/ martes 13 de agosto de 2019

La buena vida / Buda, el príncipe de la paz

La Humanidad tiene que decidirse por el mensaje de Buda  o por la bomba de hidrógeno

Buda. Un hombre, no un mito. Nació, vivió y concluyó su vida a los ochenta años, como ser humano. Pertenece a la historia del pensamiento del mundo. Visto con integridad intelectual, seriedad moral e intuición espiritual, Él es una de las máximas figuras de la historia. Jawaharlal Nehru, quien fuera Primer Ministro de la India y seguidor de Mahatma Gandhi, expresó pocas horas antes de morir: “Si un sabio merece llamarse Príncipe de la Paz es Buda. La Humanidad tiene que decidirse, en última instancia, por su mensaje o por la bomba de hidrógeno. El Budismo, jamás manchado con sangre, ni rival, ni enemigo de cualquier otro sistema religioso, es remedio y bálsamo para esta era moderna, donde se hace evidente la destrucción del mundo entero.

Ahora bien ¿Qué significa Buda? No es nombre propio, es adjetivo que califica un estado o condición del hombre que penetró la ilusión del mundo y alcanzó la iluminación. En occidente se aplica como nombre propio a Sidarta Gautama, fundador del Budismo, quien reconocía que lo habían precedido seis budas y que otro más estaba por venir.

¿Fue entonces Buda un hombre? El Buda Sakyamuni o Sidarta, fue tan humano como cualquiera de nosotros, pero el hombre más sabio, noble y santo que se haya perfeccionado por su propio esfuerzo, en el curso de sus innumerables nacimientos. ¿Es chino, japonés, tibetano o indio? Sidarta Gautama nació en una familia del linaje Sakya, (Los Potentes), en Kapilavastu, al norte de India, en el año 623 antes de Jesucristo, como hijo del rey Sudodana y la reina Maya, quién murió a los siete días de su nacimiento. Su padre le regaló tres magníficos palacios rodeados de jardines con árboles de exquisitas frutas, flores fragantes, arroyos cristalinos y miles de pájaros cantores. Lo rodeó de amor, lujo y cuidados, pero le ocultó las enfermedades, las penas, la miseria, la soledad y la vejez.

En estas condiciones de ignorancia ante la realidad de la vida, el príncipe llegó a los 16 años de edad, misma fecha en la que contrajo matrimonio con la princesa Yasodra. Y luego, ¿qué pasó? El joven príncipe empezó a desobedecer al rey; escapaba por las noches en compañía de Channa, su sirviente, junto con quien presenció escenas perturbadoras: un anciano decrépito, que no podía caminar. Un enfermo abandonado por todos. Un muerto en estado de descomposición. Sidarta, angustiado, como testigo del sufrimiento humano y la fragilidad de la existencia, preguntó a sus parientes y servidores de palacio: “¿Cómo es posible gozar de estar vivo, sentirse feliz y experimentar placer, si no tenemos escape al sufrimiento, la tristeza, la soledad y la muerte? Nadie supo contestar a sus preguntas y el príncipe no encontró paz y volvió a escapar y vagar por los alrededores del palacio hasta encontrarse con un asceta de ojos tranquilos y una expresión de decisión y desapego.

Este fue el Cuarto Signo que orientó a Sidarta en la dirección que necesitaba. Entonces el príncipe se despojo de todos sus lujos y se internó en la selva, donde se apeó de su caballo y ordenó a Channa, su sirviente, que le devolviera a su padre sus pertenencias, entre ellas su túnica bordada con hilos de oro. La "Gran Renunciación", es como se conoce este momento del Buda en que silencioso abandona a su esposa, su hijo, palacios y riquezas. A partir de su renunciación Sidarta se vistió con harapos, cortó su cabellera y se consagró al ascetismo, iniciando una vida errante en busca de hombres sabios y santos, que le descubrieran el significado de su existencia y le enseñaran cómo afrontar las dificultades y sufrimientos. Sidarta Gautama tenía entonces veinte años. Le esperaban más de sesenta de búsqueda y enseñanza.

¿Y después? Ermitaños de la religión hindú enseñaron a Sidarta Gautama adquirir la sabiduría mediante severas abstinencias. Años después el príncipe se dio cuenta de que este no era el camino para aliviar la infelicidad humana, ni liberarse de ella. "Ni con el ayuno ni con los sufrimientos puede conquistarse la iluminación de la mente" y optó por fortalecer su cuerpo y empezó a meditar. ¿Qué obtuvo con la meditación? Su mente se abrió como la flor de loto a la luz suprema de la sabiduría que bañó su espíritu. Obtuvo el conocimiento de sus nacimientos anteriores, entendió la causa de los renacimientos y encontró la forma de cómo apagar los deseos. A través de la meditación se purifico hasta convertirse en Buda, el iluminado, el Omnisapiente, el guía para una forma de vivir libre de dogmas, supersticiones, fetiches, ídolos, simbolismos, ritos. Empezó a enseñar su verdad: “Hay que evitar tanto el derrotero de la satisfacción sensual como el del ascetismo, y seguir la vía intermedia poniendo en práctica un recto conocimiento, una recta aspiración, una recta meditación, un recto esfuerzo, la recta palabra, la recta acción, la recta voluntad y la recta conducta”.

