/ miércoles 29 de diciembre de 2021

Crear o morir

Vivimos hoy una realidad en la que es muy fácil perder la objetividad, ya que en ocasiones, sostenerla es ir contra las creencias más extendidas. Sin embargo es precisamente en esas circunstancias, cuando es más útil preservar la objetividad con independencia de lo que piensen otros.

Le explico algunas de esas percepciones que hoy identifico. Durante mucho tiempo en China se produjo un elemento de desconcierto que contaminó al comunismo mundial Mao Zedong, el gran timonel, el líder absoluto de la Revolución China, decidió no solo que era posible criticar, sino que era deseable que "se abran 100 flores y que 100 escuelas compitan".

En sus memorias, Nikita Kruschev cuenta que en dos ocasiones le llamó la atención al líder chino sobre lo peligroso que era para los países de estructura comunista y única producir, permitir o alimentar la crítica, aunque fuera comunista efectuada desde dentro.

La primera vez, Kruschev quedó extrañado porque Mao Zedong sólo sonrío.

En las notas atribuidas al exmandatario soviético dicen que la segunda vez, justo antes de despedirse, el presidente Mao le dijo: "Camarada, secretario general, es necesario dejad que 100 escuelas combatan para poderlas cerrar todas, es necesario dejar que crezcan 100 flores para arrancarlas desde la raíz".

Sabido es que los poderes absolutos caen rotundamente. Estoy convencido de que el Presidente tiene sus razones para estar haciendo lo que está haciendo en la contemplación del fenómeno. También estoy convencido de que hacer triunfar la verdad y la bondad, por muy buenas intenciones que se tengan, también exige eficiencia, eficacia y, sobre todo, seriedad cuando se trata de la aplicación de las leyes.

Tal vez, sin quererlo y sin pretenderlo, nos estamos encontrando de bruces con una de nuestras realidades más preocupantes y peligrosas. La democracia es ese sistema maravilloso que permite que, en un momento determinado y frente a una oferta política, el pueblo te elija para hacer lo que le has prometido hacer.

Pero no hay ningún sistema democrático que se base en el incumplimiento sistemático de las leyes mientras éstas se cambian constantemente o que se esté basado en la adulteración de los espíritus constitucionales que rigieron la convocatoria de las elecciones. Ese sistema se llama de otra manera, eso se llama revolución.

Llegó el momento de decidir y distinguir no solamente entre los buenos y los malos, entre sucios y limpios, entre los que huelen bien y los que huelen mal; llegó el momento de tomar la decisión y determinar qué leyes son las que rigen y regulan la vida diaria de este país.

Necesitamos decidir qué leyes contemplando las que están por aprobarse en las sesiones y las que actualmente están en vigor, serán las que, a partir de aquí, determinarán el rumbo del país. Son tantos los elementos involucrados que no se puede ir calmando a una sociedad desesperada solamente con declaraciones. Están implicados elementos que afectan a la gobernabilidad del país, pero que, además, por también afectarle a quienes nos gobiernan, obliga a que todos los demás miremos con enorme curiosidad.

Pero es que, además, en estos momentos, tan siquiera a mí, daña el hecho de estar viviendo en un país lleno de incertidumbres y sin una visión clara sobre el futuro.

Es dañino vivir en un país en el que constantemente nos tengamos que preguntar a dónde fueron nuestros sentimientos, dónde quedaron los feminicidios y su justicia; y un país donde cada vez son más los problemas de lesa humanidad que vamos cometiendo contra una gran parte del pueblo.

Pareciera que, frente a todas nuestras desgracias, frente al desafío que significa vivir sin ninguna seguridad, sin el incumplimiento de las leyes, y sin elementos de solidaridad entre nosotros y las víctimas, podamos tener de verdad una situación en la que dependamos tanto de un texto legal como de un cuerpo moral. Jugar a descalificar la moral de los otros tiene un gran problema, que es que, más pronto se tarde, alguien también juzgará la tuya.

En ese sentido creo que es importante reseñar políticamente un hecho fundamental, que es que, cuando un régimen es tan fuerte, tiene tanto poder, tanta representación y sola voz, tiene la obligación de ser ejemplar, sobre todo con los suyos.

La confianza tarda años en gestarse y segundos en romperse. Estamos contaminados por la culpa de la demagogia.

Un día sin corrupción, difícil de imaginar, más aún cuando a diario se cometen poco más de 4 millones de los llamados actos de pequeña corrupción en México.

Sin embargo, ni siquiera permitimos soñar un solo día sin corrupción, sería tanto como reconocer que la batalla está perdida y que ya ni en el imaginario colectivo es posible construir este destino.

