea fácil teniendo un método, o que con un método podremos someter a Dios o atraparlo de tal manera que no tenga otro camino que responder.

Hay que estructurar nuestra vida cristiana pero sabiendo que el Espíritu nos irá llevando por caminos que no vislumbramos y que muchas veces nos cuesta trabajo aceptar. En la vida cristiana lo que no nos gusta, lo que es incómodo, lo que nos saca de nuestro bienestar, lo que nos cuestiona, se convierte en un signo de la verdadera presencia de Dios.

La fe nos lleva a experimentar seguridad, alegría y consolación. Pero su potencial va más allá. Del otro lado, la persecución, la prueba y el sufrimiento pueden ser ocasión para purificar la fe. Por eso decía el beato cardenal Newman: “La fe no es una abstracción, tiene corazón, sangre y nervios”.


Vivir la fe nunca ha sido fácil. La fe no es una cosa accesoria, como de hecho algunos pretenden vivirla.

La fe va con nuestra identidad, nos define como personas y nos compromete en un estilo de vida. La fe nos da la paz, pero también nunca nos deja en paz, porque permea los diferentes aspectos de nuestra vida para asumir el estilo de vida de Jesús y no para meterle simplemente algo de espiritualidad a nuestra vida.

Nunca ha sido fácil vivir la fe, pero en tiempos de crisis y persecución se hace todavía más compleja la vida cristiana. En otros tiempos había ventajas para la vivencia de la fe porque la cultura nos llevaba a ella. Pero ahora vivimos la fe contracorriente.

Por eso, ahora no bastan las buenas intenciones, lo que hemos logrado, lo que estamos haciendo, la formación que hemos recibido y nuestra inclinación al bien. Fortalecer la fe, cultivar la fe, atender la fe debe llevarnos a un cuidado muy especial de la vida espiritual.

En la vida cristiana debe llegar el momento en que estructuremos una espiritualidad. Quizá estas palabras son muy modernas pero repelentes en sus términos, porque estructura habla de delimitar y el espíritu no tiene límites; no sabes de dónde viene y adónde va, no lo podemos encapsular ni se puede aprisionar.

Es limitada nuestra forma de explicar las cosas de Dios, pero hablar de una espiritualidad estructurada es una forma de decir que debemos ser atentos, puntuales, organizados y comprometidos a la hora de vivir nuestra fe.

Ésta ha sido una de las grandes insistencias de la Iglesia, aunque ahora algunas corrientes espiritualistas también se pronuncian al respecto. De acuerdo con la sensibilidad moderna estas nuevas espiritualidades pretenden que las cosas de Dios sean fáciles, placenteras y accesibles, por lo que se recomiendan experiencias extravagantes y métodos para hacer oración.

Creo que en nuestro tiempo hay gran sensibilidad religiosa, pero queremos acercarnos a Dios sin despojarnos de esta mentalidad moderna pragmática, acomodada, utilitarista y hedonista. Se recomiendan espiritualidades de luz donde desaparece la cruz, espiritualidades gnósticas donde Cristo vale lo mismo que cualquier otro profeta u hombre iluminado.

Con estas espiritualidades la gente se queda instalada en el bienestar, la emoción, el equilibrio interior, la sorpresa y la novedad. Ese es el engaño de las novedades, de las cosas sofisticadas, de las innovaciones que también se dan en la vida espiritual. Hay personas que están metidas en la Nueva Era y se sienten bien porque no hay verdadero compromiso. Son espiritualidades que posiblemente nos hacen personas de bien en algunos aspectos, pero no nos ayudan a ser cristianos, es decir, a seguir auténticamente a Cristo.

Santa Juana de Chantal decía: «El mejor método de oración es no tenerlo, porque la oración no se obtiene por artificio (por técnica, diríamos hoy) sino por gracia». Ayudan las recomendaciones, algunos pasos que se puedan seguir (hay escuelas de espiritualidad que han sido una bendición para la Iglesia), pero no podemos pretender que la oración sea fácil teniendo un método, o que con un método podremos someter a Dios o atraparlo de tal manera que no tenga otro camino que responder.

Hay que estructurar nuestra vida cristiana pero sabiendo que el Espíritu nos irá llevando por caminos que no vislumbramos y que muchas veces nos cuesta trabajo aceptar. En la vida cristiana lo que no nos gusta, lo que es incómodo, lo que nos saca de nuestro bienestar, lo que nos cuestiona, se convierte en un signo de la verdadera presencia de Dios.

La fe nos lleva a experimentar seguridad, alegría y consolación. Pero su potencial va más allá. Del otro lado, la persecución, la prueba y el sufrimiento pueden ser ocasión para purificar la fe. Por eso decía el beato cardenal Newman: “La fe no es una abstracción, tiene corazón, sangre y nervios”.