Al correr de los siglos el Budismo no ha podido sustraerse a la tergiversación, sin embargo hasta hoy las colectividades budistas continúan basándose en los siguientes cinco preceptos y nueve reglas.

Preceptos: Yo observo el precepto de abstenerme de destruir la vida, de tomar aquello que no es mío, de tener relaciones ilícitas. Me abstengo de mentir, de tomar licores que embriagan y usar drogas que embrutecen.

En cuanto a las reglas:

No maldigo a nadie. Amo y sirvo al prójimo, así sea el más encarnizado enemigo. Me abstengo de portar armas defensivas y, en caso necesario sacrificare mi propia existencia en beneficio de los demás seres vivientes. Vencerme a mi mismo, es mi mayor victoria. Evito todo vicio. Practico todas las virtudes y especial la humildad y la clemencia. Amo y respeto a todos los seres, y en especial a mis padres, a los ancianos y las personas doctas y virtuosas. Proveo de alimento y abrigo a los pobres, y a los animales menesterosos. Planto árboles en las márgenes de los camino y abro pozos, para comodidad de los caminantes.

En la orden budista, no se exigen votos a perpetuidad. Todo cambio es posible en las acciones y reacciones de la naturaleza humana y esto esta previsto en el Budismo. Si alguna persona quiere abandonar el monasterio y regresar a la vida del mundo lo hará en mejores y más purificadas condiciones. Los instructores del Budismo, monjes por lo general, no son intermediario entre el hombre y la justicia cósmica o divina, solo servidores de la humanidad, dado que el Budismo, no es una religión, es una filosofía de vida que nos instruye para vivir en paz o según los psicoanalistas un permanente psicoanálisis para los practicantes.

taca.campos@gmail.

“El sabio no conoce el odio”. “No esperes todo de los dioses sino de tu propia purificación y meditación”. “La moralidad y la ética que se practican por miedo, constituyen un aspecto religioso muy elemental”. “Que todas vuestras palabras sean armónicas, mesuradas, verídicas, hermosas y corteses.” El que esta libre de deseos, no conoce pesar, ni temor”. “Si un hombre venciere en batalla a un millar de millares de hombres, y otro se venciere a sí mismo, es este último el más grande de los vencedores”. Reemplazad la fe ciega con la sublime comprensión, que abre los ojos del espíritu”.

Buda. Un hombre, no un mito. Nació, vivió y concluyó su vida a los ochenta años, como ser humano. Pertenece a la historia del pensamiento del mundo. Visto con integridad intelectual, seriedad moral e intuición espiritual, Él es una de las máximas figuras de la historia. Jawaharlal Nehru, quien fuera Primer Ministro de la India y seguidor de Mahatma Gandhi, expresó pocas horas antes de morir: “Si un sabio merece llamarse Príncipe de la Paz es Buda. La Humanidad tiene que decidirse, en última instancia, por su mensaje o por la bomba de hidrógeno. El Budismo, jamás manchado con sangre, ni rival, ni enemigo de cualquier otro sistema religioso, es remedio y bálsamo para esta era moderna, donde se hace evidente la destrucción del mundo entero.

Ahora bien ¿Qué significa Buda? No es nombre propio, es adjetivo que califica un estado o condición del hombre que penetró la ilusión del mundo y alcanzó la iluminación. En occidente se aplica como nombre propio a Sidarta Gautama, fundador del Budismo, quien reconocía que lo habían precedido seis budas y que otro más estaba por venir.

¿Fue entonces Buda un hombre? El Buda Sakyamuni o Sidarta, fue tan humano como cualquiera de nosotros, pero el hombre más sabio, noble y santo que se haya perfeccionado por su propio esfuerzo, en el curso de sus innumerables nacimientos. ¿Es chino, japonés, tibetano o indio? Sidarta Gautama nació en una familia del linaje Sakya, (Los Potentes), en Kapilavastu, al norte de India, en el año 623 antes de Jesucristo, como hijo del rey Sudodana y la reina Maya, quién murió a los siete días de su nacimiento. Su padre le regaló tres magníficos palacios rodeados de jardines con árboles de exquisitas frutas, flores fragantes, arroyos cristalinos y miles de pájaros cantores. Lo rodeó de amor, lujo y cuidados, pero le ocultó las enfermedades, las penas, la miseria, la soledad y la vejez.