Vivimos hoy una realidad en la que es muy fácil perder la objetividad, ya que en ocasiones, sostenerla es ir contra las creencias más extendidas. Sin embargo es precisamente en esas circunstancias, cuando es más útil preservar la objetividad con independencia de lo que piensen otros.

Le explico algunas de esas percepciones que hoy identifico. Durante mucho tiempo en China se produjo un elemento de desconcierto que contaminó al comunismo mundial Mao Zedong, el gran timonel, el líder absoluto de la Revolución China, decidió no solo que era posible criticar, sino que era deseable que "se abran 100 flores y que 100 escuelas compitan".

En sus memorias, Nikita Kruschev cuenta que en dos ocasiones le llamó la atención al líder chino sobre lo peligroso que era para los países de estructura comunista y única producir, permitir o alimentar la crítica, aunque fuera comunista efectuada desde dentro.

La primera vez, Kruschev quedó extrañado porque Mao Zedong sólo sonrío.

En las notas atribuidas al exmandatario soviético dicen que la segunda vez, justo antes de despedirse, el presidente Mao le dijo: "Camarada, secretario general, es necesario dejad que 100 escuelas combatan para poderlas cerrar todas, es necesario dejar que crezcan 100 flores para arrancarlas desde la raíz".

Sabido es que los poderes absolutos caen rotundamente. Estoy convencido de que el Presidente tiene sus razones para estar haciendo lo que está haciendo en la contemplación del fenómeno. También estoy convencido de que hacer triunfar la verdad y la bondad, por muy buenas intenciones que se tengan, también exige eficiencia, eficacia y, sobre todo, seriedad cuando se trata de la aplicación de las leyes.

Tal vez, sin quererlo y sin pretenderlo, nos estamos encontrando de bruces con una de nuestras realidades más preocupantes y peligrosas. La democracia es ese sistema maravilloso que permite que, en un momento determinado y frente a una oferta política, el pueblo te elija para hacer lo que le has prometido hacer.

Pero no hay ningún sistema democrático que se base en el incumplimiento sistemático de las leyes mientras éstas se cambian constantemente o que se esté basado en la adulteración de los espíritus constitucionales que rigieron la convocatoria de las elecciones. Ese sistema se llama de otra manera, eso se llama revolución.

Llegó el momento de decidir y distinguir no solamente entre los buenos y los malos, entre sucios y limpios, entre los que huelen bien y los que huelen mal; llegó el momento de tomar la decisión y determinar qué leyes son las que rigen y regulan la vida diaria de este país.

Necesitamos decidir qué leyes contemplando las que están por aprobarse en las sesiones y las que actualmente están en vigor, serán las que, a partir de aquí, determinarán el rumbo del país. Son tantos los elementos involucrados que no se puede ir calmando a una sociedad desesperada solamente con declaraciones. Están implicados elementos que afectan a la gobernabilidad del país, pero que, además, por también afectarle a quienes nos gobiernan, obliga a que todos los demás miremos con enorme curiosidad.

Pero es que, además, en estos momentos, tan siquiera a mí, daña el hecho de estar viviendo en un país lleno de incertidumbres y sin una visión clara sobre el futuro.

Es dañino vivir en un país en el que constantemente nos tengamos que preguntar a dónde fueron nuestros sentimientos, dónde quedaron los feminicidios y su justicia; y un país donde cada vez son más los problemas de lesa humanidad que vamos cometiendo contra una gran parte del pueblo.

Pareciera que, frente a todas nuestras desgracias, frente al desafío que significa vivir sin ninguna seguridad, sin el incumplimiento de las leyes, y sin elementos de solidaridad entre nosotros y las víctimas, podamos tener de verdad una situación en la que dependamos tanto de un texto legal como de un cuerpo moral. Jugar a descalificar la moral de los otros tiene un gran problema, que es que, más pronto se tarde, alguien también juzgará la tuya.

En ese sentido creo que es importante reseñar políticamente un hecho fundamental, que es que, cuando un régimen es tan fuerte, tiene tanto poder, tanta representación y sola voz, tiene la obligación de ser ejemplar, sobre todo con los suyos.

La confianza tarda años en gestarse y segundos en romperse. Estamos contaminados por la culpa de la demagogia.

Un día sin corrupción, difícil de imaginar, más aún cuando a diario se cometen poco más de 4 millones de los llamados actos de pequeña corrupción en México.

Sin embargo, ni siquiera permitimos soñar un solo día sin corrupción, sería tanto como reconocer que la batalla está perdida y que ya ni en el imaginario colectivo es posible construir este destino.