/ sábado 23 de marzo de 2024

La Semana Santa

Comenzamos ya la Semana Santa, toda ella es importante, desde luego, pero el Triduo Pascual tiene una importancia especial. Su valor se encarna en la experiencia de cada uno. Nos traslada a lo central en el ministerio y la vida del Señor.

Es el centro de las celebraciones litúrgicas, y es que, recordando el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, se enciende en cada uno el deseo de configurarse con Él y seguirlo con total generosidad. La Semana Santa nos permite descubrir cómo andamos en la propia vida.

La celebración de estos grandes misterios nos inquieta para descubrir cómo andamos en eso del amor, pues sólo se comprende lo que ha realizado Jesús, desde la dinámica del amor.

Fuera del horizonte del amor es imposible entender esta locura. No tiene justificación fuera de estos márgenes. Nos dejamos amar, nos sentimos verdaderamente amados, ¿tenemos una experiencia afectiva del amor?, o tenemos solo una experiencia conceptual.

Esta es la otra cuestión que nos deja al descubierto la celebración del Jueves Santo, puerta de entrada al glorioso Triduo Pascual. Esto nos sitúa en la verdad del amor. Un amor que lleva a ponerse en el suelo para lavar los pies.

Que hace entregar la vida a pesar del dolor humano y nos pone en ocasión de vivir en serio. Pues el servicio es la razón que le da sentido a la vida. Vaya paradoja, ¡qué incomprensible resulta ver a Dios lavando los pies!

La singularidad del Dios de Jesucristo radica en que se manifiesta bajo una forma y a través de caminos totalmente inesperados; caminos imprevistos. Eso pasa con el camino de la cruz. La Cruz es escándalo y locura que desconcierta los razonamientos humanos.

Sólo quien está dispuesto a entrar en el seguimiento de Cristo puede ver en todo este aparente tormento, la pedagogía de la ternura de Dios. La cruz sólo puede entenderse en la lógica del don y del abandono. De la plena confianza en un Dios que no defrauda. Que siempre está a favor de sus amigos, que da la cara por ellos.

La Resurrección nos concede una enseñanza formidable. Las paradojas siguen. Sólo yendo al sepulcro podemos ser testigos de la vida. Y es que, el Dios de Jesucristo no lo dejó en la muerte.

Llama a salir de nuestros sepulcros para gozar con la frescura de la mañana de la resurrección. Ese es el sentido, el fondo y la razón de la Semana Santa. Dios tiene en sus manos la vida y en cada momento nos devuelve un nuevo amanecer, una nueva resurrección.

Comenzamos ya la Semana Santa, toda ella es importante, desde luego, pero el Triduo Pascual tiene una importancia especial. Su valor se encarna en la experiencia de cada uno. Nos traslada a lo central en el ministerio y la vida del Señor.

Es el centro de las celebraciones litúrgicas, y es que, recordando el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, se enciende en cada uno el deseo de configurarse con Él y seguirlo con total generosidad. La Semana Santa nos permite descubrir cómo andamos en la propia vida.

La celebración de estos grandes misterios nos inquieta para descubrir cómo andamos en eso del amor, pues sólo se comprende lo que ha realizado Jesús, desde la dinámica del amor.

Fuera del horizonte del amor es imposible entender esta locura. No tiene justificación fuera de estos márgenes. Nos dejamos amar, nos sentimos verdaderamente amados, ¿tenemos una experiencia afectiva del amor?, o tenemos solo una experiencia conceptual.

Esta es la otra cuestión que nos deja al descubierto la celebración del Jueves Santo, puerta de entrada al glorioso Triduo Pascual. Esto nos sitúa en la verdad del amor. Un amor que lleva a ponerse en el suelo para lavar los pies.

Que hace entregar la vida a pesar del dolor humano y nos pone en ocasión de vivir en serio. Pues el servicio es la razón que le da sentido a la vida. Vaya paradoja, ¡qué incomprensible resulta ver a Dios lavando los pies!

La singularidad del Dios de Jesucristo radica en que se manifiesta bajo una forma y a través de caminos totalmente inesperados; caminos imprevistos. Eso pasa con el camino de la cruz. La Cruz es escándalo y locura que desconcierta los razonamientos humanos.

Sólo quien está dispuesto a entrar en el seguimiento de Cristo puede ver en todo este aparente tormento, la pedagogía de la ternura de Dios. La cruz sólo puede entenderse en la lógica del don y del abandono. De la plena confianza en un Dios que no defrauda. Que siempre está a favor de sus amigos, que da la cara por ellos.

La Resurrección nos concede una enseñanza formidable. Las paradojas siguen. Sólo yendo al sepulcro podemos ser testigos de la vida. Y es que, el Dios de Jesucristo no lo dejó en la muerte.

Llama a salir de nuestros sepulcros para gozar con la frescura de la mañana de la resurrección. Ese es el sentido, el fondo y la razón de la Semana Santa. Dios tiene en sus manos la vida y en cada momento nos devuelve un nuevo amanecer, una nueva resurrección.