/ domingo 5 de abril de 2020

Pasar la cuarentena en el crucero más grande del mundo

Herman ya tenía listo su vuelo a Veracruz, para el 1 de abril pero las autoridades norteamericanas no le permitieron desembarcar, debido a la emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus

Como el principito, de Antoine de Saint-Exupéry, ese pequeñín de cabello dorado que un día vio ponerse el sol cuarenta y tres veces, Herman Vera ha empezado a amar las puestas de sol y los amaneceres.

“Las dos me gustan mucho, son imágenes que nunca se me van a borrar”, dice. Absorto, cada día, contempla maravillado la luz crepuscular antes de que la noche cubra la inmensidad del océano.

Montado sobre el crucero más grande del mundo, el Symphony of the Seas —Sinfonía de los mares— de la compañía Royal Caribbean International, Herman se encuentra varado, en cuarentena, entre Miami y las Bahamas.

Aunque ya tenía listo su vuelo a Veracruz, para el 1 de abril, las autoridades norteamericanas no les permitieron desembarcar, debido a la emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus (Covid-19) y tuvo que quedarse, junto con mil 800 empleados de este coloso de los mares, que cada semana transportaba 6 mil 680 turistas entre este puerto de Estados Unidos y Roatán, Honduras, la costa Maya y Cozumel, México y Cococay, Bahamas.

Van cuatro semanas y si bien toda la tripulación está sana y la compañía los atiende bien, Herman siente nostalgia por su familia, radicada en Xalapa, sus padres, su hermana, su cuñado y su abuelito. “Ellos son quienes siempre han estado a mi lado, apoyándome”, cuenta.

Cada día, mientras la brisa marina golpea su rostro y el mar le ofrece una gran variedad de colores, azul, verde, verde turquesa, se levanta temprano, se ejercita, toma su desayuno y se pone a leer, a escuchar música, ve películas y habla con su familia, tratando de mantener una actitud positiva, sabedor de que en muchas ciudades del mundo, cientos de personas mueren, infectados por el Covid-19.

Foto: Cortesía | Herman Vera

La soledad es un reto, pero tenemos que vencerla con una actitud positiva, fortaleciéndonos mentalmente

Herman Vera Guzmán, xalapeño, egresado de la Universidad Anáhuac, se subió a trabajar a este barco hace siete meses, en una gran experiencia profesional de vida, que lo ha llevado a conocer otras realidades y a una infinidad de personas de todo el mundo.

Aunque el inglés es la lengua oficial del barco, los trabajadores y viajeros son de las más variadas regiones del planeta, de tal manera que este gigante, un hotel que navega en el océano, es como una torre de Babel, por la infinidad de lenguas de quienes ahí viajan.

En su travesía, Herman reflexiona sobre lo que pasa en el mundo: este es el momento idóneo para pensar y calmar al mundo para poder sobrevivir. Creo que esto está pasando para que la tierra respire un momento y tenga un ligero descanso de la actividad humana.

El xalapeño, que en estos días relee desde su camarote El Príncipe, de Maquiavelo, dice que también ha pensado en que todo esto es parte de una guerra entre países, para demostrar quién es el más poderoso.

Yo tengo 31 años de vida. He visto documentales, me han platicado mis papás, mi abuelito y realmente esto que estamos viviendo hoy en día siempre lo hemos vivido, con diferentes nombres y apellidos. Lo importante aquí es si en verdad todos como seres humanos hemos aprendido algo para continuar con nuestras vidas

El miedo, añade, sí ha sido su compañero de viaje, sobre todo porque todos tienen a alguien que los espera en casa.

En el Symphony of the Seas, dice Herman, tiene amigos de diferentes culturas, religiones, pensamientos e ideologías, “pero fíjate que me he dado cuenta que tenemos algo en común todos o la mayoría, agradecer y pedirle a Dios (yo así lo llamo, pero otros lo llaman de diferentes maneras), pero al final es la misma persona que nos cuida, nos da fe y esperanza”.

Obviamente todos tenemos alguien en casa esperándonos. Por su puesto que a algunos les da miedo, y pues entran en pánico, pero los que somos conscientes tratamos de alentarlos y hablar con ellos

Durante estos días de cuarentena, Herman no ha podido visitar los 12 restaurantes de especialidad con los que cuenta el barco, ni los 7 de buffet, ni “El loco fresh”, uno de comida mexicana. Tampoco se han podido meter a las tres grandes albercas ni a los dos teatros.

Espera que una vez que pase la contingencia sanitaria puedan bajar de esta nave oceánica, volar a su casa en Xalapa, abrazar a sus seres queridos y regresar en agosto con un nuevo contrato para disfrutar con sus compañeros trabajadores de una margarita en The Bionic Bar, este famoso bar atendido por un robot, como Arthur, el bartender de Passengers, la cinta de Morten Tyldum.

