/ sábado 20 de enero de 2024

Unidad que no es uniformidad

Año con año -y por estas fechas-, en todo el mundo se realizan distintas jornadas culturales y de oración en el universo cristiano, en las que se tiene como centro elevar súplicas y gestar compromisos en favor de la unidad de los cristianos. El llamado a la unidad es el asunto siempre tan antiguo como nuevo. El compromiso de todos los días, una lucha sin final y una conquista por alcanzar.

El asunto de la unidad es un tema importante. Ha captado la atención de propios y extraños, siendo los estudiosos del comportamiento humano quienes más y mejor han razonado al respecto. Lo que es cierto y sirve, a su vez, de fundamento para poder hablar de la unidad es que la primera batalla que hay que reñir y la conquista fundamental para poder hablar de unidad es la unidad en sí mismo (llamada ahora holística o integral), sin este fundamento esencial, no se puede luchar en favor de la unidad.

Una persona fragmentada, que va regando sus pedazos con cada paso por el mundo, primero está llamada a luchar por su propia integración. Esto no es asunto simple, en lo mínimo sencillo, el asunto de la propia integración es un asunto de tiempo, paciencia, delicadeza y es el trabajo de toda la vida, toda conquista es el comienzo de una nueva batalla.

Una vez en esta dinámica, brota del corazón la necesidad urgente de luchar por la unidad en este nuestro mundo líquido y fragmentado que se nos cae a pedazos. En este mundo que no es en blanco y negro, sino que tiene una impresionante paleta de colores.

La unidad sólo es posible desde el respeto por la pluralidad. En este sentido, la unidad por la que se ora y la que se quiere alcanzar es una unidad que respeta la diferencia, que se abre a la complementación, que sabe reconocer lo bueno de los otros y entrar en un verdadero diálogo como actitud de vida, que no es el añejo monólogo colonizador.

Cuando se pide a Dios que se cumpla el sueño de Jesucristo “que todos sean uno”, no se pide que todos seamos iguales, porque eso, precisamente no está en la Oración del Señor. Que todos sean uno desde la diferencia, desde el respeto por el otro, sin fastidiar su vida y sin querer colonizarlo con las propias ideas.

Desde la humildad que viene de saber que todos somos falibles y que todos nos podemos equivocar, que la verdad es sinfónica y que todos estamos en la orquesta, cada uno con su propio instrumento tratando de emitir la más bella melodía.

Año con año -y por estas fechas-, en todo el mundo se realizan distintas jornadas culturales y de oración en el universo cristiano, en las que se tiene como centro elevar súplicas y gestar compromisos en favor de la unidad de los cristianos. El llamado a la unidad es el asunto siempre tan antiguo como nuevo. El compromiso de todos los días, una lucha sin final y una conquista por alcanzar.

El asunto de la unidad es un tema importante. Ha captado la atención de propios y extraños, siendo los estudiosos del comportamiento humano quienes más y mejor han razonado al respecto. Lo que es cierto y sirve, a su vez, de fundamento para poder hablar de la unidad es que la primera batalla que hay que reñir y la conquista fundamental para poder hablar de unidad es la unidad en sí mismo (llamada ahora holística o integral), sin este fundamento esencial, no se puede luchar en favor de la unidad.

Una persona fragmentada, que va regando sus pedazos con cada paso por el mundo, primero está llamada a luchar por su propia integración. Esto no es asunto simple, en lo mínimo sencillo, el asunto de la propia integración es un asunto de tiempo, paciencia, delicadeza y es el trabajo de toda la vida, toda conquista es el comienzo de una nueva batalla.

Una vez en esta dinámica, brota del corazón la necesidad urgente de luchar por la unidad en este nuestro mundo líquido y fragmentado que se nos cae a pedazos. En este mundo que no es en blanco y negro, sino que tiene una impresionante paleta de colores.

La unidad sólo es posible desde el respeto por la pluralidad. En este sentido, la unidad por la que se ora y la que se quiere alcanzar es una unidad que respeta la diferencia, que se abre a la complementación, que sabe reconocer lo bueno de los otros y entrar en un verdadero diálogo como actitud de vida, que no es el añejo monólogo colonizador.

Cuando se pide a Dios que se cumpla el sueño de Jesucristo “que todos sean uno”, no se pide que todos seamos iguales, porque eso, precisamente no está en la Oración del Señor. Que todos sean uno desde la diferencia, desde el respeto por el otro, sin fastidiar su vida y sin querer colonizarlo con las propias ideas.

Desde la humildad que viene de saber que todos somos falibles y que todos nos podemos equivocar, que la verdad es sinfónica y que todos estamos en la orquesta, cada uno con su propio instrumento tratando de emitir la más bella melodía.