/ miércoles 20 de marzo de 2024

Defendamos la libertad de expresión

Embebidos en las rencillas generadas por las disputas del poder, en el chismorreo de las redes sociales que han suplido a los chismes de café, nos dejamos acusar por aquellos que llevan el luto en el alma y quieren que todos lo llevemos.

La historia de México constituye un conjunto fascinante de hechos pletóricos de luces y de sombras, de personajes increíbles, de contradicciones permanentes y también de interpretaciones polémicas y diversas.

Cuando las cortinas se convierten en telones casi teatrales se necesita de un esfuerzo más incesante para que los temas de mayor trascendencia no puedan olvidarse ni omitirse en el análisis de nuestra realidad.

Se requiere de una mayor atención para evitar que se diluyan entre el estruendo que generan las campañas electorales y que se agolpa en nuestros oídos.

Sabemos que quienes aspiran a ocupar un puesto de elección se convierten en los protagonistas de una historia que ocupa la atención, que disfruta de los reflectores y del eco que produce cada uno de los discursos que tratan de endulzar los oídos del electorado. Sus palabras y acciones se subrayan en cada medio de comunicación, se magnifican y se pierden entre los dobleces de esos telones.

Así, el deporte favorito de la clase política de nuestro país comienza a practicarse con la disciplina del alto rendimiento. No es extraño que comencemos a coleccionar promesas y tratemos de imaginar la posibilidad de que cada una de ellas se cumpliera.

Desde hace mucho tiempo seríamos un país que, día con día, se mostraría como el claro ejemplo de la justicia, el desarrollo económico, altos niveles educativos, sin corrupción y una transparencia sin igual.

No obstante, luego del primer día en el que se toma protesta de sus respectivos cargos, parece que todo adquiere otra importancia, las promesas se tornan en meras anécdotas y el mayor vínculo que se mantiene con la sociedad es, por supuesto, el oportuno ejercicio de los programas sociales, símbolo y garantía de contenido, satisfacción, aceptación y popularidad.

Y qué decir de las alianzas, son el claro ejemplo de la poca importancia y exigencia que le brindamos al sistema de partidos que se disputa cada peso del erario, de nuestra riqueza. Toda caricatura se queda corta cuando observamos lo que implica la estructura y sus alcances en el gasto del presupuesto anual. Y, sin embargo, son las herramientas más efectivas en el desarrollo de nuestra incipiente y amenazada democracia.

Quizá podríamos concluir que no hay nada nuevo en el proceso electoral que hoy nos ocupa y desgasta.

Vaya tarea que tenemos frente a nosotras y nosotros, pasar de ser simples testigos a coprotagonistas de la historia inmediata de las decisiones que trazarán el camino del país; lo cual no es sencillo cuando, durante este gobierno, se ha llevado el presidencialismo hasta el paroxismo del culto a la personalidad.

No podemos olvidar que detrás de la sonoras fanfarrias y música estruendosa, aplausos incondicionales y jubilosas porras, a unas pocas cuadras de esos templetes que se esfuman en minutos, la violencia y la inseguridad son lo cotidiano, la muerte es como la sombra que acompaña los pasos en las calles y el crimen organizado presume su colección de marionetas.

A unos pocos metros de ese mitin lleno de pancartas e ídolos de barro, en donde hay madres buscadoras y se desaparece a un periodista.

Decía José Woldenberg que en el aparente desencanto con la transición democrática podría tener su origen en que los sucesivos gobiernos no han logrado reducir la inseguridad y violencia.

Embebidos en las rencillas generadas por las disputas del poder, en el chismorreo de las redes sociales que han suplido a los chismes de café, nos dejamos acusar por aquellos que llevan el luto en el alma y quieren que todos lo llevemos.

La historia de México constituye un conjunto fascinante de hechos pletóricos de luces y de sombras, de personajes increíbles, de contradicciones permanentes y también de interpretaciones polémicas y diversas.

Cuando las cortinas se convierten en telones casi teatrales se necesita de un esfuerzo más incesante para que los temas de mayor trascendencia no puedan olvidarse ni omitirse en el análisis de nuestra realidad.

Se requiere de una mayor atención para evitar que se diluyan entre el estruendo que generan las campañas electorales y que se agolpa en nuestros oídos.

Sabemos que quienes aspiran a ocupar un puesto de elección se convierten en los protagonistas de una historia que ocupa la atención, que disfruta de los reflectores y del eco que produce cada uno de los discursos que tratan de endulzar los oídos del electorado. Sus palabras y acciones se subrayan en cada medio de comunicación, se magnifican y se pierden entre los dobleces de esos telones.

Así, el deporte favorito de la clase política de nuestro país comienza a practicarse con la disciplina del alto rendimiento. No es extraño que comencemos a coleccionar promesas y tratemos de imaginar la posibilidad de que cada una de ellas se cumpliera.

Desde hace mucho tiempo seríamos un país que, día con día, se mostraría como el claro ejemplo de la justicia, el desarrollo económico, altos niveles educativos, sin corrupción y una transparencia sin igual.

No obstante, luego del primer día en el que se toma protesta de sus respectivos cargos, parece que todo adquiere otra importancia, las promesas se tornan en meras anécdotas y el mayor vínculo que se mantiene con la sociedad es, por supuesto, el oportuno ejercicio de los programas sociales, símbolo y garantía de contenido, satisfacción, aceptación y popularidad.

Y qué decir de las alianzas, son el claro ejemplo de la poca importancia y exigencia que le brindamos al sistema de partidos que se disputa cada peso del erario, de nuestra riqueza. Toda caricatura se queda corta cuando observamos lo que implica la estructura y sus alcances en el gasto del presupuesto anual. Y, sin embargo, son las herramientas más efectivas en el desarrollo de nuestra incipiente y amenazada democracia.

Quizá podríamos concluir que no hay nada nuevo en el proceso electoral que hoy nos ocupa y desgasta.

Vaya tarea que tenemos frente a nosotras y nosotros, pasar de ser simples testigos a coprotagonistas de la historia inmediata de las decisiones que trazarán el camino del país; lo cual no es sencillo cuando, durante este gobierno, se ha llevado el presidencialismo hasta el paroxismo del culto a la personalidad.

No podemos olvidar que detrás de la sonoras fanfarrias y música estruendosa, aplausos incondicionales y jubilosas porras, a unas pocas cuadras de esos templetes que se esfuman en minutos, la violencia y la inseguridad son lo cotidiano, la muerte es como la sombra que acompaña los pasos en las calles y el crimen organizado presume su colección de marionetas.

A unos pocos metros de ese mitin lleno de pancartas e ídolos de barro, en donde hay madres buscadoras y se desaparece a un periodista.

Decía José Woldenberg que en el aparente desencanto con la transición democrática podría tener su origen en que los sucesivos gobiernos no han logrado reducir la inseguridad y violencia.