En tanto, Herman seguirá disfrutando de las puestas de sol y de los amaneceres, en las aguas tibias del Océano Atlántico, en algún lugar entre Bahamas y Miami.


Como el principito, de Antoine de Saint-Exupéry, ese pequeñín de cabello dorado que un día vio ponerse el sol cuarenta y tres veces, Herman Vera ha empezado a amar las puestas de sol y los amaneceres.

“Las dos me gustan mucho, son imágenes que nunca se me van a borrar”, dice. Absorto, cada día, contempla maravillado la luz crepuscular antes de que la noche cubra la inmensidad del océano.

Montado sobre el crucero más grande del mundo, el Symphony of the Seas —Sinfonía de los mares— de la compañía Royal Caribbean International, Herman se encuentra varado, en cuarentena, entre Miami y las Bahamas.

Aunque ya tenía listo su vuelo a Veracruz, para el 1 de abril, las autoridades norteamericanas no les permitieron desembarcar, debido a la emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus (Covid-19) y tuvo que quedarse, junto con mil 800 empleados de este coloso de los mares, que cada semana transportaba 6 mil 680 turistas entre este puerto de Estados Unidos y Roatán, Honduras, la costa Maya y Cozumel, México y Cococay, Bahamas.

Van cuatro semanas y si bien toda la tripulación está sana y la compañía los atiende bien, Herman siente nostalgia por su familia, radicada en Xalapa, sus padres, su hermana, su cuñado y su abuelito. “Ellos son quienes siempre han estado a mi lado, apoyándome”, cuenta.

Cada día, mientras la brisa marina golpea su rostro y el mar le ofrece una gran variedad de colores, azul, verde, verde turquesa, se levanta temprano, se ejercita, toma su desayuno y se pone a leer, a escuchar música, ve películas y habla con su familia, tratando de mantener una actitud positiva, sabedor de que en muchas ciudades del mundo, cientos de personas mueren, infectados por el Covid-19.

Foto: Cortesía | Herman Vera

La soledad es un reto, pero tenemos que vencerla con una actitud positiva, fortaleciéndonos mentalmente

Herman Vera Guzmán, xalapeño, egresado de la Universidad Anáhuac, se subió a trabajar a este barco hace siete meses, en una gran experiencia profesional de vida, que lo ha llevado a conocer otras realidades y a una infinidad de personas de todo el mundo.

Aunque el inglés es la lengua oficial del barco, los trabajadores y viajeros son de las más variadas regiones del planeta, de tal manera que este gigante, un hotel que navega en el océano, es como una torre de Babel, por la infinidad de lenguas de quienes ahí viajan.

En su travesía, Herman reflexiona sobre lo que pasa en el mundo: este es el momento idóneo para pensar y calmar al mundo para poder sobrevivir. Creo que esto está pasando para que la tierra respire un momento y tenga un ligero descanso de la actividad humana.

El xalapeño, que en estos días relee desde su camarote El Príncipe, de Maquiavelo, dice que también ha pensado en que todo esto es parte de una guerra entre países, para demostrar quién es el más poderoso.

Yo tengo 31 años de vida. He visto documentales, me han platicado mis papás, mi abuelito y realmente esto que estamos viviendo hoy en día siempre lo hemos vivido, con diferentes nombres y apellidos. Lo importante aquí es si en verdad todos como seres humanos hemos aprendido algo para continuar con nuestras vidas

El miedo, añade, sí ha sido su compañero de viaje, sobre todo porque todos tienen a alguien que los espera en casa.

En el Symphony of the Seas, dice Herman, tiene amigos de diferentes culturas, religiones, pensamientos e ideologías, “pero fíjate que me he dado cuenta que tenemos algo en común todos o la mayoría, agradecer y pedirle a Dios (yo así lo llamo, pero otros lo llaman de diferentes maneras), pero al final es la misma persona que nos cuida, nos da fe y esperanza”.

Obviamente todos tenemos alguien en casa esperándonos. Por su puesto que a algunos les da miedo, y pues entran en pánico, pero los que somos conscientes tratamos de alentarlos y hablar con ellos

Durante estos días de cuarentena, Herman no ha podido visitar los 12 restaurantes de especialidad con los que cuenta el barco, ni los 7 de buffet, ni “El loco fresh”, uno de comida mexicana. Tampoco se han podido meter a las tres grandes albercas ni a los dos teatros.

Espera que una vez que pase la contingencia sanitaria puedan bajar de esta nave oceánica, volar a su casa en Xalapa, abrazar a sus seres queridos y regresar en agosto con un nuevo contrato para disfrutar con sus compañeros trabajadores de una margarita en The Bionic Bar, este famoso bar atendido por un robot, como Arthur, el bartender de Passengers, la cinta de Morten Tyldum.

En tanto, Herman seguirá disfrutando de las puestas de sol y de los amaneceres, en las aguas tibias del Océano Atlántico, en algún lugar entre Bahamas y Miami.


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