En estas condiciones de ignorancia ante la realidad de la vida, el príncipe llegó a los 16 años de edad, misma fecha en la que contrajo matrimonio con la princesa Yasodra. Y luego, ¿qué pasó? El joven príncipe empezó a desobedecer al rey; escapaba por las noches en compañía de Channa, su sirviente, junto con quien presenció escenas perturbadoras: un anciano decrépito, que no podía caminar. Un enfermo abandonado por todos. Un muerto en estado de descomposición. Sidarta, angustiado, como testigo del sufrimiento humano y la fragilidad de la existencia, preguntó a sus parientes y servidores de palacio: “¿Cómo es posible gozar de estar vivo, sentirse feliz y experimentar placer, si no tenemos escape al sufrimiento, la tristeza, la soledad y la muerte? Nadie supo contestar a sus preguntas y el príncipe no encontró paz y volvió a escapar y vagar por los alrededores del palacio hasta encontrarse con un asceta de ojos tranquilos y una expresión de decisión y desapego.

Este fue el Cuarto Signo que orientó a Sidarta en la dirección que necesitaba. Entonces el príncipe se despojo de todos sus lujos y se internó en la selva, donde se apeó de su caballo y ordenó a Channa, su sirviente, que le devolviera a su padre sus pertenencias, entre ellas su túnica bordada con hilos de oro. La "Gran Renunciación", es como se conoce este momento del Buda en que silencioso abandona a su esposa, su hijo, palacios y riquezas. A partir de su renunciación Sidarta se vistió con harapos, cortó su cabellera y se consagró al ascetismo, iniciando una vida errante en busca de hombres sabios y santos, que le descubrieran el significado de su existencia y le enseñaran cómo afrontar las dificultades y sufrimientos. Sidarta Gautama tenía entonces veinte años. Le esperaban más de sesenta de búsqueda y enseñanza.

¿Y después? Ermitaños de la religión hindú enseñaron a Sidarta Gautama adquirir la sabiduría mediante severas abstinencias. Años después el príncipe se dio cuenta de que este no era el camino para aliviar la infelicidad humana, ni liberarse de ella. "Ni con el ayuno ni con los sufrimientos puede conquistarse la iluminación de la mente" y optó por fortalecer su cuerpo y empezó a meditar. ¿Qué obtuvo con la meditación? Su mente se abrió como la flor de loto a la luz suprema de la sabiduría que bañó su espíritu. Obtuvo el conocimiento de sus nacimientos anteriores, entendió la causa de los renacimientos y encontró la forma de cómo apagar los deseos. A través de la meditación se purifico hasta convertirse en Buda, el iluminado, el Omnisapiente, el guía para una forma de vivir libre de dogmas, supersticiones, fetiches, ídolos, simbolismos, ritos. Empezó a enseñar su verdad: “Hay que evitar tanto el derrotero de la satisfacción sensual como el del ascetismo, y seguir la vía intermedia poniendo en práctica un recto conocimiento, una recta aspiración, una recta meditación, un recto esfuerzo, la recta palabra, la recta acción, la recta voluntad y la recta conducta”.

Al correr de los siglos el Budismo no ha podido sustraerse a la tergiversación, sin embargo hasta hoy las colectividades budistas continúan basándose en los siguientes cinco preceptos y nueve reglas.

Preceptos: Yo observo el precepto de abstenerme de destruir la vida, de tomar aquello que no es mío, de tener relaciones ilícitas. Me abstengo de mentir, de tomar licores que embriagan y usar drogas que embrutecen.

En cuanto a las reglas:

No maldigo a nadie. Amo y sirvo al prójimo, así sea el más encarnizado enemigo. Me abstengo de portar armas defensivas y, en caso necesario sacrificare mi propia existencia en beneficio de los demás seres vivientes. Vencerme a mi mismo, es mi mayor victoria. Evito todo vicio. Practico todas las virtudes y especial la humildad y la clemencia. Amo y respeto a todos los seres, y en especial a mis padres, a los ancianos y las personas doctas y virtuosas. Proveo de alimento y abrigo a los pobres, y a los animales menesterosos. Planto árboles en las márgenes de los camino y abro pozos, para comodidad de los caminantes.

En la orden budista, no se exigen votos a perpetuidad. Todo cambio es posible en las acciones y reacciones de la naturaleza humana y esto esta previsto en el Budismo. Si alguna persona quiere abandonar el monasterio y regresar a la vida del mundo lo hará en mejores y más purificadas condiciones. Los instructores del Budismo, monjes por lo general, no son intermediario entre el hombre y la justicia cósmica o divina, solo servidores de la humanidad, dado que el Budismo, no es una religión, es una filosofía de vida que nos instruye para vivir en paz o según los psicoanalistas un permanente psicoanálisis para los practicantes.

taca.campos@gmail.

“El sabio no conoce el odio”. “No esperes todo de los dioses sino de tu propia purificación y meditación”. “La moralidad y la ética que se practican por miedo, constituyen un aspecto religioso muy elemental”. “Que todas vuestras palabras sean armónicas, mesuradas, verídicas, hermosas y corteses.” El que esta libre de deseos, no conoce pesar, ni temor”. “Si un hombre venciere en batalla a un millar de millares de hombres, y otro se venciere a sí mismo, es este último el más grande de los vencedores”. Reemplazad la fe ciega con la sublime comprensión, que abre los ojos del espíritu”.

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