/ sábado 30 de marzo de 2024

La Pascua de Resurrección 

Después de haber celebrado con toda emoción y profundidad los Misterios del Señor, ahora la Iglesia festeja exultante la gran fiesta de la Pascua: la fiesta de los cristianos. La razón de ser y el centro del Calendario Litúrgico. La Pascua es la fiesta de la esperanza y de la vida, porque en ella Dios muestra el amor tan grande que ha tenido con su Hijo y con el género humano.

La última palabra la tiene la vida, el amor. Nunca vence la muerte, por ningún motivo y por ninguna razón la muerte puede mostrarse victoriosa. La mañana de Pascua hace suya la expresión del apóstol: ¿dónde está muerte tu victoria? Este es el primer día de la semana porque a partir de hoy todo tiene un nuevo comienzo, una nueva vitalidad, es el comienzo del estilo de vida renovado.

Dios es el Dios de la vida, de la Pascua, del amor, de la Alianza. En sus manos encomendó su vida el Hijo porque sabía que esas manos crean, forman, construyen, dan vida. Esas manos del Padre amoroso son las que han abierto las puertas del sepulcro al Hijo que sale victorioso de la muerte, y el Padre Dios sigue dando vida a manos llenas, genera y regenera de manera imparable, siempre en beneficio de todos.

La Pascua le da un nuevo sentido y un horizonte distinto a todo, no hay un sólo aspecto de la vida que pueda quedarse al margen de la gran efusión de la Pascua, todas las dimensiones de lo humano y de lo social adquieren un nuevo horizonte de interpretación pues todo se lee desde las lentes de la Pascua, de la victoria sobre el sepulcro. Del descenso de Dios a los infiernos para bañarlo todo de su vida divina, el Dios de la vida despliega su vida haciendo vibrar todo. Todo luce renovado, revitalizado, bañado por la vida que el Padre bueno derrama por todos lados.

Cuando cada cristino la mañana del Domingo de la Pascua se felicita efusivo, no lo hace con una fórmula carente de sentido, ni por convencionalismos. Lo hace con la profunda convicción de quien le desea al otro que toda su vida esté bañada por la dimensión pascual. Cuando decimos: ¡Felices Pascuas de Resurrección!, estamos deseando lo mejor para el otro, que el Paso del Señor sea el paso de las formas de muerte que nos lastiman, por esa vida del amanecer, esa vida que es la Pascua. Esta alegría profunda de la resurrección hace que todos seamos heraldos, custodios y mensajeros de la vida.

Después de haber celebrado con toda emoción y profundidad los Misterios del Señor, ahora la Iglesia festeja exultante la gran fiesta de la Pascua: la fiesta de los cristianos. La razón de ser y el centro del Calendario Litúrgico. La Pascua es la fiesta de la esperanza y de la vida, porque en ella Dios muestra el amor tan grande que ha tenido con su Hijo y con el género humano.

La última palabra la tiene la vida, el amor. Nunca vence la muerte, por ningún motivo y por ninguna razón la muerte puede mostrarse victoriosa. La mañana de Pascua hace suya la expresión del apóstol: ¿dónde está muerte tu victoria? Este es el primer día de la semana porque a partir de hoy todo tiene un nuevo comienzo, una nueva vitalidad, es el comienzo del estilo de vida renovado.

Dios es el Dios de la vida, de la Pascua, del amor, de la Alianza. En sus manos encomendó su vida el Hijo porque sabía que esas manos crean, forman, construyen, dan vida. Esas manos del Padre amoroso son las que han abierto las puertas del sepulcro al Hijo que sale victorioso de la muerte, y el Padre Dios sigue dando vida a manos llenas, genera y regenera de manera imparable, siempre en beneficio de todos.

La Pascua le da un nuevo sentido y un horizonte distinto a todo, no hay un sólo aspecto de la vida que pueda quedarse al margen de la gran efusión de la Pascua, todas las dimensiones de lo humano y de lo social adquieren un nuevo horizonte de interpretación pues todo se lee desde las lentes de la Pascua, de la victoria sobre el sepulcro. Del descenso de Dios a los infiernos para bañarlo todo de su vida divina, el Dios de la vida despliega su vida haciendo vibrar todo. Todo luce renovado, revitalizado, bañado por la vida que el Padre bueno derrama por todos lados.

Cuando cada cristino la mañana del Domingo de la Pascua se felicita efusivo, no lo hace con una fórmula carente de sentido, ni por convencionalismos. Lo hace con la profunda convicción de quien le desea al otro que toda su vida esté bañada por la dimensión pascual. Cuando decimos: ¡Felices Pascuas de Resurrección!, estamos deseando lo mejor para el otro, que el Paso del Señor sea el paso de las formas de muerte que nos lastiman, por esa vida del amanecer, esa vida que es la Pascua. Esta alegría profunda de la resurrección hace que todos seamos heraldos, custodios y mensajeros de la vida.